Homilía de Mons. Heriberto en la celebración de la fiesta del Cura de Ars, Seminario Interdiocesano.
Hace algunos años cayó en mis manos un simpático librito, escrito por padres y madres de familia, titulado “Keeping your kids catholics”, es decir, “manteniendo católicos a tus hijos”. Uno de los capítulos era “Haciendo amistad con los santos”. La mamá que escribió esa parte tenía buenos recuerdos de su escuela católica de infancia, en la que los santos estaban muy presentes. A ella le gustaban las vidas de santos, pero se daba cuenta que eso no le pasaba a todo el mundo. Reflexionando sobre esos recuerdos, fue discerniendo, entre otras cosas, la importancia de distinguir bien entre verdad y ficción y, sobre todo, de no poner tanto el acento sobre lo mucho que los santos sufrieron sino sobre su relación con Dios, su experiencia del amor y de la fidelidad del Señor que los sostuvo en sus pruebas y los llevaron a entregarse de todo corazón a Dios y al prójimo.
El 4 de agosto de 1859, casi 44 años después de su ordenación sacerdotal, murió en su parroquia el Padre Juan María Vianney, nuestro santo Cura de Ars.
Aquí estamos, 162 años después, celebrando su memoria y recordando su vida, su santidad sacerdotal vivida en su tiempo, en sus circunstancias… otro país, otra cultura, otro momento de la historia, otra situación de la Iglesia...
Fueron muchas las pruebas que el Santo Cura pasó y son muchos los testimonios de su amor a Dios y su certeza del amor de Dios por los hombres. Con todo, precisamente porque estamos aquí, en el seminario, me gustaría recordar algunas de las peripecias que él vivió hasta llegar a la ordenación, que fue en otro día de este mes: el 13 de agosto de 1815.
Creo que lo primero que todos aprendimos sobre el cura de Ars es que le costó llegar a ese día; que tuvo que superar muchas dificultades. Incluso se ha dicho que se tuvo con él cierta condescendencia, algo así como “sí, lo podemos ordenar, después de todo es muy piadoso, aunque haya tenido tantas dificultades con el latín y le hayan costado tanto los estudios” … Esas son cosas que se pueden decir y tal vez se hayan dicho pensando desde una perspectiva de “normalidad”, es decir, con todo un sistema funcionando “normalmente” y alguien que, bueno, cae allí, un poco a destiempo, con muchas lagunas en su escolaridad… Pero “normalidad” es una palabra que hoy se nos hace cada vez más sospechosa…
¿Cómo llegó Vianney a su ordenación? Hay una historia remota, la de todo su camino vocacional y una historia breve, la de los días que precedieron aquel acontecimiento. Voy a recordar algunos momentos de las dos.
La historia remota arranca con su familia campesina. Una familia que no era rica pero que se sustentaba con su trabajo y tenía recursos como para ayudar a los pobres, incluyendo a los que en nuestra campaña se solía llamar “los andantes”, es decir, la gente que andaba siempre como de paso, que pedía algo para comer y, si era posible, donde pasar la noche y luego seguir.
Así recibió esta familia, en su hogar de Dardilly, al “vagabundo de Dios”, san Benito José Labre, que apareció por allí junto con otros andantes y encontró la hospitalidad y la caridad de los Vianney. Juan Bautista María todavía no había aparecido en la familia, pero allí, donde nacería un santo, ya había pasado otro hombre de Dios.
Nació nuestro santo cura en 1786. Tres años después estalló la revolución francesa, que puso fin a la “normalidad” del viejo régimen monárquico absolutista e inauguró un período histórico sumamente convulsionado.
La revolución llegó a Dardilly tocando la vida de fe de los Vianney. El párroco aceptó la Constitución Civil del clero que imponía la revolución y se convirtió en un cura “juramentado”. Los Vianney, al igual que muchos otros fieles, se retiraron de la parroquia y su casa se convirtió en refugio para los sacerdotes “refractarios”, que celebraban clandestinamente. Con uno de ellos se confesó y celebró su primera comunión Juan Bautista María.
Dardilly se quedó por un tiempo sin escuela, porque se prohibió enseñar a sacerdotes y religiosos. Juan Bautista María recibió sus primeras letras cuando un ciudadano, más tolerado que aceptado por las autoridades revolucionarias, abrió una escuela en el pueblo. Es a partir de estos comienzos muy accidentados que podemos entender las dificultades del futuro Cura de Ars en los estudios.
A los diez años de la toma de La Bastilla emergió la figura de Napoleón, que impuso el gobierno del consulado y abrió camino para coronarse emperador. Entramos así a otra “normalidad”. Las parroquias y las escuelas religiosas se reabrieron. A los 20 años, el joven Vianney comenzó sus estudios en forma más sistemática en la escuela que había abierto el P. Charles Balley, en Ecully, cerca del pueblo natal de Vianney. Con el apoyo de ese sacerdote, que lo recibiría después como vicario y de sus compañeros, Juan María comenzó sus batallas con los manuales y las clases en latín.
Escapó de un reclutamiento para el ejército de Napoleón e ingresó al seminario menor de Verrières, donde, por sus dificultades con el latín, se le permitió estudiar filosofía en francés. De allí pasó al seminario mayor San Ireneo, en Lyon. Los profesores y compañeros que lo ayudaban privadamente en francés, constataban que entendía bien las materias; pero luego, le era imposible rendir exámenes en latín. Los superiores le pidieron que se retirara. Volvió con el P. Balley que siguió preparándolo y se animó a presentarlo de nuevo para ser examinado, ya en vistas a recibir las órdenes.
La normalidad napoleónica duró 15 años, desde 1799 a 1814. El 8 de julio de 1815 fue restaurada la monarquía en Francia, con el rey Luis XVIII. Y aquí estamos a las puertas de la ordenación de Vianney, el 13 de agosto, dentro de otra “normalidad”. La restauración, a pesar de su nombre, no volvió las cosas al lugar donde estaban. La historia no tiene marcha atrás en la caja de cambios. Habían pasado diez años de revolución y quince años de Napoleón. Ahora Luis XVIII se enfrentaba a personas que tuvieron su protagonismo en cada uno de esos tiempos o que se acomodaron como para atravesar ambos manteniendo su posición y, hay que decirlo, manteniendo también su cabeza sobre los hombros...
Y por aquí llegamos a la historia corta de la ordenación del Cura de Ars. Corre agosto de 1815 y Vianney, preparado por el P. Balley, está con su familia en Dardilly. Cuando su ordenación fue aprobada y le entregaron la documentación necesaria, se fue caminando desde Dardilly hasta Grenoble. La aplicación de mapas me da entre las dos ciudades 113 km y 23 h y media de marcha a pie. A 20 km por día, son unos seis días de viaje, en el agosto de verano del hemisferio norte, posiblemente haciendo paradas largas en el camino y evitando lugares peligrosos.
Ahora bien ¿por qué se ordenó en Grenoble, que es otra diócesis? ¿A qué diócesis perteneció el Cura de Ars? Como diocesanos es una pregunta que nos importa.
Hoy en día, Ars está en la Diócesis de Belley, a la que pertenece también Dardilly. Desde 1988 la Diócesis agregó a su nombre Ars, Diócesis de Belley-Ars, por razones obvias.
La Diócesis de Belley ya existía cuando nació Vianney; pero, a comienzos de la normalidad napoleónica, el futuro emperador consiguió que su tío Joseph Fesch fuera nombrado por el Papa arzobispo de Lyon y, enseguida, cardenal. Además, para darle a su tío, que pasaba a ser el primado de Francia, una diócesis más grande, Napoleón hizo que el territorio de Belley pasara a Lyon. Vianney estuvo en el seminario de Lyon como seminarista de la arquidiócesis. Cuando en 1821 fue nombrado párroco, Ars todavía pertenecía a la arquidiócesis lugdunense, porque recién en 1822 el papa Pío VII reestableció la Diócesis de Belley.
Pero, entonces ¿por qué no fue ordenado Vianney en Lyon, que queda a diez kilómetros de Dardilly y a donde hubiera llegado caminando en apenas dos horas?
No fue ordenado allí, porque en Lyon ya no estaba el obispo. El tío de Napoleón no tenía las simpatías del rey que acababa de asumir. Marchó a Roma, donde estuvo al servicio de la Iglesia hasta su muerte, en 1839, sin regresar a Lyon ni renunciar a su título. Fue su vicario, el P. Juan Bautista Courbon quien tomó la decisión de que el futuro Cura de Ars recibiera la ordenación, diciendo: “la Gracia de Dios hará lo que falte”. Y así el diácono Vianney, con todos los papeles en regla, marchó a Grenoble para ser ordenado sacerdote.
Qué lindo que te ordene tu obispo, que te ha acompañado en tu vocación; qué lindo que estén presentes tu familia, tus amigos, las comunidades en las que estuviste cuando eras seminarista; qué lindo que la ordenación sea en tu diócesis: en la catedral o en la parroquia de tu pueblo… nada de eso tuvo el futuro cura de Ars en su ordenación: llegó allí solo y a pie.
El Obispo de Grenoble era Monseñor Claudio Simón. Había llegado a la diócesis en 1802, comienzos de la normalidad napoleónica y permaneció allí como pastor hasta su muerte, en 1825. A poco de llegar había reabierto el seminario diocesano, instalándolo en un antiguo convento de los Mínimos de san Francisco de Paula, que habían sido expulsados por la revolución. La ordenación de Vianney fue en la capilla del seminario.
Al parecer, alguien le señaló al obispo que se le estaba molestando por muy poca cosa: ¡una sola ordenación y de un seminarista forastero! Un hombre que, además, con la vida que había llevado y con esos días de camino, tendría un aspecto que haría honor a su nombre de Juan Bautista.
Sin embargo, Mons. Simón contempló la figura austera de aquel diácono que pedía el orden del presbiterado y dijo, con una sonrisa: “no es gran trabajo ordenar un buen sacerdote”.
Años más tarde, en sus catequesis, el Santo Cura recordaría el momento de su consagración con estas palabras: “El sacerdote es algo grande. No, no se sabrá lo que es, sino en el cielo. Si lo entendiéramos en la tierra, moriría uno, no de espanto, sino de amor”.
Ese es el amor que está detrás de la oración que en este mismo seminario pasó a ser también la canción que tantas veces cantamos: “Te amo, Dios mío y deseo amarte, hasta el último suspiro”. Es la respuesta de San Juan María Vianney al amor de Dios.
Para que también nosotros sintamos el amor del Señor y podamos siempre responderle fielmente, santo Cura de Ars, ruega por nosotros. Amén.
El 4 de agosto de 1859, casi 44 años después de su ordenación sacerdotal, murió en su parroquia el Padre Juan María Vianney, nuestro santo Cura de Ars.
Aquí estamos, 162 años después, celebrando su memoria y recordando su vida, su santidad sacerdotal vivida en su tiempo, en sus circunstancias… otro país, otra cultura, otro momento de la historia, otra situación de la Iglesia...
Fueron muchas las pruebas que el Santo Cura pasó y son muchos los testimonios de su amor a Dios y su certeza del amor de Dios por los hombres. Con todo, precisamente porque estamos aquí, en el seminario, me gustaría recordar algunas de las peripecias que él vivió hasta llegar a la ordenación, que fue en otro día de este mes: el 13 de agosto de 1815.
Creo que lo primero que todos aprendimos sobre el cura de Ars es que le costó llegar a ese día; que tuvo que superar muchas dificultades. Incluso se ha dicho que se tuvo con él cierta condescendencia, algo así como “sí, lo podemos ordenar, después de todo es muy piadoso, aunque haya tenido tantas dificultades con el latín y le hayan costado tanto los estudios” … Esas son cosas que se pueden decir y tal vez se hayan dicho pensando desde una perspectiva de “normalidad”, es decir, con todo un sistema funcionando “normalmente” y alguien que, bueno, cae allí, un poco a destiempo, con muchas lagunas en su escolaridad… Pero “normalidad” es una palabra que hoy se nos hace cada vez más sospechosa…
¿Cómo llegó Vianney a su ordenación? Hay una historia remota, la de todo su camino vocacional y una historia breve, la de los días que precedieron aquel acontecimiento. Voy a recordar algunos momentos de las dos.
La historia remota arranca con su familia campesina. Una familia que no era rica pero que se sustentaba con su trabajo y tenía recursos como para ayudar a los pobres, incluyendo a los que en nuestra campaña se solía llamar “los andantes”, es decir, la gente que andaba siempre como de paso, que pedía algo para comer y, si era posible, donde pasar la noche y luego seguir.
Así recibió esta familia, en su hogar de Dardilly, al “vagabundo de Dios”, san Benito José Labre, que apareció por allí junto con otros andantes y encontró la hospitalidad y la caridad de los Vianney. Juan Bautista María todavía no había aparecido en la familia, pero allí, donde nacería un santo, ya había pasado otro hombre de Dios.
Nació nuestro santo cura en 1786. Tres años después estalló la revolución francesa, que puso fin a la “normalidad” del viejo régimen monárquico absolutista e inauguró un período histórico sumamente convulsionado.
La revolución llegó a Dardilly tocando la vida de fe de los Vianney. El párroco aceptó la Constitución Civil del clero que imponía la revolución y se convirtió en un cura “juramentado”. Los Vianney, al igual que muchos otros fieles, se retiraron de la parroquia y su casa se convirtió en refugio para los sacerdotes “refractarios”, que celebraban clandestinamente. Con uno de ellos se confesó y celebró su primera comunión Juan Bautista María.
Dardilly se quedó por un tiempo sin escuela, porque se prohibió enseñar a sacerdotes y religiosos. Juan Bautista María recibió sus primeras letras cuando un ciudadano, más tolerado que aceptado por las autoridades revolucionarias, abrió una escuela en el pueblo. Es a partir de estos comienzos muy accidentados que podemos entender las dificultades del futuro Cura de Ars en los estudios.
A los diez años de la toma de La Bastilla emergió la figura de Napoleón, que impuso el gobierno del consulado y abrió camino para coronarse emperador. Entramos así a otra “normalidad”. Las parroquias y las escuelas religiosas se reabrieron. A los 20 años, el joven Vianney comenzó sus estudios en forma más sistemática en la escuela que había abierto el P. Charles Balley, en Ecully, cerca del pueblo natal de Vianney. Con el apoyo de ese sacerdote, que lo recibiría después como vicario y de sus compañeros, Juan María comenzó sus batallas con los manuales y las clases en latín.
Escapó de un reclutamiento para el ejército de Napoleón e ingresó al seminario menor de Verrières, donde, por sus dificultades con el latín, se le permitió estudiar filosofía en francés. De allí pasó al seminario mayor San Ireneo, en Lyon. Los profesores y compañeros que lo ayudaban privadamente en francés, constataban que entendía bien las materias; pero luego, le era imposible rendir exámenes en latín. Los superiores le pidieron que se retirara. Volvió con el P. Balley que siguió preparándolo y se animó a presentarlo de nuevo para ser examinado, ya en vistas a recibir las órdenes.
La normalidad napoleónica duró 15 años, desde 1799 a 1814. El 8 de julio de 1815 fue restaurada la monarquía en Francia, con el rey Luis XVIII. Y aquí estamos a las puertas de la ordenación de Vianney, el 13 de agosto, dentro de otra “normalidad”. La restauración, a pesar de su nombre, no volvió las cosas al lugar donde estaban. La historia no tiene marcha atrás en la caja de cambios. Habían pasado diez años de revolución y quince años de Napoleón. Ahora Luis XVIII se enfrentaba a personas que tuvieron su protagonismo en cada uno de esos tiempos o que se acomodaron como para atravesar ambos manteniendo su posición y, hay que decirlo, manteniendo también su cabeza sobre los hombros...
Y por aquí llegamos a la historia corta de la ordenación del Cura de Ars. Corre agosto de 1815 y Vianney, preparado por el P. Balley, está con su familia en Dardilly. Cuando su ordenación fue aprobada y le entregaron la documentación necesaria, se fue caminando desde Dardilly hasta Grenoble. La aplicación de mapas me da entre las dos ciudades 113 km y 23 h y media de marcha a pie. A 20 km por día, son unos seis días de viaje, en el agosto de verano del hemisferio norte, posiblemente haciendo paradas largas en el camino y evitando lugares peligrosos.
Ahora bien ¿por qué se ordenó en Grenoble, que es otra diócesis? ¿A qué diócesis perteneció el Cura de Ars? Como diocesanos es una pregunta que nos importa.
Hoy en día, Ars está en la Diócesis de Belley, a la que pertenece también Dardilly. Desde 1988 la Diócesis agregó a su nombre Ars, Diócesis de Belley-Ars, por razones obvias.
La Diócesis de Belley ya existía cuando nació Vianney; pero, a comienzos de la normalidad napoleónica, el futuro emperador consiguió que su tío Joseph Fesch fuera nombrado por el Papa arzobispo de Lyon y, enseguida, cardenal. Además, para darle a su tío, que pasaba a ser el primado de Francia, una diócesis más grande, Napoleón hizo que el territorio de Belley pasara a Lyon. Vianney estuvo en el seminario de Lyon como seminarista de la arquidiócesis. Cuando en 1821 fue nombrado párroco, Ars todavía pertenecía a la arquidiócesis lugdunense, porque recién en 1822 el papa Pío VII reestableció la Diócesis de Belley.
Pero, entonces ¿por qué no fue ordenado Vianney en Lyon, que queda a diez kilómetros de Dardilly y a donde hubiera llegado caminando en apenas dos horas?
No fue ordenado allí, porque en Lyon ya no estaba el obispo. El tío de Napoleón no tenía las simpatías del rey que acababa de asumir. Marchó a Roma, donde estuvo al servicio de la Iglesia hasta su muerte, en 1839, sin regresar a Lyon ni renunciar a su título. Fue su vicario, el P. Juan Bautista Courbon quien tomó la decisión de que el futuro Cura de Ars recibiera la ordenación, diciendo: “la Gracia de Dios hará lo que falte”. Y así el diácono Vianney, con todos los papeles en regla, marchó a Grenoble para ser ordenado sacerdote.
Qué lindo que te ordene tu obispo, que te ha acompañado en tu vocación; qué lindo que estén presentes tu familia, tus amigos, las comunidades en las que estuviste cuando eras seminarista; qué lindo que la ordenación sea en tu diócesis: en la catedral o en la parroquia de tu pueblo… nada de eso tuvo el futuro cura de Ars en su ordenación: llegó allí solo y a pie.
El Obispo de Grenoble era Monseñor Claudio Simón. Había llegado a la diócesis en 1802, comienzos de la normalidad napoleónica y permaneció allí como pastor hasta su muerte, en 1825. A poco de llegar había reabierto el seminario diocesano, instalándolo en un antiguo convento de los Mínimos de san Francisco de Paula, que habían sido expulsados por la revolución. La ordenación de Vianney fue en la capilla del seminario.
Al parecer, alguien le señaló al obispo que se le estaba molestando por muy poca cosa: ¡una sola ordenación y de un seminarista forastero! Un hombre que, además, con la vida que había llevado y con esos días de camino, tendría un aspecto que haría honor a su nombre de Juan Bautista.
Sin embargo, Mons. Simón contempló la figura austera de aquel diácono que pedía el orden del presbiterado y dijo, con una sonrisa: “no es gran trabajo ordenar un buen sacerdote”.
Años más tarde, en sus catequesis, el Santo Cura recordaría el momento de su consagración con estas palabras: “El sacerdote es algo grande. No, no se sabrá lo que es, sino en el cielo. Si lo entendiéramos en la tierra, moriría uno, no de espanto, sino de amor”.
Ese es el amor que está detrás de la oración que en este mismo seminario pasó a ser también la canción que tantas veces cantamos: “Te amo, Dios mío y deseo amarte, hasta el último suspiro”. Es la respuesta de San Juan María Vianney al amor de Dios.
Para que también nosotros sintamos el amor del Señor y podamos siempre responderle fielmente, santo Cura de Ars, ruega por nosotros. Amén.
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