sábado, 15 de febrero de 2025

Hambrientos y satisfechos (Lucas 6,12-13.17.20-26). VI Domingo durante el año.

Hambrientos y satisfechos es uno de los contrastes que nos presenta el evangelio de este domingo. Nos encontramos hoy con una de las versiones de los dichos de Jesús conocidos como “las bienaventuranzas”, la que encontramos en el evangelio de Lucas. La otra versión la presenta el evangelio de Mateo, al inicio del discurso conocido como “sermón de la montaña”.

“Bienaventuranza” es una palabra castellana muy expresiva, pero cuyo uso fue quedando acotado a estos dichos de Jesús. En las traducciones del evangelio de otra época, estos dichos comienzan diciendo “bienaventurados los…” y ahí seguían distintas situaciones de personas “bienaventuradas”.

Una palabra bonita, porque en su significado está el bien que comienza a realizarse en el presente y se irá completando en el futuro. Una persona bienaventurada es alguien que está recibiendo en su vida el bien y ese bien se irá haciendo aún mayor. Un sinónimo de bienaventurado es “beato”, que es el título que la iglesia da a una persona de la que se ha llegado a la convicción de que está junto a Dios, como el beato Jacinto Vera o las beatas Dolores y Consuelo Aguiar. Un bienaventurado es alguien cuya vida está encaminada hacia la eternidad, hacia la vida eterna en la Casa del Padre.

La palabra con la que hoy se traduce “bienaventurado” es “feliz”. Tal vez pueda parecernos como algo menos… pero hablamos de la felicidad eterna, de la pertenencia al Reino de Dios desde ahora, desde esta vida y para siempre.

San Mateo nos presenta ocho bienaventuranzas. Lucas, en cambio, cuatro. Pero es aquí donde aparece el contraste, porque a esas cuatro bienaventuranzas, Lucas contrapone cuatro “ayes”, cuatro frases que comienzan con un “¡Ay de ustedes…!” Escuchemos ese pasaje del evangelio:

Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
    «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
    ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
    ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
    ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
    ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
    Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
    ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
    ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
    ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Las ocho expresiones son fuertes, incisivas. Con ellas, Jesús nos abre los ojos y nos llama a revisar toda nuestra vida, a vernos con su mirada, no con la mirada del mundo. Los pobres, los hambrientos, los que lloran, los odiados y perseguidos no pueden ser considerados felices… No es que Jesús considere que esas situaciones están bien. La bienaventuranza, la felicidad, está en la promesa de Jesús: entrar en el Reino de Dios, ser saciados por Dios, reír y alegrarse por la recompensa en el Cielo. Mateo desarrolla más el sentido de las bienaventuranzas y las abre como un programa de vida para todo el que quiera seguir a Jesús.

Aquí, en el evangelio de Lucas, Jesús está mirando y hablando a sus discípulos, a los que él llamó después de una noche de oración. Ellos son pobres porque lo dejaron todo para seguir a Jesús. Recordemos lo que habían hecho Pedro y sus compañeros:

Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. (Lucas 5,11)

Y Leví, sentado junto a la mesa de la recaudación de impuestos:

Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. (Lucas 5,28)

La renuncia a los bienes va siempre incluida en el llamado de Jesús:

«… cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.» (Lucas 14,33)

No se trata de convertirse en mendigos. Los bienes de este mundo son preciosos, esenciales para la vida, pero deben mantenerse en su lugar. No pueden convertirse en un obstáculo insuperable para aquellos que quieren entrar en el Reino de Dios. Eso sucede cuando hacemos de la riqueza un ídolo, colocado en el centro de nuestra vida, en un lugar que solo corresponde a Dios. 

El desapego de los bienes, el desprendimiento, lleva a las privaciones. El hambre es la principal de todas ellas. El hambre de los discípulos expresa también una insatisfacción con lo que ofrece el mundo. La promesa de Jesús es “serán saciados”. Detrás de esa expresión misteriosa se esconde la acción de Dios.

Recordemos las palabras de Jesús:

El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. (Juan 6,35)

“Ustedes, los que ahora lloran”… El llanto, la lamentación de los discípulos viene de su dolor ante la presencia del mal en el mundo, ante el fracaso de sus acciones mejor intencionadas. Hay ejemplos de esas lamentaciones en el mismo Jesús.

La siembra del evangelio se hace muchas veces acompañada del llanto; pero ninguna tierra vale más que la que se ha regado con las propias lágrimas. La promesa de Jesús “ustedes reirán” es la de un gozo desbordante. Es como un eco del salmo 126:

Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre cantares. (Salmo 126,5)

La última bienaventuranza, extensa, detallada, anuncia las persecuciones que sufrirán los discípulos. Pero eso confirmará que el discípulo está siguiendo al maestro, está tomando su cruz. Esa confirmación dará sentido a su sufrimiento y confianza en la recompensa final.

Los cuatro ayes que cierran este pasaje evangélico son como la contraposición a las bienaventuranzas, los contrastes de los que hablamos al principio: los ricos, los satisfechos, los que ahora ríen, los que son elogiados por los hombres… Todo lo opuesto a los bienaventurados. Quienes así viven no han puesto su confianza en Dios y son como el hombre que describe el profeta Jeremías en la primera lectura:

¡Maldito el hombre que confía en el hombre
y busca su apoyo en la carne,
mientras su corazón se aparta del Señor! (Jeremías 17,5)

Jesús no los maldice… Jesús se lamenta por ello y su lamentación es todavía un llamado de esperanza de un cambio.

El evangelio de hoy nos sacude y nos llama a reconocer lo que realmente nos enriquece y satisface y nos da una alegría verdadera. Aquello que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados. Esto lo alcanzaremos solo poniendo en el centro de nuestra vida el Reino de Dios que Jesús vino a inaugurar, a encarnar y a realizar en su persona misma, en su vida, en sus palabras y en sus obras.

Misión San Francisco Javier

En distintas zonas del decanato Piedras y decanato Centro se realiza esta semana la Misión San Francisco Javier, con jóvenes uruguayos y argentinos acompañados por sacerdotes jesuitas. El próximo domingo, a las 11:15, en la parroquia San Isidro, celebraremos la Misa de acción de gracias y cierre. 

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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