viernes, 29 de septiembre de 2017
Ordenación del Diácono Permanente Juan Carlos Ron
En la fiesta de San Rafael Arcángel, co-patrono de la Catedral de Melo, Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo, ordenó Diácono permanente a Juan Carlos Ron Godiño. En su homilía, el Obispo recordó la historia de este ministerio, su recuperación a partir del Concilio Vaticano II y sus pasos en la Diócesis.
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
De ellos tres, nos toca particularmente San Rafael, copatrono de nuestra catedral.
También hoy celebramos la ordenación diaconal de Juan Carlos Ron, casado, padre de familia, llamado al Diaconado permanente en nuestra Diócesis.
Diácono significa servidor. Jesús nos ha dicho “yo estoy entre ustedes como el que sirve”. La Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús, está llamada a ser, como su maestro, una comunidad servidora. El ministerio del diácono es una de las expresiones del servicio dentro de la comunidad eclesial.
El diaconado existió en la Iglesia desde los primeros tiempos. Los apóstoles ordenaron a los primeros diáconos especialmente para el servicio a un grupo de personas pobres que estaban desatendidas. De este modo, los apóstoles reservaban su tiempo para la oración y el ministerio de la Palabra (cfr. Hch 6,1-6).
Sin embargo, estos siete primeros diáconos no se limitaron al servicio de distribuir alimentos a los pobres, servicio que hacían con diligencia y caridad. Eran hombres “llenos de Espíritu y sabiduría” (6,3) y pronto encontraremos a Esteban, el primero de ellos, anunciando el Evangelio de Jesucristo y siendo el primero de los mártires (Hch 6,8 – 7,60).
El ministerio de los diáconos continuó presente en la Iglesia durante siglos.
Es recordado especialmente San Lorenzo, que sufrió el martirio en Roma, en el siglo III, el 10 de agosto de 258.
Posteriormente, el diaconado fue perdiendo importancia y quedó reducido a un ministerio transitorio, que se recibía como paso previo a la ordenación sacerdotal.
En 1964, el Concilio Vaticano II decidió “restablecer el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía” y definió así la misión de los diáconos: “en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos»” (LG 29).
En nuestra Diócesis, Mons. Roberto Cáceres, uno de los Obispos que participaron en el Concilio Vaticano II, buscó poner en práctica esa disposición que él mismo había votado, y en 1978 ordenó el primer diácono permanente, Néstor Silvestre, quien sigue felizmente y fielmente en el servicio ministerial. Mons. Luis del Castillo ordenó después otros cuatro diáconos. Entre ellos recordamos a Víctor Gándaro, quien falleció luego de dejarnos un hermoso testimonio de entrega y fidelidad a la Iglesia. Continúan en el ministerio Luis Lago, en la parroquia de Charqueada, que no nos acompaña hoy por motivos de salud y Mario Moraes en San José Obrero de Melo.
Como hombres casados y padres de familia, los diáconos trabajan también para sostenerse a sí mismos y a los suyos. Su familia, especialmente sus respectivas esposas, a quienes están unidas por el sacramento del Matrimonio que hace de un hombre y una mujer “una sola carne”, participan también, en cierta forma, en el ministerio del diácono. Lo hacen especialmente con su comprensión, apoyo y aliento; y otras veces, también colaborando directamente en su servicio.
Por su vida familiar y laboral, los diáconos no disponen de todo su tiempo para el ejercicio del ministerio. Sin embargo, los diáconos permanentes son también “permanentemente diáconos”. No son una persona diferente cuando están sirviendo al altar o cuando están en su casa, cuando prestan un servicio pastoral en la parroquia o cuando están en su trabajo. Son la misma persona: el discípulo de Jesús, hombre de fe, ministro ordenado, que da testimonio de Cristo con su palabra, pero también con sus gestos, con la manera en que se conduce ante los hombres.
Juan Carlos, a todo esto vas a entrar por la ordenación que vas a recibir. Vamos a pedir a los arcángeles que te acompañen en tu ministerio y que sean también los protectores de tu vida de familia y de trabajo.
A San Miguel, cuyo nombre significa “¿quién como Dios?” le pedimos que haga siempre presente a ti y a los tuyos la grandeza de Dios, la grandeza de su amor, para que seas su testigo.
A San Gabriel, cuya misión es la que designa la misma palabra “ángel”, que significa “mensajero” le pedimos que te asista cada vez que tengas que “leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo”, de modo de ser también un mensajero de la Palabra del Señor.
Finalmente, a San Rafael, te encomendamos especialmente. El actuó como servidor de Dios. Enviado por Dios guio al joven Tobías en su viaje; aconsejo a Tobías y a Sara para vivir ante Dios su matrimonio; finalmente asistió al anciano Tobit en su enfermedad. Que él te ayude también a ti para señalar a los jóvenes el camino de Cristo, acompañar a los novios y matrimonios y confortar a los ancianos y a todos los necesitados de ayuda y consuelo. Así sea.
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