jueves, 30 de enero de 2025

“Mis ojos han visto la salvación” (Lucas 2, 22-40). Fiesta de la Presentación del Señor.

Han pasado 40 días desde la Navidad, pero en la fiesta que celebramos hoy volvemos a encontrar al niño Jesús, todavía un bebé, en brazos de su madre.

Esta fiesta, que se llama “presentación del Señor” ha sido nombrada en otros tiempos de distinta manera. Poniendo más énfasis en la Madre de Jesús, se le llamó “purificación de la Virgen”, un nombre un poco extraño cuando creemos que María es la Inmaculada, es decir, la purísima. 

Se le llamó también “la Candelaria”, nombre que quedó en la historia del Uruguay, cuando el 2 de febrero de 1516 el navegante español Juan Díaz de Solís tocó tierra en lo que hoy es Punta del Este y puso al puerto que había encontrado el nombre de “Nuestra Señora de la Candelaria”, la Virgen de las candelas. Las candelas eran las velas que se encendían, como se sigue haciendo, en esta celebración, para recordar a Jesús como luz del mundo. De ahí viene el bonito nombre de Candelaria o Candela, con los que son bautizadas algunas niñas.

El relato de Lucas tiene tres grandes momentos. En el primero, José y María llevan al niño al templo en cumplimiento de la Ley de Dios. Lucas es muy enfático en decirnos que María y José están haciendo lo que indica la Ley:

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. (Lucas 2,22-24)

Lo indicado por la ley concierne, en primer lugar, a la madre, que para su purificación, después del parto, debe ofrecer un sacrificio, consistente en un cordero y una tórtola; pero si es pobre, basta ofrecer dos tórtolas. Esa fue la ofrenda de María y José: la ofrenda de los pobres.

En segundo lugar, una indicación de la ley concierne al niño primogénito, que era el caso de Jesús. Recordando que en la salida de Egipto Dios hirió a los primogénitos de los Egipcios, pero salvó a los de los israelitas, se debía pagar un rescate por el primogénito y eso es lo que hicieron María y José.

Para esto no era necesario ir al templo, pero ellos, creyentes piadosos, decidieron hacerlo.

Respondiendo al llamado de la Ley, llevaron, pues, al niño Jesús para presentarlo en el templo.

Si el primer momento fue el de la Ley, llega ahora el momento del Espíritu.

Nada se nos dice sobre un encuentro con los sacerdotes; en cambio, aparecen en escena dos personajes que reconocen a Jesús: el anciano Simeón y la profetisa Ana. El Espíritu Santo hace declarar a Simeón:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.» (Lucas 2,29-32)

De Ana se dice que es profetisa; por eso pensamos que también ella es movida por el Espíritu Santo, pues…

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. (Lucas 2,38)

La ley de Moisés, que José y María se disponen a cumplir como judíos piadosos que son, los llevó al templo. El Espíritu Santo movilizó a los dos ancianos que dieron testimonio de quién era aquel niño. Es así que se produce el encuentro con el Señor. El templo, más que la construcción y sus grandes explanadas, es la casa de Dios, la casa para el encuentro de su Pueblo con Él. En la historia de la salvación, en la comunidad que es la Iglesia, el Señor viene a nosotros cada día y estamos llamados a reconocerlo y recibirlo, dejando que Él sea el centro de nuestra vida y que alrededor de Él todo se organice y encuentre armonía.

En el centro del breve discurso de Simeón resaltan estas palabras: “mis ojos han visto la salvación”. Es el tercer momento: el de la visión. La visión no es aquí la mirada física. Simeón tiene delante de sus ojos a unos esposos que llevan en brazos a un niño pequeño. No está ante Jesús adulto, el Mesías que predica con autoridad y hace milagros. Simeón, como los pastores en Belén, reconoce a Dios en la humildad y en la sencillez y lo recibe. No quiere nada más, no necesita nada más. Tan solo tener por un momento en sus brazos al niño y dar gracias a Dios por lo que ha podido ver: la obra de Salvación de Dios.

Pero en la visión de Simeón también hay una palabra para María, que es también una palabra sobre Jesús:

«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.» (Lucas 2,34-35)

En esta escena tan tierna, la cruz aparece en el horizonte, porque la salvación llegará a través de la cruz; a través de esa muerte violenta que Jesús transformará en ofrenda de amor. La presentación de Jesús en el templo anticipa esa entrega total de su vida. La madre que presentó a su hijo en el templo estará también al pie de la cruz. En el dolor, ella también hará su propia ofrenda, la vida de su Hijo. 

La alegría cristiana, nuestra alegría, pasa, inevitablemente, por la participación en la cruz de Cristo. María, madre de Jesús, unió su corazón al corazón traspasado del Hijo de Dios. Pero no olvidemos todo lo que brota del corazón abierto de Jesús, representado por el agua y la sangre que se hace luz para nuestra vida. Al encender hoy nuestra candela en la celebración, hagámoslo con el deseo de renovar nuestra unión con Cristo, el salvador, luz del mundo, luz de nuestra vida.

En esta semana

  • Lunes 3, San Blas, obispo y mártir. Día en que se hace la bendición de las gargantas.
  • Miércoles 5, Santa Águeda, virgen y mártir
  • Jueves 6, santos Pablo Miki y compañeros, mártires en Japón.
  • Del viernes 7 al domingo 9, Peregrinación a María, organizada por nuestro obispo emérito Mons. Alberto Sanguinetti, desde Progreso hasta Florida, al santuario de la Virgen de los Treinta y Tres.
  • Domingo 9 de febrero. A las 19 horas, asume la parroquia San Miguel Arcángel en Los Cerrillos, el P. Néstor Rosano.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

No hay comentarios: