miércoles, 21 de agosto de 2013

Encuentro Diocesano de Pastoral Familiar


Con participación de matrimonios (y en más de un caso, de toda la familia) de las parroquias de Melo (Catedral, Carmen, San José Obrero), Treinta y Tres (San José Obrero, Virgen de los Treinta y Tres), Tupambaé, Santa Clara, Fraile Muerto, Aceguá, y Río Branco, se realizó el domingo 18 el encuentro diocesano de Pastoral Familiar, en la Casa de Retiros de Melo.

Luego de la bienvenida y oración inicial se escucharon testimonios de la Jornada Mundial de la Juventud y de un matrimonio de Treinta y Tres. En grupos, los participantes reflexionaron sobre la necesidad de promover el valor de la vida humana desde su concepción y en todas sus etapas, en las actuales circunstancias del Uruguay.

En la Eucaristía, que presidió Mons. Heriberto, el Obispo, partiendo de la encíclica
Lumen Fidei del Papa Francisco, destacó el lugar de la familia en el Proyecto de Dios y en la vocación humana.

 Luego del almuerzo, nuevamente en grupos, se buscaron caminos para la Pastoral Diocesana.
A lo largo de la jornada se vivió un ambiente de fe y fraternidad y todos los presentes regresaron reconfortados y fortalecidos.


 

Papa Francisco: Fe y Familia

52. En el camino de Abrahán hacia la ciudad futura, la Carta a los Hebreos se refiere a una bendición que se transmite de padres a hijos (cf. Hb 11,20-21). El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona. En este sentido, Sara llegó a ser madre por la fe, contando con la fidelidad de Dios a sus promesas (cf. Hb 11,11).
 
53. En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe. Todos hemos visto cómo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades.
 
(Encíclica Lumen Fidei, "La luz de la Fe")

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