viernes, 24 de mayo de 2019

"Les dejo la paz, les doy mi paz" (Juan 14, 23-29). VI Domingo de Pascua.






Saludar, dice el diccionario, es “dirigir a alguien, al encontrarlo o despedirse de él, palabras corteses, interesándose por su salud o deseándosela”. Cuando decimos buenos días, buenas tardes, buenas noches, estamos deseando a la otra persona que esté bien, que pase bien los distintos momentos de la jornada, lo que incluye buena salud. En muchas ocasiones esto lo decimos solo formalmente, como cortesía elemental en el encuentro con alguien; por eso, cuando al saludo le agregamos un “¿cómo estás?”, a veces nos preguntan si de veras queremos saberlo… "¿Te digo “bien” o te cuento?"

Cuando nos interesamos realmente por la persona con la que estamos, nuestro saludo adquiere un significado más profundo, porque expresa nuestro deseo verdadero de que esa persona esté bien… Bien, no solo física o mentalmente… también espiritualmente; en paz consigo misma, con los demás y con Dios. Salud es también salvación, en su sentido religioso, que abarca la totalidad de la persona, cuerpo, mente y alma.

Pensemos en lo que quiere decir “adiós”. Su significado puede estar olvidado, pero es “A Dios te encomiendo”, “A Dios nos encomendamos”, o sea, nos confiamos a Dios, nos ponemos en sus manos… “Vaya con Dios” es otra forma de despedida más clara aún en ese sentido.

Rastreando las formas antiguas de nuestros saludos cotidianos, nos encontramos con “buenos días nos dé Dios”. Por ahí recibimos a alguien que saluda con un “buenas y santas”: que es una abreviación de “buenas y santas tardes nos dé Dios”. También hay quien se despide diciendo “hasta mañana si Dios quiere”, reconociendo que nuestra vida está en manos de Dios.

En fin, todo esto para decir que Dios se cruza o está escondido dentro de nuestra manera de saludar.

Shalom alejeim es un saludo en lengua hebrea y significa “La paz esté con ustedes”.

En la Biblia, a lo largo del Libro de la Primera Alianza, lo que se suele llamar Antiguo Testamento, la palabra SHALOM aparece unas 230 veces. A través de esas expresiones es posible ir descubriendo la verdadera paz, como don de Dios a los hombres.

Allí son puestas en evidencia formas de paz solo aparentes, basadas en la mentira, la falsa conciencia, el autoengaño. Uno de los salmos alerta sobre quienes
“hablan de paz a su vecino, pero la maldad está en su corazón” (Salmo 28,3).
Aparece también el desconcierto de un hombre justo “al ver la paz de los impíos” hasta que comprende el terrible destino final de esos malvados (Salmo 73,3.18).

También se habla del cansancio de tratar
“con los que odian la paz. Si yo hablo de paz, ellos prefieren la guerra”, 
dice el Salmo. (Salmo 120,6-7)

La Paz, SHALOM, es el bienestar en la existencia cotidiana, el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, con los demás, consigo mismo y con Dios. Es bendición, reposo, riqueza, salvación… vida. Es justicia. Es plenitud de dicha y es un don de Dios, como dice otro salmo:
“Dios bendice a su pueblo con la Paz” (Salmo 29,11)
“Que Dios te muestre su rostro y te conceda la Paz” (Números 6,26)
es la conclusión de la bendición que encontramos en el libro de los Números.

Hay que pedir a Dios el don de la Paz y desearlo para todos:
“Pidan la paz para Jerusalén… haya paz en tus muros…
Por mis hermanos y compañeros, voy a decir ¡la paz contigo!
Por la casa del Señor nuestro Dios te deseo todo bien” (Salmo 122, 6-8)
Los profetas anuncian la Paz que traerá el Mesías, paz que superará todos los anhelos.
El profeta Isaías la compara con una correntada:
Así dice Dios: miren que voy a derramar sobre Jerusalén la paz como un río. (Isaías 66,12)
En Jesús se cumplen todas las esperanzas de los hombres y las promesas de Dios. Él es quien trae al mundo la Paz de Dios, como lo anunciaron los ángeles cantando en su nacimiento:
“Gloria a Dios en lo alto del Cielo y en la tierra PAZ a los hombres amados por el Señor” (Lucas 2,14)
Ya en su tiempo de misión entre los hombres, Jesús saluda ofreciendo la paz e indica a sus discípulos hacer lo mismo:
Cuando entren a una casa, digan primero: “Paz a esta casa”.
Y si hubiere allí un hijo de paz, su paz reposará sobre él; si no, volverá a ustedes.
(Lucas 10,5-6)
Para hacer la vida más humana, para que sea como Dios la quiere, lo primero es sembrar la paz, no la violencia; promover el respeto, el diálogo y la escucha mutua; no la imposición ni el enfrentamiento.

Y finalmente en el evangelio de este domingo, escuchamos a Jesús decir a sus discípulos:
“Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”.
Jesús está en la última cena, pronunciando su discurso de despedida. Sintiendo la cercanía de la muerte, está disponiendo de sus bienes… ¿cuál es el bien mayor que deja Jesús a los suyos?
Jesús deja a los discípulos su Paz, la paz que ellos han podido ver en Él. Esa paz es fruto de la íntima unión de Jesús con el Padre. Les regala su paz, que nacerá en ellos si están dispuestos a recibir y dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.

Dios da la paz; y la paz se pide a Dios, pero eso no exime de la responsabilidad de buscarla ni del esfuerzo personal y comunitario para establecerla. Esfuerzo personal: primero para estar en paz consigo mismo. El Mahatma Gandhi decía que “el que no está en paz consigo mismo está en guerra con todo el mundo”. Paz con nuestro prójimo: con nuestra familia… una paz a veces muy costosa; con nuestros vecinos, con todas las personas con las que compartimos algo de nuestra vida. Paz con la creación, en el respeto y el cuidado de la casa común…

Todos los caminos de la Paz nos llevan a la Paz con Dios y la Paz con Dios nos realimenta y reenvía para ser portadores de paz. Como dice el profeta Isaías:
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación…!» (Isaías 52:7)
¡Qué bueno que esto pudiera decirse de cada uno de nosotros!

La persona que lleva en su interior la paz de Cristo busca siempre el bien de todos, no deja fuera a nadie; fomenta todo lo que une, no lo que enfrenta y separa.

Amigas y amigos, gracias por su atención. Ojalá que la próxima vez que nos encontremos con alguien, ya en nuestro saludo, de corazón, estemos ofreciéndole la paz de Dios.

El Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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