jueves, 9 de mayo de 2019

“Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.” (Juan 10,14). Domingo del Buen Pastor, IV de Pascua







¿Hasta dónde podemos llegar a conocer a otra persona?
Más todavía ¿hasta dónde puede cada uno llegar a conocerse a sí mismo?
En el año 1955 dos psicólogos llamados Joseph Luft y Harrington Ingham idearon una herramienta de conocimiento personal que todavía sigue caminando, tantos años después. Se la conoce como “ventana de Johari”. Esta ventana tiene cuatro cuadrantes, en los que es posible apreciar lo que los demás y yo conocemos o desconocemos sobre mí.
El primer cuadrante es el que está totalmente abierto: es la parte de mi personalidad que tanto los demás como yo vemos.
El segundo es mi punto ciego: es la parte de mí que los demás perciben, pero yo no.
El tercero es lo que ha quedado en mi intimidad: lo que solo yo conozco, pues los demás no lo ven.
Finalmente, el cuarto cuadrante es inquietante, pero también interesante: es la parte de mí que ni los demás ni yo vemos. Lo desconocido.
Esta herramienta puede ser usada en diferentes ejercicios por parte de un grupo o de una pareja, para crecer en su mutuo conocimiento. Aplicándola, las personas se conocerán más entre sí y cada uno de ellos se conocerá un poco más a sí mismo.

En el Evangelio de este domingo, llamado domingo del Buen Pastor, Jesús comienza diciendo:
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
“Yo las conozco”. El conocimiento de Jesús sobre sus ovejas -y podemos decir, sobre cada persona que ha venido a este mundo- no es un conocimiento humano. Es conocimiento divino, como lo expresa el salmo:
Señor, tú me sondeas y me conoces;
sabes cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos. (salmo 138)
Si Jesús conoce a cada uno mejor de lo que él se conoce a sí mismo, no podemos sino ser plenamente sinceros con Él, que es una manera de ser sinceros también con nosotros mismos. Sería ridículo presentarme ante aquel que me sondea y me conoce con una fachada que no transparenta mi interior. Sólo estaría engañándome a mí mismo. Delante de Jesús aparece mi verdad más profunda. Reconoceré ante Él mis miserias; pero Él me hará reconocer todo lo que me ha dado, todos los dones que he recibido, para hacerlos dar buenos frutos.
“conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.” (Juan 10,14)
…dice también Jesús.
¿Hasta dónde lo conocemos a Él? ¿Hasta dónde podemos profundizar en un misterio insondable? Cuando nos acercamos a Jesús, cuando meditamos su Palabra, cuando contemplamos sus diferentes presencias, cuando entramos en amistad con Él, lo vamos conociendo. Él ya nos conoce, de una forma en que nadie más puede hacerlo; nosotros vamos creciendo en nuestro conocimiento de Él, sabiendo que en esta vida nunca terminaremos esa tarea.
Pero hay algo de lo que tenemos certeza. Lo dice otro salmo:
El señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
(Salmo 23)
Esa es la certeza de quien sigue a Jesús: él es el pastor que nos guía por el buen camino. El pastor de ovejas las lleva a los lugares donde está lo necesario para la vida: pasturas y aguadas. Jesús, buen pastor, ofrece mucho más:
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Jesús vino al mundo para que los humanos tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.
A veces pensamos en la vida eterna como algo que vendrá después de la muerte corporal.
Sin embargo, Jesús dice:
El que cree, tiene vida eterna (Juan 6,47)
Lo dice así, en tiempo presente, no en futuro. La vida eterna es la vida de Dios en nosotros. Es una existencia nueva en la que nada ni nadie se pierde y todo cobra un nuevo sentido.
Vida que comienza a partir del momento en que creemos en Jesús y nos unimos a su rebaño para seguirlo a Él.
Pedro y los discípulos lo reconocen así:
Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (6,68)
Para comunicar esta vida a sus ovejas, Jesús las alimenta con su propio cuerpo y sangre:
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (6,54)
La vida eterna que Jesús produce en nosotros continuará en plenitud, después de nuestra muerte y resurrección en Cristo.
La segunda lectura de este domingo, del libro del Apocalipsis, expresa así esa promesa:
El que está sentado en el trono habitará con ellos: nunca más padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos.

Si creemos de verdad que esta vida eterna, esta vida que nos da Jesús ya está en nosotros ¿qué hacer? Por un lado, cuidarla, alimentándola con la Palabra de Dios y con la Eucaristía, en la comunidad. Por otro lado, anunciarla, invitar a otros a conocerla y a compartirla. Pero, más aún, simplemente, defender la vida, la vida de cada persona humana, porque cada persona está llamada a alcanzar la vida eterna que Jesús promete; pero para eso, hay que empezar por mantener esta vida y desarrollarla de una forma humanamente digna.

En este domingo la Iglesia Católica reza en todo el mundo por las vocaciones. Recemos especialmente por las vocaciones sacerdotales, para que nuestras comunidades puedan contar siempre con la Eucaristía que nos comunica la vida de Cristo.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

No hay comentarios: