viernes, 31 de mayo de 2019

“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán mis testigos” (Hechos 1,1-11). Ascensión del Señor.







El tren avanzaba rápidamente por la vía, llevado por una fuerte locomotora que arrastraba un gran número de vagones cargados.
De pronto, la máquina se desprendió y continuó andando frenéticamente hacia delante. Los vagones continuaron su marcha, llevados por la inercia… pero, lentamente, comenzaron a perder velocidad hasta detenerse.

La caravana hacía su lenta marcha por la vasta llanura, al paso de los que iban más despacio, para que nadie quedara atrás. Algunos con capacidad de moverse más rápidamente se adelantaban para explorar caminos, pero no se perdían de vista y volvían, para seguir animando el caminar del resto y ayudarlos a prepararse para los desafíos de la ruta.

¿Cómo describir la marcha de la Iglesia? A veces, como sucede también en otros grupos humanos, una comunidad funciona como un tren, tirado por su locomotora; un sacerdote o una religiosa que ejercen un liderazgo fuerte… pero cuando esa figura se marcha, la comunidad empieza a ralentizar, se detiene, se estanca, a menos que busque otra forma de seguir caminando, que descubra sus propias posibilidades y energías, que encuentre otra forma de relación de la comunidad con un nuevo animador o responsable. Así, el grupo marchará como la caravana. Despacio, pero sin volver atrás; lentamente, pero siempre hacia adelante, marchando todos juntos.

Este domingo la Iglesia celebra la Ascensión de Jesús a los Cielos. Es la despedida de Jesús de sus discípulos, después de haber resucitado y haber estado con ellos varias veces.

Los discípulos están inquietos, con el corazón perturbado. Algunos esperan el cumplimiento de viejas ilusiones. Uno de ellos dice:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?».
Una expectativa equivocada; pero que expresa también una incertidumbre; si no ocurre eso, ¿qué viene ahora? ¿qué sucederá en adelante?

Jesús ha previsto ese momento. En la última cena, frente a su inminente pasión y su partida, Jesús percibió la sensación de desamparo que sentían sus discípulos, la angustia de que ya no contarían con su presencia. Allí les anunció “no los dejaré huérfanos” y les prometió la presencia activa del Espíritu Santo:
“el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Juan 14,26)

“Paráclito”… una palabra difícil, pero de bonito significado. Paráclito quiere decir “aquél que llamo para que esté a mi lado”. Esa palabra griega se traduce al latín como “advocatus”. De ahí viene nuestra palabra “abogado”, sobre todo con el sentido de defensor, aquel que está a mi lado, que me representa, que habla por mí.

El Espíritu guía a cada discípulo como maestro interior, que le ayuda a recordar y comprender las palabras de Jesús; pero no solo guía a cada discípulo, como si cada uno se fuera por su lado; muy importante, guía a la comunidad, la comunidad que se reúne en asamblea, invocando al Espíritu antes de tomar cada decisión. La primera comunidad cristiana comunica sus resoluciones diciendo:
“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido.” (Hechos 15,28).

Llegado el momento de la Ascensión, tal como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, Jesús se despide de sus discípulos volviendo a anunciarles que recibirán el Espíritu Santo e indicándoles la misión que llevarán adelante guiados, impulsados y animados por el Espíritu:
“recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”
E inmediatamente después de esas palabras:
los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.

Ahora sí, Jesús se ha ido. Comienza la misión. Pero los discípulos están como paralizados. Su mirada sigue en las alturas.
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.»

Desde entonces, con la ayuda del Espíritu Santo, la comunidad de los discípulos de Jesús busca realizar su misión. Para eso, la Iglesia en todas sus dimensiones… universal, diocesana, parroquial, pequeña comunidad, necesita siempre mirar la realidad del mundo en el que está y al que ha sido enviada… tratar de VER con los ojos de Jesús. Reconocer esa realidad que interpela y desafía…
Necesita, en segundo lugar, interpretar, DISCERNIR la realidad, para anunciar allí el Evangelio, la buena noticia de la salvación.
En tercer lugar, teniendo en cuenta también sus propias fuerzas y posibilidades, elegir acciones concretas: ACTUAR…
En esos pasos de VER, DISCERNIR, ACTUAR, especialmente en el DISCERNIR, la comunidad necesita siempre invocar al Espíritu Santo y escuchar su voz.

Eso es lo que la Iglesia Católica ha buscado a través de los Concilios, el último de los cuales fue el Concilio Ecuménico Vaticano II. En ese Concilio se creó una herramienta, el Sínodo de los Obispos, que se reúne periódicamente convocado por el Papa. Antes de cada asamblea del Sínodo se hace una consulta a todo el Pueblo de Dios para que todos los miembros de la Iglesia tengan la posibilidad de opinar sobre el tema consultado.

Así se hizo con el reciente Sínodo sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, en el que fui llamado a participar en octubre del año pasado. “Sínodo” significa “caminar juntos”. Es otra vez la idea de la caravana. Todos los participantes percibimos la necesidad de que la Iglesia crezca en “sinodalidad”, en esa actitud de caminar juntos, dejándonos guiar por el Espíritu Santo para vivir en fidelidad a Jesús.

En eso estamos también en nuestra diócesis, buscando definir, con participación de los fieles, nuestro proyecto pastoral diocesano. Jesús dijo a sus discípulos “serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Aquí, en nuestro confín del Uruguay, en nuestra frontera, en las rutas de la Cuchilla Grande, del Olimar y del Tacuarí, del Cebollatí y de la laguna Merín, en fin: para nuestra gente de Treinta y Tres y Cerro Largo, queremos ser testigos de Jesús.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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