martes, 14 de enero de 2025

Beato Jacinto Vera: obispos uruguayos visitaron Tinajo, en las Canarias, la tierra de sus orígenes.

Misa en la ermita Nuestra Señora
de los Dolores, Tinajo, Lanzarote

Mons. Arturo Fajardo, obispo de Salto y Mons. Heriberto Bodeant, obispo de Canelones, visitaron las Islas Canarias del 10 al 13 de enero. Fueron recibidos por el obispo de Canarias, Mons. José Mazuelo y la Sra. Cónsul General del Uruguay en Canarias, Gabriela Chifflet. Ella les dijo que son 16.000 los compatriotas que viven en las Islas. 

En la isla de Lanzarote, los obispos celebraron la Misa del domingo 12 en la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, de la cual el beato Jacinto fue siempre muy devoto. 

Visitaron luego la Iglesia parroquial de San Roque, donde fueron bautizados y se casaron los padres de Jacinto. Allí se encuentra expuesto un retrato del beato y una importante reliquia que fue llevada allí por Mons. Alberto Sanguinetti, obispo emérito de Canelones, en su visita a Canarias en 2023.

El lunes 13, con varios sacerdotes y la presencia de muchos uruguayos, celebraron la Eucaristía en la parroquia San José Obrero de Cruce Arinaga. Ambas celebraciones fueron muy concurridas. En ellas Mons. Heriberto trazó una semblanza del beato, destacando sus raíces canarias.

Los obispos quedaron gratamente sorprendidos por la significación que tiene el beato Jacinto en su pueblo. La beatificación, el 6 de mayo de 2023 fue seguida en directo en pantallas colocadas en la iglesia de Tinajo.

Esta visita la hizo posible, en gran medida, el salteño Roberto Da Costa, desde hace muchos años afincado en Gran Canaria y muy vinculado a la Iglesia local. Tanto él como su esposa y otro matrimonio amigo, así como los párrocos y un joven diácono en camino al sacerdocio hicieron muy grata la visita de nuestros pastores.

Homilía de Mons. Heriberto el domingo 12 de enero, en la ermita Nuestra Señora de los Dolores.

Queridos hermanos y hermanas:

Con Mons. Arturo, hemos querido venir a Tinajo como peregrinos, en este Año Santo, a conocer los orígenes del beato Don Jacinto Vera y Durán, primer obispo del Uruguay.

Les agradecemos su acogida y esperamos ayudar a que el beato Jacinto, que nos pertenece, tanto a nosotros como a ustedes, sea más conocido y querido aquí, donde fue concebido por sus padres.
Como se ha dicho, soy obispo de Canelones. Canelones es a la vez una diócesis y uno de los diecinueve departamentos, que serían aquí como las provincias, en los que está dividido el Uruguay.
Los habitantes de Canelones no se llaman a sí mismos “canelonenses” o algo parecido, sino “canarios”, porque canarios fueron muchos de sus primeros pobladores, que fueron llegando a lo que hoy es el Uruguay desde comienzos del siglo XVIII. Canarios fueron los primeros pobladores de Montevideo y desde esa ciudad puerto se fueron extendiendo al interior del país. Y como ha sido y será, quienes emigran primero y tienen buena fortuna, llaman a familiares y amigos, y así partieron de estas islas a muchos rincones de América.

El 30 de abril del año 1800, en la parroquia de San Roque de Tinajo, aquí, en Lanzarote, contrajeron matrimonio Gerardo Vera, de 26 años de edad y Josefa Durán, de 25.
Del expediente matrimonial surge que ambos eran naturales y vecinos de Tinajo, de condición humilde. Ambos habían cumplido el precepto de la comunión pascual y conocían la doctrina cristiana. Ninguno firmó su declaración, por no saber firmar. Tenían cierto grado de parentesco, lo que hizo necesario pedir y recibir la dispensa del obispo de Canarias, Don Manuel Verdugo. Esas situaciones de parentescos eran comunes en la isla y eso traía muchas repeticiones de apellidos, lo que traía también sus confusiones, porque, a veces, para distinguirse, se recurría al apellido de alguno de los abuelos. Algo de eso sucedió con los padres de Jacinto, como quedó consignado en distintos documentos.

Gerardo y Josefa se tomaron un poco de tiempo para formar su familia. Francisco Antonio, el mayor, nació en 1804; en 1806, Dionisio y en 1810 María, que en Canelones llegó a tener una importante propiedad de tierras, una parte de las cuales donó para que se creara un pueblo, que hoy es una pequeña ciudad que, tal como lo pidió ella, lleva el nombre de San Jacinto, el santo de su hermano menor.

En junio de 1813, la familia Vera Durán emprendió el viaje a América. Josefa esperaba un hijo, que sería Jacinto. El futuro beato nació en el barco, en pleno viaje, ya cerca de las costas de Brasil, el 3 de julio. El barco tocó tierra en un lugar llamado entonces, en portugués “Desterro”, un nombre que suena poco simpático y que, en cierta forma, anunciaba el destierro que, muchos años más tarde, sufriría Don Jacinto. Pero, en realidad, Destierro, correspondía a “Nuestra Señora del Destierro”, en referencia a la huida a Egipto de la Sagrada Familia, que recordamos hace no mucho, el día de los Santos Inocentes. Aquel lugar es hoy la capital del estado de Santa Catarina y tiene el bonito nombre de ”Florianópolis”; pero la parroquia, hoy catedral, sigue llevando el nombre de esa advocación de la Virgen, Nuestra Señora del Destierro.

El 2 de agosto, Jacinto fue bautizado en aquella iglesia. Enterado de la situación de inestabilidad política en su lugar de destino, la familia se quedó por algún tiempo en Desterro. Allí nació la quinta hija del matrimonio, que recibió el nombre de Mariana.

Voy ahora a avanzar más rápidamente en esta historia. En 1820 los Vera llegan finalmente a lo que hoy es Uruguay, en Maldonado. Allí comienzan a trabajar en un campo. Les va bien, hacen algunos ahorros y en 1826 compran una pequeña propiedad en un lugar llamado Toledo, que está en el departamento de Canelones.

Los Vera van a Misa todos los domingos a una capilla dedicada a Nuestra Señora del Carmen y allí comienza a nacer la vocación de Jacinto. A los 19 años, Jacinto participa en unos Ejercicios Espirituales y ahí ve claramente el llamado de Dios al sacerdocio.

Aquí tenemos que ubicar la situación de la iglesia en aquel país que acababa de convertirse en la República Oriental del Uruguay. No había allí ningún obispo. No había seminario. Había muy pocos sacerdotes. La autoridad eclesiástica era un vicario apostólico, un sacerdote nombrado por el Papa.

¿Dónde podía formarse entonces un sacerdote? En Buenos Aires. Pero eso era costoso. Jacinto le pide a su padre, con quien venía trabajando como miembro de la familia, que lo contrate como peón, es decir, que le pague por su trabajo, de manera de ahorrar para pagarse los estudios. Mientras tanto, con la ayuda de un sacerdote, se fue preparando en el latín. En Buenos Aires, sus pocos recursos solo le permiten ser alumno externo, es decir, concurrir a clases, pero no vivir en el seminario. Se las arregla como puede con sus gastos de pensión. Finalmente, el 28 de mayo de 1841 recibió la ordenación sacerdotal de manos de Don Mariano Medrano, obispo de Buenos Aires.

Regresó al Uruguay, donde fue enviado a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en Villa Guadalupe de los Canelones, hoy ciudad de Canelones, capital del departamento del mismo nombre. La antigua parroquia es hoy catedral.

En Canelones permaneció 17 años. Fue allí como teniente cura, pero tuvo párrocos que se ocupaban de otros asuntos, se ausentaban frecuentemente y dejaban todo en sus manos. A pie, a caballo, o en vehículos de tracción a sangre, recorrió la extensa parroquia, mostrando una gran cercanía con la gente, sabiendo estar con ellas tanto en velorio y en fiesta, compartiendo sus penas y alegrías, desprendiéndose muchas veces de lo suyo para auxiliar a un pobre. En el seminario había recibido una formación sólida, que se constata en sus distintos escritos, desde su correspondencia personal hasta sus cartas pastorales; pero esa formación no le hizo perder el carácter campechano: de buen humor, de reír o hacer reír con un chascarrillo, capaz de comprender y consolar, de corregir sin lastimar, de buscar soluciones prácticas, siempre considerando la situación de las personas. Supo ser firme y claro en sus decisiones, que muchas veces le costaron dolores de cabeza y, en una ocasión, un destierro temporal. La devoción a la Virgen de los Dolores, que venía de sus ancestros, lo acompañó y consoló en muchas de esas tribulaciones.

Eso último sucedió cuando pasó a ser vicario apostólico, es decir, el delegado del Papa como cabeza de la Iglesia en el Uruguay, que todavía no tenía obispo, todavía no era una diócesis, sino un “vicariato apostólico”. A fines de 1859 comenzó su misión al frente de la Iglesia en el Uruguay. Así como había recorrido su extensa parroquia de Canelones, se lanzó a recorrer el Uruguay entero. Acompañado de buenas sacerdotes, en el medio de transporte que fuera posible, visitó las parroquias permaneciendo durante varias días en misiones que dejaron imborrables recuerdos. Así como se había ganado el afecto de sus feligreses, se ganó el cariño de los fieles de todo el Uruguay.

En 1861 se produjo un conflicto con el gobierno, que se consideraba heredero de los derechos de patronato que tuvo en otros tiempo la corona española. Eso impedía al Vicario nombrar o remover sacerdotes sin anuencia del gobierno; más aún, el gobierno pretendía imponer su decisión. Al plantearse una situación grave con el cura de la iglesia matriz de Montevideo, Estado e Iglesia entraron en un conflicto que desembocó en el destierro de Vera a Buenos Aires. Un año después, hubo cambios en el gobierno y Vera fue reconocido en todas sus facultades y regresó al Uruguay. Nunca tuvo sentimientos de rencor ni deseos de venganza frente a sus enemigos. Muy al contrario, en aquel Uruguay tantas veces en guerra civil, fue promotor de paz, de encuentro y de concordia.

El Papa Pío IX lo nombró obispo y recibió la consagración episcopal el 16 de julio de 1865… sin embargo, todavía no había una diócesis en Uruguay. Monseñor Vera recibió el título de Obispo de Megara.

El Papa León XIII, en 1878, creó la diócesis de Montevideo, que abarcaba todo el Uruguay. Esa fue nuestra primera diócesis, por lo que solemos decir que somos una iglesia joven.
Don Jacinto continuó recorriendo el Uruguay con sus visitas misioneras. En 1880 creó el Seminario que es hoy nuestro seminario interdiocesano, por donde pasamos nosotros y donde siguen formándose los jóvenes llamados al sacerdocio. Don Jacinto quería que sus sacerdotes fueran santos, sabios y apostólicos.

El 6 de mayo de 1881, en plena misión, lo encontró la muerte. Un joven poeta católico, muy cercano a Don Jacinto, al recibir la noticia exclamó “ha muerto el santo”.
El camino del cuerpo desde el lugar de misión hasta Montevideo fue saludado a lo largo de toda la ruta. El 8 de mayo se realizó el funeral y el 11 fue sepultado. A lo largo de esos días desfiló el pueblo que quería despedir a su querido y llorado pastor.
Muy pronto se inició un movimiento para construir un monumento funerario para su tumba en la catedral de Montevideo. Los fondos se reunieron por medio de colecta popular, pidiendo a cada uno una pequeña donación. El monumento, en la catedral de Montevideo, lo representa de rodillas, con las manos juntas en oración, ubicado sobre un alto pedestal. Uno puede ubicarse en un punto donde su cabeza se inclina hacia el visitante, como invitándolo a acompañarlo en la oración.

El 6 de mayo de 2023 celebramos en Montevideo la beatificación de Don Jacinto. Fue un día de lluvia, pero no tanta como para que nos empapáramos… Yo recordé a un obispo nuestro, hombre de campo, que tenía un refrán: “Dios mide el viento para la oveja recién esquilada”… Pues sí, Dios midió la lluvia para que fuera para nosotros un poco de sacrificio, pero no tanto para que nos privara de la fiesta.

Mucho, muchísimo más quisiera compartirles de lo que ha significado la beatificación de este hijo de Lanzarote, de este canario que ha marcado también nuestro pequeño mundo canario de Canelones y a todo el Uruguay. Nos confiamos a su intercesión y quiera Dios que por medio de él sean escuchadas nuestras súplicas y se nos regale, no solo las gracias que cada uno necesite, sino tal vez el milagro que un día pueda llevarlo a la canonización.

Beato Jacinto Vera, ¡ruega por nosotros!

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