En el programa anterior hablamos de las bienaventuranzas en el evangelio según san Lucas: felices los pobres, felices los que tienen hambre, felices los que lloran, son las tres primeras, ya bastante difíciles de comprender. Vamos a recordar lo que dice la cuarta:
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! (Lucas 6,22)
“A causa del Hijo del hombre”, es decir, no por cualquier razón: a causa de Jesús, a causa de ser discípulos de Jesús que buscan cada día vivir su Palabra, vivir el Evangelio. Jesús está anunciando a sus discípulos que serán perseguidos a causa de su nombre, por aquellos que lo rechazan. De hecho, repetidamente Jesús advierte a quienes quieren seguirlo, que no pueden pensar en tener un destino diferente al suyo:
“Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí… Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes” (cf. Juan 15,19-20)
Sentir que somos perseguidos “a causa de Cristo” puede ser muy consolador; pero tengo que discernirlo con cuidado. Si yo digo que soy cristiano, pero, en realidad, en mi vida de todos los días no actúo como tal, sino de manera egoísta, tratando de forma desconsiderada y grosera a los demás y mostrando muy poco amor… pues es posible que mucha gente no me quiera y me rechace, pero no por ser cristiano sino por esa forma de conducirme en la vida…
Después del evangelio que escuchamos el domingo pasado, Jesús nos pone hoy ante cuatro mandamientos muy exigentes, que pueden resumirse en el primero: “amen a sus enemigos”. Si el amor a Dios y al prójimo son los dos grandes mandamientos que ponen a prueba la autenticidad o no de nuestra vida cristiana, aquí Jesús nos está diciendo hasta dónde tiene que llegar ese amor… pero, en definitiva, recordemos que él no se limitó a decirlo, sino que fue el primero en vivirlo.
Amen a sus enemigos,
hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen,
rueguen por los que los difaman.
(Lucas 6,27-28)
Amar a los enemigos. No se trata solamente de no devolver mal por mal, que ya es algo bueno. Se trata de devolver bien por mal.
Pero necesitamos detenernos en el verbo “amar”. Recordemos que los evangelios fueron escritos en griego y en esa lengua hay tres verbos que nosotros traducimos como “amar”: eraô, que se refiere al amor entre hombre y mujer; phileô, el amor de amistad y agapáo, que es el verbo que en el Nuevo Testamento se utiliza para expresar el amor cristiano, como un amor que se ocupa y se preocupa por el otro, que quiere el bien de las personas amadas y que está dispuesto a la renuncia y al sacrificio.
Al decirnos “amen a sus enemigos”, Jesús no emplea el verbo phileô, el del amor de amistad. No nos está mandando “hacernos amigos” de los enemigos. Jesús era amigo de publicanos y pecadores, pero no era amigo de Herodes, de Anás o Caifás, que fueron sus enemigos. Los amaba, los quería salvar, pero no eran sus amigos.
El verbo que emplea Jesús para decirnos “amen a sus enemigos” es agapáo. Este amor no viene de nuestra naturaleza biológica o psicológica. Es el amor de Dios. Es un amor que viene de Dios, que solo es posible vivir como un don de Dios. Cuando leemos en la primera carta de Juan, que dice “Dios es amor” tenemos que comprender que el amor no es algo que pueda quedar encerrado en sí mismo.
Dios es amor y por eso Dios ama. El amor que viene de Dios lleva a hacer el bien y solo el bien, en modo gratuito, es decir, sin esperar nada a cambio, ni siquiera el agradecimiento. No es que esté mal que nos den las gracias, no es que esté mal que lo que hacemos sea reconocido por los demás… pero no es eso lo que busca el agapáo, el amor que viene de Dios. Ese es el amor con el que Jesús hace de toda su vida una vida de entrega, que culmina en la cruz. La cruz es el rechazo de ese amor; pero Jesús no dejó de darlo, de ofrecerlo. Un amor incondicionado que buscará hacer todo lo posible para que el otro conozca y llegue a la verdadera felicidad, al encuentro de Dios. Un amor capaz de vencer a la muerte, de volver a la vida y de abrir un camino hacia la eternidad.
Más adelante, en su explicación sobre estos mandamientos, Jesús vuelve a hablar del amor a los enemigos:
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. (Lucas 6,32).
“¿Qué mérito tienen?” Muchos biblistas discuten esta traducción. La palabra que aquí suele traducirse como “mérito” es, en griego, charis, que significa “gracia”. La Gracia es lo que define el amor de Dios; como decíamos antes, un amor que se entrega sin esperar nada a cambio, que se da “gratuitamente”.
Dios no es un ídolo. Un ídolo es un falso dios, que nos llena de exigencias y siempre está insatisfecho. Siempre pide más y más. Un ídolo es todo aquello que se transforma en el centro de nuestra vida y nos hace sacrificar todo para mantenerlo a él. Pensemos en todo lo que provoca una adicción: a una droga o al dinero… siempre pidiéndonos más y haciéndose cada vez más destructiva, rompiendo nuestros vínculos de familia y amistad, hasta terminar desquiciando nuestra propia vida.
Dios es el Dios de la vida. Dios es amor, amor que se entrega. El llamado de Jesús a amar a los enemigos no es una exigencia imposible, para que nos desesperemos por cumplirla porque si no nos echará fuera. Dios no pide: Dios da. Dios no pide nada que Él mismo no nos haya dado, no nos haga posible realizar. Amar como Dios ama, es posible porque Él nos comunica su amor. No solo nos ama. Nos da su amor para que podamos amar como Él nos amó.
Para esto el Hijo de Dios se hizo hombre: para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor más grande, el amor que recibimos de su Padre. Este es el amor que Jesús da a quienes quieren seguirlo de corazón, a quienes lo escuchan como discípulos. Con Él, gracias a su amor, gracias al Espíritu Santo que Él nos entrega, podemos amar y hacer el bien a quienes no nos aman e incluso a quienes nos hacen daño.
Culmina la Misión San Francisco Javier
Este domingo, a las 11:15, en la parroquia San Isidro culmina la Misión San Francisco Javier. 140 jóvenes, distribuidos en unas doce capillas de barrio y de campo, han vivido junto a quienes los recibieron una intensa semana de encuentro, escucha de la Palabra, celebración y oración. El año próximo culmina este ciclo. Los despedimos, agradecidos, y los esperamos en 2026.
1 de marzo: asume en Uruguay el nuevo presidente
Dice san Pablo a Timoteo:
“te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas (…) por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.” (1 Timoteo 2,1-2)
En ese espíritu rezamos por las nuevas autoridades de nuestro país: por el parlamento que inició sus tareas el sábado 15 y el nuevo presidente que asumirá el primero de marzo.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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