jueves, 28 de septiembre de 2017

Por SÍ o por NO: hacer la voluntad de Dios (Mateo 21, 28-32)





Frente a Dios, nuestra libertad está siempre abierta.
Por sí o por no, nuestras decisiones no son nunca irrevocables.
Por eso en el Evangelio siempre está la llamada a la conversión personal, a hacer la voluntad de Dios.
Comentario de Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo, al Evangelio del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo A, 1 de octubre de 2017.


Cuando te piden tomar una decisión rápida, es mejor decir que no. Aunque no siempre se puede, es más fácil cambiar ese “no” por un “sí”, que un sí por un no.
Esto dice uno de esos libros que están llenos de consejos prácticos y éste me ha gustado.
Más de una vez lo he aplicado y algunas veces hubiera preferido que lo aplicaran conmigo, o sea, que primero me dijeran que no y después sí y no al revés.

Por otro lado, Jesús dice:
“que tu manera de hablar sea ésta: que tu sí sea SÍ y tu no sea NO,
que lo que pasa de ahí viene del Maligno.” (Mateo 5,37)
Esto va a un tema más de fondo.
Si con un “sí” estoy asumiendo un compromiso importante, tengo que saber mantener ese “sí”. Es la palabra que he dado. Ser fiel a lo que me comprometí, con todo lo que eso pueda traer.
Si con un “no” he rechazado una tentación maligna, tengo que saber mantener ese “no” y no aflojar…
El Salmo 15 nos dice que entrará en la casa de Dios el hombre
“que dice la verdad de corazón…
que no se retracta de lo que juró ni aún en daño propio…
que no presta su dinero con usura, ni acepta soborno contra el inocente.
Quien obra así, nunca fallará”.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta una sencilla historia entre un padre y dos hijos y después nos pone un ejemplo… un poco inquietante.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
    «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña". El respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue.
    ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
    «El primero», le respondieron.
    Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él». (Mateo 21, 28-32)
La enseñanza de Jesús es fácil de entender: se trata del que dice que sí, pero luego no hace
y de quien primero se niega de palabra, pero después hace.
Sin embargo, Jesús pone un ejemplo que nos hace llevar esta enseñanza a un plano más profundo: aquí se trata de nuestro sí a Dios, se trata de nuestra conversión.
Jesús pone el ejemplo de dos grupos de personas que eran consideradas pecadores perdidos: los publicanos, es decir, los cobradores de impuestos y las prostitutas.
Unos y otras eran despreciados por las personas religiosas -a las que Jesús está hablando en este momento-. Sin embargo, señala Jesús, los publicanos y las prostitutas creyeron en la predicación de Juan el Bautista pero ustedes no. La predicación de Juan el Bautista a la que alude Jesús fue un llamado a la conversión, a un profundo cambio de vida.

Este ejemplo de Jesús pone en evidencia dos cosas:
Primero, que aún esas personas de las que nadie espera un cambio (cada uno piense en el ejemplo que quiera) pueden cambiar; cambiar para bien, reorientar su vida.

A eso alude el profeta Jeremías en la primera lectura (Jeremías 18,24-28):
cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.
Segundo, que nadie puede pensar que su vida ya está totalmente orientada hacia Dios y que, entonces, no tiene nada que cambiar. Más aún, los creyentes tenemos que tener en cuenta la advertencia que también hace el profeta Jeremías:
Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de su infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá.
Ahora bien: ¿realmente las personas podemos cambiar? Cambiar, sobre todo, cambiar para bien. Gente que se echa a perder, lamentablemente, vemos mucha… pero ¿hay gente que cambia para bien?

Dicho de otra manera: ¿somos libres respecto a nuestro pasado? ¿Somos libres respecto a esa mochila que traemos puesta y que cada vez va más cargada?
En nuestra conducta hay muchas cosas que han sido determinantes: la herencia que recibimos, el ambiente en que crecimos, la forma en que se dieron nuestras relaciones familiares, la educación que recibimos… muchas de esas cosas nos atan, a veces inconscientemente. A medida que pasan los años, todo eso se va fijando cada vez más…

Sin embargo, frente a Dios, nuestra libertad está siempre abierta. Nuestras decisiones no son nunca irrevocables. Por eso en el Evangelio siempre está la llamada a la conversión personal.

Es verdad  que en la vida práctica, muchas posibilidades que están abiertas durante un tiempo, se van cerrando poco a poco. Pero en este mundo nuestra situación frente a Dios no está fijada nunca de forma definitiva; tristemente, una persona muy fervorosa puede entregarse al relajamiento y al abandono; otros pueden pasar de la indiferencia a la fe. El que cree en la misericordia de Dios y busca vivir de acuerdo a su Palabra se salvará.

Dios es bueno, nos hacía ver el domingo pasado la parábola de los trabajadores de la viña. Pero está en nosotros responder a esa bondad de Dios no simplemente con palabras bonitas, con alabanzas que se vuelven vacías, sino sobre todo con una vida que se deja transformar por Él.

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