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Mons. Heriberto ordenó hoy presbítero para la Diócesis de Melo al colombiano Luis Fernando.
La celebración tuvo lugar ante una catedral colmada de fieles de distintos lugares de la Diócesis, especialmente de la Parroquia de Fraile Muerto, donde el nuevo sacerdote ejerció hasta ahora su ministerio diaconal y donde permanecerá.
A continuación, la homilía del obispo:
Hace apenas quince días esta Catedral nos recibía en el marco de la fiesta diocesana, en honor a nuestra patrona, la Virgen del Pilar.
Hoy nos se abre para otra celebración que toca también a la vida de nuestra diócesis de Melo: Luis Fernando Ospina será ordenado sacerdote para el servicio al Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres.
Luis Fernando ha recorrido un largo y sinuoso camino para llegar hasta aquí. Nació en el seno de una familia católica de la zona cafetera de Colombia, segundo de cinco hermanos. Trabajó en el campo y en la ciudad. Él nos cuenta que cuando comenzaba a esbozar un proyecto de vida “normal”, ser ingeniero agrónomo, trabajar, casarse, formar una familia, alcanzar un buen pasar, vivió una experiencia misionera que le hizo replantearse el rumbo de su vida.
A partir de allí inició un camino de misión y de búsqueda vocacional que lo fue llevando por República Dominicana, Panamá, Italia, Hong-Kong y Taiwán. Después de esa intensa experiencia, regresó a Colombia, trabajó, estudió teología y siguió preguntándose cuál era el llamado del Señor para él. En sus estudios teológicos, se relacionó con el P. Álvaro Mejía. El P. Álvaro, quien ya ha estado varias veces en nuestra diócesis y a quien debemos gratitud, es quien, en contacto con Mons. Luis del Castillo y luego conmigo, ha sido el “puente” para la venida de seminaristas colombianos a Melo, como el P. José Reinaldo, ordenado el pasado 25 de agosto. Así llega Luis Fernando a entrar en comunicación con nosotros, y se define su venida, junto con otros compatriotas, a comienzos del año pasado.
Luis Fernando estuvo primero en la parroquia de Cerro Chato, con el P. Sebastián; luego en Nuestra Sra. del Carmen con el P. Freddy y este año, como diácono, en Fraile Muerto, secundando al P. Jairo. En el Consejo de Presbiterio hemos evaluado positivamente su camino vocacional y pastoral, así como su integración a la vida parroquial y diocesana y, viendo en ello una señal positiva del Espíritu Santo, hemos accedido a su pedido de ser ordenado sacerdote.
El domingo pasado, en Fraile Muerto, me reuní con Luis Fernando y juntos leímos la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, señalada por la liturgia para este domingo.
No podemos dejar de estremecernos ante las duras expresiones del profeta Malaquías y del mismo Jesús. Malaquías habla muy duramente a los sacerdotes, y el Señor hace lo propio con los escribas y fariseos, es decir, con quienes estaban al frente de la comunidad.
Estas palabras de la Escritura nos hacen tomar conciencia de que algo tan sagrado como el ministerio sacerdotal puede ser vivido profanamente; apartándose del camino del Señor y haciendo tropezar a otros, como advierte Malaquías a los sacerdotes, o predicando con el cinismo de quien no actúa según predica y se desvive buscando privilegios, como reprocha Jesús a los maestros de la Ley. O cosas aún peores.
Pero también la Palabra de Dios que hemos escuchado nos ofrece a los ministros ordenados un verdadero directorio para el ejercicio de la autoridad.
Querido Mons. Roberto, testigo de fidelidad al ministerio recibido; queridos hermanos presbíteros; queridos diáconos; querido Luis Fernando, que vas a recibir el orden del presbiterado: dejémonos todos iluminar por la Palabra del Señor y por el testimonio del apóstol Pablo.
La palabra de Jesús, en primer lugar, Jesús nos remite a su Padre, Aquel que es su permanente referente, Aquel cuya voluntad Él vino a realizar. Sólo Dios es Padre. Sólo Él puede ser llamado Padre en el más absoluto y pleno sentido de la palabra. De Él proviene y “toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra”, como dice San Pablo (Efesios 3,14). Así es para la paternidad de un padre de familia, así es también para la paternidad espiritual. Todos los que aquí somos llamados “padres”, lo somos en cuanto participamos de la paternidad del Padre Dios, que es el Padre Verdadero. Actuamos en su nombre.
Por eso, haciendo nuestra la actitud del salmista, que dice: “mi corazón no se ha enorgullecido, Señor, ni mis ojos se han vuelto altaneros”, no podemos actuar con prepotencia o soberbia, sino con sencillez y afecto. Y cuando nos corresponde corregir, hacerlo uniendo la verdad a la caridad.
En segundo lugar, el Señor nos remite a su magisterio. Él es nuestro único Maestro. Él, Palabra Eterna del Padre hecho hombre, es el único que puede enseñar con verdadera autoridad. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” nos dice Jesús (Mateo 11,27). Por eso, sólo él es El Maestro.
Cuando los pastores enseñamos, en nombre del Señor, explicando a nuestros hermanos la Palabra de Dios, ayudándolos a profundizar su fe, sólo podemos hacerlo si volvemos cada día a sentarnos como discípulos a los pies del Maestro, meditando su Palabra y guardándola en nuestro corazón, como María.
Finalmente, el Señor nos presenta su propia manera de actuar, que es la que está detrás de su mandato: “que el mayor entre ustedes sea su servidor”. Servidor, “como el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos” (Mateo 20,28).
Luis Fernando, cuando en tu ordenación diaconal te fue entregado el Evangelio se te llamó a “creer en la Palabra de Dios que proclamas y hacer de ella tu norma de vida”. Y eso es lo que vienes procurando cada día.
Ahora, luego de recibir la imposición de manos del Obispo, se te entregará el pan y el vino para que celebres la Eucaristía y se te llamará a que consideres lo que realices e imites lo que conmemoras y a conformar tu vida con el misterio de la cruz de Cristo, viviendo cada día en entrega al Señor y a tus hermanos.
A esa entrega nos anima el testimonio de Pablo, Silvano y Timoteo, en su primera carta a la comunidad de Tesalónica. Más que como un padre, este equipo misionero se identifica con “una madre que alimenta y cuida a sus hijos”. Movidos por su gran cariño por los tesalonicenses, Pablo y sus compañeros expresan el deseo de entregarles no sólo el Evangelio, sino sus propias vidas. De hecho, así ha sido, ya que, como lo recuerdan ellos mismos, han trabajado día y noche entregándoles la Palabra de Dios.
Y esa entrega ha tenido sus frutos. Por eso, Pablo, Silvano y Timoteo no cesan en su acción de gracias al Padre, porque la Palabra predicada fue recibida en la fe y ha actuado, dando sus frutos.
Luis Fernando: nuestra Diócesis agradece tu generosidad al pedir ser ordenado sacerdote para servir al Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres. El Señor bendiga y haga fecundo tu ministerio, de modo que tú, junto a tu obispo y a tus hermanos presbíteros y diáconos, también puedas dar gracias cada día al contemplar la obra que, a través de nuestro servicio, Él mismo va realizando en aquellos que nos han sido confiados. Así sea.
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