lunes, 24 de junio de 2019

Esas "Diosidencias"... la bandera uruguaya y los japoneses


"¡Qué coincidencia!" decimos tantas veces... pero hay algunas cosas que nos pasan que no caben dentro de la casualidad. Ayer, fiesta de Corpus Christi, en la que con fe y con sentimiento decimos "Dios está aquí", en la Eucaristía, yo recordaba cuántas veces, de tantas formas diferentes, Dios nos muestra que está en nuestros caminos y entonces ya no se trata de "coincidencias" sino de "Diosidencias", cosas de Dios. Esto es lo que me compartió un amigo esta mañana.


El jueves pasado, junto con miles de uruguayos, un amigo y yo llegamos en moto a Porto Alegre, para alentar a la celeste.
Ya ubicados en las tribunas del Arena de Gremio, coloqué delante de mí, en una baranda, una bandera uruguaya que había guardado para estrenar en una ocasión como ésta.
Mirando alrededor, entre los muchísimos compatriotas, noté que cerca de nosotros había una familia japonesa: un matrimonio y dos niños. Primero pensé que podía ser alguna familia brasileña de ese origen, pero enseguida me di cuenta de que estaban allí igual que nosotros: me imaginé que habían venido desde su país, para seguir los juegos de su selección nacional; eso sí, con un viaje un poquito más largo que el nuestro…
En un momento, el hombre se paró para ir a buscar algo para comer. Al pasar frente a nosotros, se apoyó sin querer en la bandera… al notarlo, con mucha delicadeza, se disculpó.
Me impresionó mucho ese gesto: ese respeto, esa educación… honrar los símbolos patrios (en este caso, ajeno a su país).
A medida que fue transcurriendo el partido, pensé: “le voy a pedir permiso a los padres y les voy a regalar a sus hijos esta bandera”.
Al escuchar el pitazo final, me levanté y doblé cuidadosamente nuestra enseña patria… pero cuando miré hacia donde estaban los japoneses… habían desaparecido.
Me quedé con una gran desazón, pensando si tendría que haberme adelantado… pero ya estaba. Con mi amigo organizamos para seguir nuestro viaje hacia la Serra Gaúcha, en este caso a Nova Petrópolis.
Ya en la ruta, y rumbo a la sierra, teníamos pensado parar a comer en Loma Verde, un restaurant de origen alemán, lugar que yo conocía y quería mostrarle a mi amigo. Al parar en un semáforo, ya a 100 km. de Porto Alegre, al lado de una estación de servicio, nos llegó el olorcito a asado de una churrascaria… y no nos pudimos resistir. El restaurant alemán quedaría para otra ocasión.
He aquí que, cuando entramos, y nos acomodamos en una mesa, nos encontramos con la familia japonesa… ¡sentada a nuestro lado! Me acerqué a ellos. El hombre entendía portugués. Los demás, nada. Le expliqué lo que quería hacer. Los niños aceptaron encantados… nos sacamos las fotos y nos fuimos todos con esa alegría que da el encuentro humano, el encuentro que nos hace sentir hermanos más allá de razas, lenguas y fronteras. Alegría de ambos lados, respeto por nuestros símbolos (en este caso, la bandera nacional). El mundo cada día nos demuestra que todo es, al mismo tiempo, ¡tan grande y tan pequeño! y que las buenas intenciones se cruzan en los caminos de la vida.
Álvaro Márquez

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