“Nuestra vida alcanza apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor:Estas palabras duras reflejan la experiencia de una persona que llega a una edad avanzada y contempla sus cansancios y fracasos.
en su mayor parte son fatiga y miseria, porque pasan pronto, y nosotros nos vamos” (Salmo 90,10)
No es la única manera de ver las cosas. Hay quienes son capaces de reconocer y agradecer todo lo bueno que la vida nos regala, aun en medio de penurias y dificultades, como lo hizo aquí en Melo nuestro Obispo emérito, fallecido a comienzos de este año. 97 años vivió Mons. Roberto Cáceres. Vida larga en la dimensión humana, pero apenas un segundo, una pulsación en los millones de años del universo. Un breve espacio: eso es nuestra vida en la tierra. El poeta latino Horacio, que murió pocos años antes del nacimiento de Jesús, aconsejaba:
“adapta al breve espacio de tu vida una esperanza larga”.Esa felicidad que perseguimos “con fatiga y miseria”; el ansia de plenitud; nuestros más hondos deseos de bondad, de verdad y de belleza, no encuentran total satisfacción en esta vida, donde todo, más pronto o más tarde, termina deteriorándose y deshaciéndose. Filósofos del siglo pasado vieron la existencia humana como un absurdo, un sinsentido: “una pasión inútil”.
Sin embargo, hay en nuestro corazón una nostalgia de eternidad, un anhelo de infinito. La fe cristiana nos abre a una esperanza más que larga: la esperanza de compartir la vida eterna de Dios. La resurrección de Jesús es el fundamento de esa esperanza.
El domingo pasado, domingo de Ramos, nos conmovimos con la pasión y muerte de Jesús.
En este domingo de Pascua acompañamos a las discípulas y a los discípulos de Jesús en su decepción, en su asombro y finalmente en su alegría al descubrir que Jesús ha resucitado.
A lo largo de los evangelios encontramos los anuncios de Jesús acerca de su pasión, muerte y resurrección. Nosotros, hoy, leemos esos pasajes desde la fe y conociendo el final de la historia. Pero cabe preguntarnos ¿cómo lo entendían sus discípulos? ¿cómo sonaban para ellos esas palabras de Jesús: muerte… resurrección…?
Para ponernos en la piel de los discípulos necesitamos entrar en sus expectativas, en sus sueños, que muchas veces se manifiestan claramente terrenos… el Reino de Dios del que Jesús repetidamente habla es identificado con un reino de este mundo: ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Frecuentemente se llama a Jesús “Hijo de David”, ubicándolo en una línea dinástica… ¿quién mejor que un descendiente del gran rey David para ocupar el trono? ¿Quién será el primer ministro, ese que puede ser considerado -después del rey- “el más grande”, el que se siente a su derecha? ¿Quién será el segundo, el que se siente a su izquierda?
Los dos discípulos que caminan hacia Emaús, -evangelio de la misa vespertina del domingo- son quienes mejor traducen el estado de ánimo de los seguidores de Jesús, mientras hablaban acerca de...
...lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.Hay desilusión, hay frustración… no pueden comprender lo que ha pasado, a pesar de que han oído a las que encontraron la tumba vacía:
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.Son las mujeres, las discípulas, las que han seguido fielmente a Jesús, muchas de ellas ayudándolo con sus bienes, las primeras en acudir a la tumba. Ha pasado el sábado, el día del gran reposo. Al clarear el primer día de la semana, nuestro Domingo, las mujeres llevan perfumes para embalsamar el cuerpo de Jesús, de acuerdo con las costumbres funerarias. Al llegar, encuentran que la gran piedra que cierra la entrada de la tumba ha sido corrida. El sepulcro está abierto.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.A diferencia de otros pueblos de América Latina, el pueblo uruguayo no tiene grandes expresiones religiosas masivas. Hay quienes dicen que éste es un pueblo ateo… pero no es tan así. Muchos uruguayos manifiestan creer en Dios, aunque no adhieran a una religión. Pero la Pascua nos pone ante otra pregunta ¿crees en Jesús resucitado?
La respuesta de cualquiera que se profese cristiano, sea católico o evangélico, no puede ser otra que sí. Porque, como dice san Pablo
“si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Corintios 15,14).No llegamos a la fe en Jesús resucitado de manera espontánea. Tenemos que hacer un camino. Un breve camino hicieron las mujeres al ir de mañana al sepulcro. Más largo camino anduvieron los discípulos de Emaús en la tarde, alejándose del lugar de los sucesos. Cada uno tiene que hacer su propio recorrido para encontrar a Jesús y creer en Él. Un recorrido interior, porque no puede ser de otra manera. Creer en Jesús resucitado no es solamente constatar un hecho: murió… pero volvió a la vida, de una forma nueva… Es más que eso: es creer en Él, es decir, encontrar en el resucitado a Aquel que da sentido a nuestra vida, a aquel que colma todos nuestros deseos de plenitud.
Dios ama la vida.
“No es Dios de muertos, sino de vivos” (Lucas 20,38)dice Jesús. Los hombres podemos destruir la vida de muchas maneras. Guerra, terrorismo, crimen organizado; violencia doméstica, aborto, eutanasia; destrucción del ambiente, de la casa común… terrible cosecha de muerte. Pero si el Padre Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que Dios sólo quiere la vida para sus hijos. No estamos perdidos ni abandonados ante la muerte. El Padre nos quiere llenos de vida, por encima y más allá de la muerte.
“Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Juan 10,10).A partir de la resurrección, esas palabras de Jesús resuenan de otra manera. Al unirnos a Él, al encontrar en Él al maestro y al guía, comprendemos que no sólo estamos llamados a recibir esa vida de Jesús y después quedarnos tranquilos, sino a trabajar con Él y en Él para la vida del mundo; para que todos tengan Vida.
Amigas y amigos, muchas gracias por su atención. Mi saludo para este domingo no puede ser otro que éste: Feliz Pascua de Resurrección. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario