miércoles, 10 de octubre de 2018

¿Hablamos todavía de “vocación” en los centros educativos?


Participando en el sínodo de los Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, encuentro en el Documento de Trabajo un párrafo que dice “Habría que profundizar mejor […] la relación entre vocación y profesión, y la diferente “intensidad vocacional” de las distintas profesiones.

No sé qué quiere decir “intensidad vocacional” y la expresión nos sugería cosas diferentes a quienes la discutíamos, pero a partir de esa expresión comencé a pensar… ¿se sigue hablando o, mejor aún, haciendo lo que solía llamarse “orientación vocacional” en las instituciones educativas, tanto de gestión estatal como de gestión privada y, especialmente, las católicas?

No me refiero a propuestas vocacionales hacia alguna forma de especial consagración, sino más bien lo que ayuda al joven a buscar lo que quiere “hacer” en la vida, de acuerdo con las capacidades que ha ido adquiriendo en el aprendizaje y las potencialidades que aparecen; eso que solía medirse por medio de “tests vocacionales”.

En nuestro tiempo vivimos muchos cambios de lenguaje, que denotan concepciones antropológicas subyacentes. En ese sentido, no es lo mismo decir “orientación vocacional” que “orientación profesional” u “orientación laboral”.

“Vocación” significa “llamado”. Es verdad, la palabra puede ser vaciada de contenido; pero si la tomo en serio, me interpela. Pensar en el llamado que he recibido, me lleva a pensar que hay Alguien que me llama. Me invita a considerar la trascendencia y a no quedar solamente en la consideración de mis capacidades heredadas o aprendidas…

Por otra parte ¿de dónde salen esas capacidades? No todo es resultado de mi esfuerzo personal aislado. Pensar en que tengo “dones” significa que gran parte de lo que soy me ha sido “dado”. Lo he recibido de mi herencia, de mi ambiente, de las personas que han ido marcando mi vida… otra vez, la trascendencia. No soy un ser aislado; soy parte de la humanidad… ¿Y más allá de ella? ¿Más allá de este mundo? ¿No hay algo de Misterio en esos dones maravillosos? ¿Algo que me abra a considerar la presencia de Alguien que me llama y me ha regalado esos dones?

Reconociéndome -y reconociendo igualmente a cada uno de los demás- como alguien que ha sido dotado de dones, se abre en mí la conciencia de ser creatura, de haber sido creado. No soy resultado de un azar. No he recibido la vida y lo que soy únicamente de mis padres… No sólo tengo “dones”, sino que toda mi vida, todo mi ser, es un don.

He recibido la vida como un regalo… ¿me despierta eso gratitud? Sí es así, ¿a quién agradecer? ¿cómo agradecer? Los dones no son sólo posibilidades para mi crecimiento y desarrollo individual. Mi vida, mis capacidades, todo lo que soy porque lo he recibido, me ponen frente a una misión en este mundo. El trabajo, la profesión, el desarrollo de mis capacidades no estarán sólo en función de ganarme la vida o alcanzar una posición, una vida acomodada, confortable… me ponen frente a los demás como posibilidad de compartir, de dar de lo que he recibido, de hacer algo nuevo a partir del encuentro con los otros.

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