jueves, 26 de diciembre de 2019

“Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto”. (Mateo 2,13-15.19-23) La Sagrada Familia.






A comienzos de diciembre llamó la atención un gran pesebre armado al aire libre por una Iglesia Metodista cerca de Los Ángeles, California. En él había solo tres figuras: Jesús, María y José, ubicados en jaulas separadas. Se quiso así, alertar sobre la situación que viven desde hace años, familias migrantes que llegan a los Estados Unidos sin visa. Las autoridades migratorias detienen a esas familias y separan a los menores de los adultos, con todas las consecuencias que ello tiene.
La agencia de las Naciones Unidas para los refugiados, ACNUR, nos dice que en el mundo hay más de setenta millones de personas que se han visto forzadas a desplazarse, por distintas causas. No son emigrantes que toman la decisión de buscar un destino mejor, sino gente que no quiere abandonar su lugar, pero que no puede seguir viviendo allí. ACNUR señala que cada día 37.000 personas se ven obligadas a huir de sus hogares por causa de conflictos y persecución.

En este primer domingo después de Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia: es decir, Jesús, María y José.
Este año leemos el relato del evangelista Mateo que nos presenta a los tres huyendo de la persecución, marchando como refugiados a una tierra extraña, donde vivirán su exilio.
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: desde Egipto llamé a mi hijo.
Nuevamente José recibe en sueños las instrucciones de Dios. Al levantarse, inmediatamente realiza lo que se le ha indicado. José es hombre de pocas palabras. El evangelio no nos trae ninguna palabra pronunciada por él. Lo que vemos son sus acciones, su resolución, su prontitud. Hombre de trabajo y acción.

¿De qué peligro escapa el niño Jesús?
El rey Herodes había pedido a los Magos que le informaran acerca del lugar donde se encontraba el niño. Los Magos, después de adorar al recién nacido, advertidos por los ángeles, regresaron a su tierra por otro camino.
Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.
Esta es “la matanza de los inocentes”, recordada cada 28 de diciembre. Todavía hacemos chistes del “Día de los inocentes”, pero lo que nos cuenta el evangelio no es broma. Nos llama a pensar en todas las vidas humanas que se cortan en la niñez, o aún antes de nacer, por las más diversas causas: epidemias, guerras, violencia familiar, aborto…
Como ya veremos, Mateo ha organizado su relato de esta parte de la infancia de Jesús para poner al Mesías en paralelo con la figura de Moisés. Moisés fue el salvador que Dios envió a su pueblo en la primera alianza.
Leemos el final del evangelio de hoy:
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño.»
José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel.
¿Por qué se va Egipto esta familia? ¿Era necesario tomar tanta distancia para poner el niño a salvo? Para explicarlo, Mateo cita al profeta Oseas:
Desde Egipto llamé a mi hijo (Oseas 11,1)
Esta simple cita nos remite a grandes momentos de la historia de la salvación, narrados al final del libro del Génesis y en el libro del Éxodo.
Allí se cuenta que la familia de Jacob, también llamado Israel, se estableció en Egipto, huyendo de la hambruna que se había instalado en su tierra (otra vez, una historia de refugiados).
Pasaron los años y los israelitas se multiplicaron. Los egipcios comenzaron a inquietarse por esa presencia de inmigrantes y sus descendientes que se incrementaba día a día (tal como sucede hoy en muchos países).
El faraón, rey de Egipto decidió esclavizar a esa abundante mano de obra para trabajar en sus grandes construcciones. Implementó, además, una política genocida: matar a los niños hebreos. Así comenzó la historia de Moisés, rescatado de ese plan de exterminio y criado en la corte del faraón.

Vemos los paralelos: la familia de Jacob va a Egipto. Así también la sagrada familia.
  • Moisés escapa de las manos asesinas. Jesús escapa de la espada de los esbirros de Herodes.
  • Moisés liberará al Pueblo de Dios de la esclavitud en Egipto y lo conducirá a la Tierra Prometida.
  • Jesús liberará al pueblo de la esclavitud del pecado y lo conducirá a la Casa del Padre.
  • Con Moisés se establecerá la primera alianza entre Dios y su pueblo.
  • En Jesús y por su sangre derramada, Dios sellará una nueva y eterna alianza con un pueblo formado de entre todas las naciones de la tierra.
El paralelo entre Jesús y Moisés será uno de los ejes sobre los que Mateo construirá su evangelio.

El viaje de ida y vuelta de Jesús a Egipto lo hace repetir el itinerario del Pueblo de Dios: migración a Egipto y regreso a la tierra prometida. Las palabras del profeta Oseas, “desde Egipto llamé a mi hijo” se aplican tanto al Pueblo de Dios como al Hijo de Dios.

La anunciación a María y la anunciación a José nos han mostrado a Dios entrando en la vida de dos buenas personas, cambiando sus planes, sus proyectos de vida. Pero no se trata solamente de sus vidas. Se trata de la salvación de toda la humanidad, del proyecto de Dios. María y José, asintiendo, aceptando libremente la voluntad de Dios, entran en ese Plan del Creador.

“Yo soy la servidora del Señor”, dice María. José se pone inmediatamente a la obra cuando ve con claridad la voluntad de Dios. Jesús dirá después “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”.

A veces pensamos que la voluntad de Dios es algo que se nos impone y que simplemente tenemos que aceptar, con resignación.
Vemos la voluntad de Dios como una decisión puntual del Señor sobre nuestra vida: una enfermedad, un fallecimiento o también un suceso afortunado.
La voluntad de Dios no es aleatoria, no es caprichosa. No es un azar donde hoy te puede tocar pan y mañana te puede tocar cebolla. Hay que mirar más allá de las apariencias y descubrir que, al igual que los miembros de la sagrada familia, estamos llamados a colaborar en un gran proyecto de salvación, aunque el papel que nos toque no sea tan relevante.
Los acontecimientos de nuestra vida son ocasiones para que prestemos esa colaboración.
En cada acontecimiento estamos llamados a poner nuestra mirada de fe y las actitudes que vamos aprendiendo en el seguimiento de Jesús. La presencia del refugiado, del migrante, son acontecimientos de ese tipo, donde tenemos que encontrar los recursos del amor y la misericordia.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga abundantemente en este tiempo de Navidad y que empiecen con felicidad el nuevo año 2020. Hasta la próxima semana si Dios quiere.
















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