miércoles, 17 de octubre de 2018

Vino para servir y dar la vida (Marcos 10, 35-45)







“tu bisabuelo hizo Patria / tu abuelo fue servidor…”
Así dice una vieja canción, sintetizando la historia familiar de un niño de la frontera uruguayo-brasileña…
Tu bisabuelo hizo Patria, significa que estuvo en las luchas de la independencia, tal vez junto a Lavalleja…
Tu abuelo fue servidor, refiere que ese hombre luchó en alguno de los bandos de las guerras civiles que enfrentaron a los uruguayos hasta el comienzo mismo del siglo XX.
La historia termina tristemente:
“tu padre carneó una oveja / y está preso por ladrón”.
Pero me quedo con esa palabra: servidor. A quienes nunca hemos empuñado un arma nos cuesta pensar en la lucha armada como un servicio. Yo no diría que prestan servicio quienes forman un ejército de conquista, que sale a imponer el poder de una nación sobre otra… pero ¿qué hay de quienes defienden su tierra y su pueblo de uno de esos ataques invasores? ¿o de quienes hoy desempeñan misiones de paz? ¿O de quiénes defienden a los son atacados por la violencia criminal o terrorista? Armados para defender, poniendo su vida en juego, son y merecen ser llamados servidores, servidores públicos.

En el libro de la Primera Alianza o Antiguo Testamento, muchas veces vemos al Pueblo de Dios reunirse en asamblea. La palabra hebrea para esa asamblea es qahal, el qahal de Yahveh, la asamblea de Dios. Es la comunidad que ha hecho alianza con Yahveh y está dispuesta a servirlo, como se manifiesta en una de las lecturas de un domingo ya pasado:
“Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses… nosotros también serviremos al Señor” (Josué 24,16.18)
Cuando la primera parte de la Biblia se tradujo al griego, la palabra qahal fue traducida por la palabra ekklesía. La ekklesía era la asamblea de los ciudadanos en las ciudades griegas, siglos antes de Cristo. Eran ciudadanos los hombres que tenían armas y estaban dispuestos a defender la ciudad. Lo interesante de la palabra ekklesía es que viene del verbo ekkaleo, que significa “llamar”. Ekklesía se traduce también como “convocatoria”, gente que es llamada simultáneamente, para que se reúna, se congregue.

En el evangelio de este domingo, Jesús anuncia que Él ha venido para servir. No parece difícil entender lo que dice Jesús. El servicio a los demás está siempre presente en su vida: sanando enfermos, expulsando demonios, haciendo andar a los paralíticos, devolviendo la vista a los ciegos, enseñando… lavando los pies de sus discípulos para darles un ejemplo… en fin. Sin embargo, este evangelio nos presenta el servicio de Jesús de la forma más radical, precisamente cuando sus discípulos están buscando puestos y privilegios.
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».
Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?»
Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».
Salteamos la respuesta del Maestro. Veamos la reacción de los demás discípulos frente a ese pedido y las palabras finales de Jesús:
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
Jesús contrapone la actitud que él espera de su grupo de discípulos con la más común actitud en el mundo: los poderosos “dominan a las naciones y actúan como si fueran sus dueños” (Y pensemos que Jesús está en una provincia del Imperio Romano). De sus discípulos, Jesús espera la actitud de servicio: “el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”.

Y aquí viene lo más importante: “Porque el mismo Hijo del hombre” -es decir, el mismo Jesús, porque esa es la manera que Él tiene de nombrarse a sí mismo- “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.

Jesús vino para servir y dar la vida. Pero no está hablando de dos cosas distintas, como si dijera: yo vine primero para servir, es decir, curar enfermos, expulsar demonios, etc. y después de todo eso, dar la vida en la cruz. No. Todo es una sola cosa. Para Jesús servir es dar la vida. Él va dando su vida en cada encuentro con personas y comunidades… en cada paso va entregando su vida; y esa entrega, ese dar la vida culmina en la cruz.

En la cruz ¿para qué? Jesús no ofrece su vida para nada: entrega su vida, da la vida “en rescate por una multitud”; para abrir el camino de los hombres hacia Dios, para abrir el camino de la humanidad hacia la vida eterna en Dios. El servicio de Jesús es difícil de comprender, si no se entiende como un acto de amor, un acto de amor generoso hasta el extremo. Jesús no presta un servicio con las armas en la mano. No ejerce ninguna violencia, ni siquiera para defender a otros o defenderse él mismo: él mismo se hace víctima de la violencia, recibe sobre Él las acusaciones falsas y un juicio con aires de linchamiento (¡crucifícalo, crucifícalo!), recibe los insultos y las escupidas, los azotes, la corona de espinas, los golpes y las caídas bajo el peso del patíbulo, los clavos que taladran sus pies y sus manos y la agonía de la cruz.

Miles de hombres fueron crucificados por los romanos antes y después de Jesús; pero Él transformó esa muerte terrible e infamante en una ofrenda de amor. Jesús, el crucificado, se hizo el servidor de todos. Por eso venció a la muerte y el Padre lo resucitó de entre los muertos.

Cuando Él nos dice “el que quiera seguirme que tome su cruz y me siga… el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos…” recordemos que él, como dice Santa Teresa de Ávila “se puso primero”; “se puso primero en el padecer”. Y sigue diciendo la santa:
“Él es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero (…) ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí” (Vida 22, 6-7).

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