sábado, 23 de noviembre de 2019

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23,35-43). Cristo Rey.







Muy lejos del Viernes Santo y más bien cerca de la Navidad, celebramos el próximo domingo -ese domingo en el que los uruguayos elegimos a nuestro presidente para los próximos cinco años- la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo o, más brevemente, “Cristo Rey”.

El evangelio que leemos este año en “Cristo Rey” no nos presenta a Jesús en la gloria de su reino, dispuesto a juzgar a las naciones, como escucharemos el año próximo, en el evangelio de Mateo (25,31-46); tampoco en su confrontación con Pilato en el evangelio de Juan (18,33b-37), donde Jesús deja en claro que su realeza no es de este mundo, evangelio que oiremos en 2021.

Este domingo el evangelista Lucas nos transporta al calvario, en el día de la pasión, crucifixión, muerte y sepultura de Jesús: el Viernes Santo.
La escena del calvario ha sido imaginada de diferentes maneras por los artistas.
En los primeros siglos del cristianismo no se representa la crucifixión, porque estaba viva la imagen de los peores malhechores sometidos a esa muerte torturante y deshonrosa.
Hacia el siglo V comienzan a aparecer las primeras representaciones del calvario. Las más antiguas que han llegado a nuestros días fueron talladas en madera o piedra, en las puertas o en los capiteles de las iglesias. Desde fines de la Edad Media los pintores lo toman como un tema frecuente y en el siglo XX lo presenta también el séptimo arte. La película “La pasión” de Mel Gibson (2004) es especialmente llamativa por su crudeza al mostrar el sufrimiento de Jesús.

Lucas inicia su relato con la delicadeza que lo caracteriza. Desde la distancia, el pueblo contempla con respeto a Jesús crucificado. Pero el evangelista no puede olvidar las burlas que pronto se presentan y que aluden a la identidad de Jesús como Cristo, como rey, y a su misión de salvación.
Después de que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».
La misma inscripción que ha hecho colocar Pilato, como expresión del motivo de la condena, quiere ser irónica: éste es el rey de los judíos, como diciendo: miren su trono, miren su su corona.

El evangelista, como un guionista cinematográfico, parte de un plano general, en el que vemos la escena desde cierta lejanía, que nos permite abarcar a la multitud, el pueblo allí presente. Más cerca están los magistrados y los soldados: oímos sus burlas. La mirada sube y se acerca para poner en evidencia el detalle de la inscripción; pero vuelve y se retira levemente, para contemplar y escuchar un diálogo diferente, que proclamará la verdad de Jesús y de su misión.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».
Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Tres hombres crucificados; tres hombres sufriendo la misma condena. Como anunció el profeta Isaías, (53,12) Jesús fue “contado entre los malhechores”. Uno a su derecha y otro a su izquierda.
Vale la pena recordar que hubo dos discípulos que le pidieron a Jesús ocupar esos lugares:
«Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Marcos 10,37 – Mateo 20,21)
Los demás discípulos se indignaron al enterarse de esa petición. “No saben lo que piden”, les había respondido Jesús. No. No sabían… ¿Dónde están ahora los Doce? Han huido. No están al pie de la cruz.

Uno de los malhechores se enrola en la fila de los que insultan a Jesús. Los tres hombres están sufriendo la misma descarga de odio y de violencia. El primer compañero de Jesús vuelve también hacia Él su resentimiento.

El segundo malhechor rompe la secuencia. No se une al coro de los insultos, y responde al primero expresando algo que él ha percibido, con una expresión que tenemos que entender con todo su alcance:
“¿No tienes temor de Dios?”
El temor de Dios (Isaías 11,3) es uno de los dones del Espíritu Santo. En el evangelio de Lucas se habla de un juez injusto que no temía a Dios ni a los hombres; es decir, que no respetaba la justicia de los hombres, pero tampoco tenía en cuenta el juicio de Dios. Cuando un crucificado le pregunta al otro si no teme a Dios, le está recordando que, más que la justicia de los hombres que lo ha condenado, le queda por enfrentar el juicio de Dios y lo llama a cambiar allí mismo esa conducta final.
El otro aspecto del temor de Dios lo manifiesta el mismo crucificado, que se abandona con humildad, respeto y confianza en las manos del Padre Dios, por la mediación de Jesús, a quien llama por su nombre: Jesús, acuérdate de mí…

La respuesta de Jesús nos trae de nuevo el “HOY” de la salvación, que escuchamos hace unas semanas, en el encuentro de Jesús con Zaqueo:
“Zaqueo, baja pronto, porque HOY tengo que alojarme en tu casa”;
“HOY ha llegado la salvación a esta casa”.
Es ese presente de la salvación, ese tiempo de Dios que siempre está allí mientras todavía respiramos. La tradición dio el nombre de Dimas a ese hombre que expresó su arrepentimiento y puso su confianza en Jesús en los últimos minutos de su vida. Jesús no defraudó esa confianza. Hasta el final de su vida entre nosotros, Él sigue siendo el salvador que anunciaron los ángeles a los pastores diciéndoles
“HOY, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor” (Lucas 2,11). 
¡Cuánto más puede seguirlo siendo hoy, resucitado, sentado a la derecha del Padre, para interceder por nosotros! (cf. Romanos 8,34). Como dice san Pablo,
Nada “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8,39).

Con este mensaje concluye el año litúrgico. El próximo domingo comenzamos el tiempo de Adviento, en preparación a la Navidad. Quedémonos hoy con la mirada puesta en lo esencial. Dios no nos espera en la morada de los muertos, sino en el Reino de la vida, que comenzó a manifestarse en la Cruz.
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El próximo domingo los uruguayos elegiremos presidente. No elegimos un “salvador”. Sea quien sea, es un ser humano, con “virtudes y defectos”, con fortalezas y debilidades. Desde ya oremos por él, sobre todo para que no le falte la capacidad de escucha y diálogo y tenga siempre presente a los más débiles y vulnerables de nuestra sociedad.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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