El pasado 7 de marzo se publicó un decreto de la Congregación para la Causa de los Santos, la cual, con autorización del Papa Francisco, como es costumbre, reconoció dos milagros atribuidos a la intercesión de dos beatos.
Uno de esos beatos es el Papa Pablo VI, Giovanni Battista Montini, fallecido en 1978. El Papa Pablo VI fue quien llevó adelante la mayor parte del Concilio Vaticano II, iniciado por san Juan XXIII y nos dejó grandes mensajes sobre la vida humana, el progreso de los pueblos y el anuncio del Evangelio. El Papa Pablo VI fue muy cercano a Mons. Romero, a quien recibió, escuchó y animó a vivir su misión de pastor en medio de las difíciles circunstancias que se daban en El Salvador.
El otro beato es el propio Mons. Óscar Romero. Este reconocimiento de milagros abre el camino para la canonización de estos dos grandes hombres, que posiblemente se celebre el mismo día, en Roma, durante la asambela del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes y las vocaciones, convocado por el Papa Francisco.
A partir de ese día, nuestra capilla del barrio Cirilo Olivera, en la ciudad de Río Branco pasará a llamarse oficialmente “San Óscar Romero y mártires latinoamericanos” … pero recordemos que ya hay pintadas sobre la pared unas letras que dicen “SAN ROMERO”.
Mañana es Domingo de Ramos y comienza la Semana Santa. Vamos a leer durante la Misa la pasión según san Marcos.
Cada evangelista pinta la pasión con su propio pincel, eligiendo una gama de colores… en San Juan resplandece la divinidad de Jesús: “Tú no tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado desde lo alto”, le dice Jesús a Pilatos. En Lucas, sobresale la misericordia: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Mateo sigue fielmente a Marcos, pero suavizando el relato del evangelio que vamos a escuchar mañana, donde Jesús es abandonado y escarnecido, sin atenuantes.
El 8 de abril de 1978, Mons. Romero celebró la Misa del Domingo de Ramos, comentando la pasión según san Marcos y, antes, la entrada de Jesús en Jerusalén.
Mons. Romero contemplaba a aquel pueblo de la ciudad santa que había salido a recibir a Jesús “un pueblo que había perdido su unidad, su independencia. Un pueblo pobre y con una religiosidad que se había falseado”, pero en el que quedaba un resto fiel: “En ese "resto" -decía Mons. Romero- está la salvación que Dios trae, porque de allí procede el Hijo de David que hoy es aclamado: ¡Bendito el que viene! ¡Hosanna al Hijo de David!”.
Pero Mons. Romero veía en aquel pueblo lleno de ilusión, a su propio pueblo salvadoreño: “Hoy, aquí, somos los salvadoreños con nuestra propia historia…”
Y en esa historia, Mons. Romero pinta el sufrimiento de su pueblo; con cifras, pero también con nombre y apellido, nombrando víctimas de la pobreza, el hambre, la violencia, el asesinato, el secuestro.
Pero en medio de esa tragedia, siempre la esperanza:
“salimos al encuentro, queridos hermanos, a decir: ¡Bendito el que viene!, porque sabemos que la redención de los pueblos tiene que venir de Dios y esta es la invitación también de la Semana Santa. Oremos para que Dios no nos niegue sus fuerzas liberadoras que trajo en Cristo Jesús. Cristo es Dios que viene. Cristo es el Redentor que trae la libertad y la dignidad que hemos perdido. Cristo viene y es este gesto de la liturgia de esta mañana: salirle al encuentro, estar aquí para esperarlo. Cumplir el deber de escuchar su palabra, es toda una esperanza”.Después de extenderse sobre distintos aspectos de las lecturas, Mons. Romero concluyó su homilía con estas palabras:
“Les invitamos a todos. Tratamos de comprender a todos. Sepan comprendernos también a nosotros. Sepan comprender el lenguaje de la Iglesia, que en la Semana Santa es tan claro con un Cristo humillado hasta la cruz. Violento sí, pero para sí mismo, para dar su vida por los demás y no para quitarla a los demás. Un Cristo que se entrega nos hace reflexionar el verdadero camino de salida de este callejón de la patria: no puede ser otro más que el amor de Cristo, salvación del mundo.Nuestro momento es otro, es otra historia, otro pueblo… pero uruguayos y salvadoreños de hoy, y cada pueblo de América Latina y del mundo, sigue necesitando esperanza y esa esperanza sigue estando en “el amor de Cristo, salvación del mundo”.
Imitémoslo, queridos hermanos, y que este Domingo de Ramos, entre las palmas que se agitan por el triunfo de Cristo entrando a San Salvador, sea todo un poema de esperanza de que El Salvador ha puesto en Cristo, toda su esperanza y le dice: en ti señor, hemos confiado y no quedaremos confundidos”.
+ Heriberto
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