sábado, 15 de octubre de 2011

Fiesta Diocesana de Melo


Primera parte: Catequesis. Más fotos en FACEBOOK

Segunda parte: Procesión. Más fotos en FACEBOOK

Tercera parte: Misa y convivencia. Más fotos en FACEBOOK.

Homilía de Mons. Heriberto 

Querido Obispo emérito Mons. Roberto Cáceres, queridos hermanos Mons. Rodolfo Wirz, Obispo de Maldonado-Punta del Este, Mons. Jaime Fuentes Obispo de Minas, sacerdotes y diáconos permanentes. Queridas religiosas. Queridas hermanas, queridos hermanos todos:

Este año nuestra fiesta diocesana se hace ocasión para agradecer los 25 años de servicio sacerdotal que cumplirá el P. Freddy Martínez el próximo 29 de noviembre, los 25 años que cumplió el pasado día 12 el P. Thomas Toal y los que su actual obispo cumplió el 27 de setiembre. Tres veces 25… ¡entre los tres sumamos 75 años!

¡Cuánto tenemos para agradecer! El Señor sabrá lo que hemos dado o, mejor, lo que Él ha obrado a través de cada uno de nosotros. Pero nosotros sabemos, sin duda, lo mucho que hemos recibido. Y mucho más esperamos recibir. Esperamos que se cumpla lo que Jesús respondió a sus discípulos cuando éstos le dijeron: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?”. Jesús les dijo: “todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna” (Mt 19,27.29).

“Heredar la vida eterna”: ése es el “mucho más” que esperamos, por la misericordia del Señor, pero también por nuestro esfuerzo, porque, como dice San Pablo: “no sea que, después de haber predicado a otros, quede yo descalificado” (1ª Co 9,27).

Así, con la ayuda del Señor que lo hace posible, queremos seguir sirviendo al Pueblo de Dios. Predicando, para ayudar “a los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida” (VD 59). Celebrando la Eucaristía para anticipar el banquete final del Reino de Dios, anunciado por los profetas (cf. SC 31). Ofreciendo el don de la Reconciliación a los corazones movidos a la conversión y a la penitencia (cf. RP 23). Conduciendo la comunidad al modo de Jesús Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y sale a buscar la que se ha perdido (cf. Jn 10; Lc 15,4-7). Deteniéndonos para auxiliar al herido del camino, con Jesús Buen Samaritano (Lc 10,25-36). Asumiendo el desafío del Señor de remar “mar adentro” (Lc 5,4), como discípulos misioneros, junto a nuestros hermanos y hermanas en la fe, para ofrecer a todo nuestro pueblo el encuentro con Jesucristo vivo.

Los 25 años de ministerio sacerdotal nos encuentran, gracias a Dios, con salud, entusiasmo y experiencia. Pero nos hace tomar conciencia de que el tiempo ha pasado y ya no somos tan jóvenes. Mirando hacia delante, sentimos la necesidad de buscar y formar aquellos que el Señor llame para el servicio sacerdotal en esta Diócesis de Melo. Especialmente en este día de fiesta, nos unimos a la oración de todo el Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, pidiendo que el dueño del campo envíe más obreros para su cosecha. Esa oración ya ha dado sus frutos. Este año se ha incorporado a nuestro clero un nuevo sacerdote, el P. José Reinaldo. Dentro de 15 días, Dios mediante, recibirá también el Orden Sagrado el Diácono Luis Fernando. Estamos todos invitados a acompañarlo en esta catedral el sábado 29 de octubre.

Pero tenemos que seguir orando, y lo hacemos contemplando a María, Nuestra Señora del Pilar. Ella es guía para nuestro ministerio sacerdotal y para el caminar de todo el Pueblo de Dios. María del Pilar nos dice “El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado”. María, exaltada sobre la columna. En toda gran construcción, las columnas son una parte muy importante de la estructura. Apoyadas sobre los cimientos, fortalecen las paredes y sostienen el techo. Una buena columna tiene que ser sólida, inconmovible.

Los apóstoles son columnas de la Iglesia, porque nuestra fe se apoya en su testimonio de encuentro con Cristo vivo, con Cristo resucitado. Un sacerdote tiene que ser también esa columna para su comunidad: apoyo, referencia, fortaleza. Esa fuerza no es la nuestra. Somos hombres débiles. Es la fuerza de Cristo. Cristo nos fortalece para que confortemos a nuestros hermanos. Como lo dice San Pablo: “Él nos alienta en nuestras luchas para poder nosotros alentar a los demás, repartiendo con ellos el ánimo que recibimos de Dios” (2 Co 1,4).

Como sacerdotes, sabemos que necesitamos estructuras adecuadas para que la comunidad pueda contar con los servicios que necesita, para que la Iglesia pueda sostenerse. Equipos, coordinadoras, comisiones, consejos de asuntos económicos, consejos parroquiales, asambleas… Los organismos de la Iglesia deben ser siempre espacios de comunión y participación, al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Las estructuras pierden su sentido si se convierten en un fin; son únicamente una herramienta que muchas veces tendremos que actualizar o aún convertir. Esto, precisamente, para poder realizar el programa de la Iglesia, que “se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (NMI 29).

Días pasados he enviado a las parroquias una Carta Pastoral, convocando la asamblea diocesana para el sábado 26 de noviembre. Allí buscaremos de qué forma el programa de siempre, el programa evangelizador de la Iglesia, se concreta en orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de nuestra comunidad diocesana (cf. NMI 29), en un proyecto pastoral para la Iglesia en Cerro Largo y Treinta y Tres.

Para ese proyecto nos ilumina especialmente la primera lectura que hemos escuchado. Si una columna es algo quieto, inmóvil, la Palabra de Dios nos pone delante una columna muy diferente: la columna de fuego que guía al Pueblo de Dios en su peregrinación a través del desierto. Con esa columna la liturgia de hoy compara a María.

Una columna que se mueve, pero no caprichosamente. Se mueve para marcar un camino: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). María nos lleva siempre al encuentro y a la escucha de su Hijo. Una columna de fuego, una columna ardiente. Luz en la noche, pero también ardor para vivir la fe y la misión, para caminar sin detenerse.

Un proyecto pastoral tiene una meta, que no es otra que conducirnos a la Casa del Padre. Todo otro objetivo, que puede ser muy importante y muy necesario, es siempre intermedio.

Un proyecto pastoral necesita, para ser elaborado, de muchos datos de la realidad, para no ser ajeno a los desafíos del presente. Pero todo eso ha de estar iluminado por la luz de la Palabra, ese fuego que alumbra en la noche.

Un proyecto pastoral necesita también de un esfuerzo importante de preparación y formación y luego mucho empeño para llevarlo adelante. Pero no puede faltar, como nos lo enseñaba el Beato Juan Pablo II, el ardor; el fuego del Espíritu Santo que nos moviliza desde lo más hondo de nuestro corazón.

Con las palabras de aquel Papa que oró en este mismo templo, decimos a María:

Virgen Santa del Pilar: Aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad.
Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe.
Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios.
Protege a este pueblo que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, a sus hombres y mujeres.
Y asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocamos como Patrona de nuestra Diócesis. Así sea.

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