Amigas y amigos: hoy es “la noche de Reyes”, la noche que tanto esperábamos de niños y que muchos niños siguen esperando, como lo hicimos los mayores, muchos años atrás… Para la iglesia, el 6 de enero es la fiesta de la “Epifanía” del Señor. Epifanía significa “manifestación” y los reyes magos son esos tres hombres que, siguiendo una estrella, llegaron a Belén desde países lejanos, para adorar al Niño Jesús. Esos tres hombres representan a todos aquellos que, aún desde distintas creencias, tienen un profundo sentimiento religioso y buscan la salvación.
El evangelio los llama “magos”, pero el profeta Isaías anunció la venida de “reyes” y así, juntando los dos nombres, tenemos “los reyes magos”.
Este relato, que escucharemos mañana, cierra un ciclo de historias en relación con la Navidad, que comienza con el anuncio del nacimiento del Bautista y sigue con la anunciación a María, la visitación de María a Isabel, el sueño de José, el viaje a Belén, el nacimiento, los ángeles, los pastores, la llegada de los Magos, la huida a Egipto y la matanza de los inocentes.
Estas historias son muy vívidas, con personajes bien definidos, a los que escuchamos expresarse y a los que vemos actuar.
Todo eso contrasta con el evangelio que encontramos hoy. En este domingo leemos el prólogo del evangelio según san Juan.
El prólogo está en el comienzo de este evangelio, en el primer capítulo; pero no tenemos que pensar que fue lo primero que el evangelista escribió; tal vez haya sido lo último, como una especie de síntesis que sirva de introducción a todo su evangelio.
El prólogo contrasta con los relatos de Navidad por su forma de expresarse que podríamos llamar “abstracta”, pero que también se hace poética. No es una lectura fácil; no porque no se pueda leer de un tirón, sino porque hay que ir deteniéndose en cada versículo y aún en cada palabra para poder sacar provecho del texto.
El primer versículo del prólogo nos dice:
Al principio existía la Palabra
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. (Juan 1,1)
Para el lector que conoce la Escritura, la expresión “al principio” lo lleva a otro libro, el primero de la Biblia, el Génesis, cuyo primer versículo dice:
Al principio Dios creó el cielo y la tierra. (Génesis 1,1)
Poco más adelante, en el versículo 3, leemos: “Entonces Dios dijo”; es decir, hizo uso de la Palabra. Seguimos leyendo y vemos que esa expresión “Dios dijo” se va repitiendo. Cada vez que Dios dice su Palabra, algo nuevo es creado. Volvamos ahora al prólogo de san Juan:
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. (Juan 1,3)
A través de estas primeras líneas, Juan quiere hacernos ver que la Palabra no es simplemente la facultad o capacidad de hablar que tiene Dios. Al decirnos que la Palabra está junto a Dios, que la Palabra es Dios, está personificando la Palabra. La Palabra no es simplemente algo que Dios dice, sino que es Alguien que hace realidad lo que Dios dispone.
Volvamos al Génesis. ¿Cuál es la primer obra que aparece a partir de la Palabra?
Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.
Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; (Génesis 1,3-4)
La luz… Juan sigue hablándonos de la Palabra y nos dice:
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron. (Juan 1,4-5)
El Génesis nos habla de la luz física, la luz que hace posible que veamos todo lo que nos rodea. Juan nos habla de la vida presente en la Palabra y nos dice que esa vida es la luz de los hombres. Más adelante lo dice aún más claramente:
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre. (Juan 1,9)
Esta “luz verdadera” de la Palabra ilumina interiormente, ilumina el espíritu. Como luz verdadera, la Palabra hace conocer al hombre la verdad más profunda sobre Dios y, en consecuencia, sobre sí mismo. Esa luz no fue aceptada por todos. Algunos no la conocieron; otros no quisieron recibirla.
Si seguimos estas reflexiones, podríamos pensar que la Palabra, que es luz, que es vida, es solo espíritu y que de alguna forma nuestro espíritu se conecta con ella. Está presente en el mundo, “ilumina todo hombre”… pero ¿de qué manera?
Poco a poco san Juan va haciéndonos ver cómo la Palabra entra en la historia y en la vida de la humanidad. Nos habla así de un hombre enviado por Dios como “testigo de la luz”: Juan el Bautista. Juan da testimonio de la luz “para que todos creyeran por medio de él”. Así, el evangelista nos va preparando, poco a poco, para la gran revelación:
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros. (Juan 1,14)
La Palabra, que estaba junto a Dios, que era Dios, que era vida, que era la luz verdadera, la Palabra se hizo carne: es decir, se hizo hombre, tomó nuestra humanidad y vivió entre nosotros. Más adelante, nos dice el nombre de la Palabra hecha carne:
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. (Juan 1,17)
Jesús, el Cristo, es la Palabra. Pero todavía le falta a Juan completar su revelación, ser más explícito:
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Hijo único,
que está en el seno del Padre. (Juan 1,18)
La Palabra, Jesucristo, es el Hijo único del Padre. Quien se ha hecho carne, quien se ha hecho hombre es el Hijo de Dios. Por eso, Él puede decirnos quién es Dios, y cómo es Dios realmente. Después de este prólogo, el capítulo continúa con la actuación de Juan el Bautista, el bautismo de Jesús y el llamado de los primeros discípulos. Allí va Jesucristo, la Palabra eterna del Padre, el Hijo de Dios, caminando entre nosotros. Su vida, con sus encuentros, sus palabras y sus obras; su pasión, muerte y resurrección; nos hablarán del Padre, de su amor por el mundo que lo lleva a entregar a su Hijo único; del amor del Hijo, que amó a los suyos “hasta el extremo”, hasta dar la vida.
Volviendo a los relatos de Navidad que nos presentan los evangelios de Mateo y Lucas, el comienzo del evangelio de Juan que hemos recorrido en forma salteada, nos invita a contemplar en ese niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” a aquel que es la Palabra eterna del Padre, el Hijo único del Padre, vida y luz de los hombres. Vida y luz nuestra, que estamos llamados a seguir reconociendo y recibiendo cada día de nuestra vida.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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