martes, 11 de junio de 2019

Santísima Trinidad, humana dignidad.







Realidad virtual, verdad alternativa, noticias falsas… vivimos en un mundo en el que a veces perdemos noción de la realidad. No es algo nuevo… pero en nuestro tiempo es… más intenso.
Sin embargo, siempre llega un momento en el que la realidad nos despierta. Y la realidad es nuestra vida concreta, hecha de trabajos y descansos, de penas y alegrías, de desencuentros y encuentros.

Hay realidades que golpean. Recojo la presentación del programa En Perspectiva:
“Se contabilizó un total de 2.038 personas en situación de calle, de las cuales 1.043 se encontraban a la intemperie y 995 en refugios del MIDES. (...) Se determinó una altísima incidencia de problemas de salud mental, consumo problemático de drogas y experiencias de privación de libertad”. (La Mesa, 31 de mayo)
Hay gente que, en años pasados, ha salido de esa situación, pero otros van llegando, por diferentes razones ¿y entonces? Una participante del mismo programa comparte:
“Todos somos indiferentes… una de las cosas primeras que hacemos con la gente que está en situación de calle es invisibilizarlos… porque hay un momento en que acercás un plato de comida caliente, regalás un saco de abrigo, pero, en términos generales, lo que todos hacemos, es mirar para el costado y seguir conversando con alguien, porque sentís que no podés resolverlo, te da impotencia” (Ana Ribeiro).

Allá por los ochenta, cuando yo estaba en el Seminario, preparándome para ser sacerdote, teníamos reuniones de comunidad, donde compartíamos inquietudes y búsquedas. “La realidad” era un tema recurrente. Conocer la realidad. ¿A qué nos referíamos con eso? Fundamentalmente, a la realidad social del país, a las situaciones de pobreza, privaciones, sufrimientos… en aquella época todavía se hablaba de cantegriles (hoy se dice asentamientos) barrios de viviendas… y de vidas precarias. Había compañeros que estaban en parroquias con zonas muy pobres e insistíamos mucho sobre eso.

Un día en que alguno volvió a decir “hay que conocer la realidad”, uno de nuestros formadores, el P. Miguel Barriola, nos dijo: “hay que ver de qué realidad estamos hablando; porque es tan realidad un cantegril como la Santísima Trinidad”.

Sus palabras ponían un desafío en nuestras cabezas: saltar desde esa realidad visible, palpable, ubicable. Bulevar Aparicio Saravia y Timbués, el barrio donde el P. Cacho Alonso tenía su ranchito de lata, viviendo entre los pobres. Saltar desde allí, hasta el profundo misterio de la intimidad de Dios. Un solo Dios, tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

He recordado esto porque este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad. Los invito a asomarnos a ese misterio; a esa realidad de otro orden, a la que no podríamos llegar si Dios mismo no nos abriera la puerta y nos invitara a entrar. ¿Salimos así del mundo? No, porque esa realidad profunda de Dios no nos quiere sacar de nuestra realidad cotidiana, sino volver a meternos a ella, enviarnos al mundo con una visión nueva, llevando su presencia.

La realidad de la Trinidad no es visible. Los íconos o imágenes nos ayudan a asomarnos de alguna forma a su misterio, a representarlo de manera más concreta… pero es la realidad de un ser espiritual. Jesús le dice a la samaritana:
“Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.” (Juan 4,24)
Y el Catecismo de la Iglesia Católica agrega:
La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (N° 237).

Es verdad que Dios fue dejando pistas de su ser trinitario tanto en la Creación como en su revelación a lo largo del Antiguo Testamento. El ser humano espiritualmente inquieto percibe esas señales, escucha esa palabra… pero no podría llegar al corazón mismo de ese misterio, si Dios no lo quisiera revelar.
Y Dios lo ha querido. Dios se manifiesta, se revela a un pueblo con el que hace su Primera Alianza. Dios llega a la cumbre de esa revelación enviando a su Hijo: Jesús, para empezar una Nueva Alianza con toda la humanidad.

Con Jesús aparece la segunda persona de la Trinidad, el Hijo. El Hijo que llama a Dios “Padre”; no sólo como creador, sino como su Padre, el Padre con quien el Hijo Jesucristo tiene una relación única, porque Jesús es el único hijo que el Padre ha engendrado desde la eternidad. Nosotros, en cambio, somos criaturas a las que el Padre hace hijos e hijas suyos por medio de su Hijo.
“Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta” (Juan 14,8)
dice a Jesús el apóstol Felipe. Jesús le responde:
“Felipe, ¿hace tanto que tiempo estoy con ustedes y no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” (Juan 14,9)
El rostro de Jesús, “el rostro de la Misericordia” que nos ayudó a redescubrir el Papa Francisco, es el rostro del Padre.

El Padre y el Hijo, por usar una expresión de nuestro tiempo, están en total conexión. No es una comunicación virtual. Es la comunicación como comunión perfecta en el amor. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales la describe así:
“el amor consiste en comunicación de las dos partes, (…) en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene (…) y así, por el contrario, el amado al amante”. [Contemplación para alcanzar el amor].
Desde la eternidad el Padre da y comunica su vida al Hijo y el Hijo da y comunica al Padre la vida que ha recibido de Él, para volverla a recibir y volverla a entregar. Así, como una corriente que viene y va eternamente.

Esa eterna relación de amor entre el Padre y el Hijo, ese ir y venir de darse y comunicarse mutuamente, es la tercera persona de la Trinidad: el Espíritu Santo, el espíritu de amor, que procede del Padre y del Hijo.

La revelación del Espíritu Santo es preparada y anunciada por Jesús. El día de Pentecostés, que recordamos el domingo pasado, el Espíritu descendió sobre los apóstoles y se convirtió en su maestro y guía, fortaleciéndolos e iluminándolos para realizar su misión de testigos de Jesús.

Los apóstoles fueron por el mundo, anunciando el Evangelio. Quienes creyeron fueron bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así todos los bautizados llegamos a ser hijos del Padre, miembros del Cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo.

Y la realidad de esa persona que duerme en la calle, de ese muchacho hundido en su adicción, de esa chiquilina maltratada, de ese niño con hambre, están también en el corazón de la Trinidad. El Padre mira con amor a todas sus criaturas; el Hijo ha derramado su sangre por todos; el Espíritu Santo quiere habitar en cada corazón humano.

Vuelvo a las noticias, ahora de canal 4, entrevistando a jóvenes del movimiento “Luceros”:
“Lo que hacemos nosotros es acercarnos a las personas que están en situación de calle para visitarlos, poder conocer un poco las realidades que viven ellos, a través de un plato de guiso que es lo que nosotros les llevamos. Les preguntamos por su situación y tenemos un diálogo ahí un rato. Es impresionante porque en muchas personas se nota la falta de conversación que tienen… se abren en seguida y hay personas que de verdad necesitan un oído que los escuche para contarles por lo que pasaron o la situación en que viven actualmente”.

Un plato caliente puede parecer casi nada… pero no es poco si eso le dice a alguien “no estás solo, no estás abandonado, hay alguien que ha pensado esta noche en ti”. Es un comienzo, que nos llama a no pasar indiferentes y ayudar a esos hermanos y hermanas a reencontrar su dignidad de personas y de hijos de Dios.

Amigas y amigos: gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Programa En Perspectiva, Radiomundo


Entrevista al Grupo Luceros en Canal 4 de Montevideo

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