sábado, 17 de octubre de 2020

Dar a Dios lo que es de Dios (Mateo 22,15-21). Domingo XXIX durante el año.

  

  


¡Cuántas cosas puede decirnos una simple moneda! Hay mucha información en ella. Hay imágenes, inscripciones, fechas… una moneda moderna nos da el nombre del país que la emitió, nos da a conocer algo de su historia, su geografía, su cultura… también el año en que se acuñó. Los expertos reconocen el metal o los metales que se han usado en ella, así como las proporciones de estos, que suman o restan valor. En la antigüedad los cambistas pesaban las monedas para verificar la plata o el oro que tenían realmente. El Imperio Romano conoció la inflación y a través de los siglos sus denarios fueron teniendo cada vez menos plata.
Una moneda, precisamente, un denario, su imagen y su inscripción tienen especial lugar en el evangelio de este domingo.

Recordemos brevemente el contexto.
Jesús ha llegado a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Estos son los últimos días de Jesús, porque esa Pascua de Israel será Su Pascua.
Fue recibido por la gente con aclamaciones (Mt 21,1-11).
Enseguida se dirigió al templo donde expulsó a los vendedores (Mt 21,12-16).
En los días siguientes, iba al templo a predicar, pero se retiraba por las noches a un lugar seguro (Mt 21,17).
Las autoridades judías estaban rodeándolo, acechándolo.
“mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo” (Mateo 21,23)
A esas autoridades dirigió Jesús las parábolas que hemos reflexionado en las semanas anteriores. En todas ellas hay alusiones a los jefes:
- el hijo que dijo que sí, pero no fue (Mateo 21,28-32)
- los viñadores homicidas (Mateo 21,33-46)
- los invitados que no fueron al banquete (Mateo 22,1-14)
Los dirigentes se sienten aludidos:
“Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.” (Mt 21,45)
Y quieren, pues, detener a Jesús:
“Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.” (Mt 21,46)
Ese temor es lo que les hace buscar otro camino para acabar con Jesús, tratando de que haga o diga algo que lo desprestigie.
Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones.
Así comienza el relato. La idea es preparar una trampa para Jesús. Llevarlo a decir algo que lo haga pisar en falso y caer. Concebida la idea, forman un equipo y lo envían donde Jesús.
Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos.
Llama la atención que los fariseos no van al frente. Envían a sus discípulos. También llama la atención que éstos van junto con unos herodianos. Eran los partidarios del rey Herodes Antipas, aquel que había hecho decapitar a Juan el Bautista. Herodes ha sido colocado en su trono por Roma. Fariseos y herodianos no son amigos. Tienen intereses y formas de ver las cosas bastante opuestas; pero aquí se unen contra el enemigo común.
El grupo comienza a dirigirse a Jesús con una serie de zalamerías, tratando de halagarlo, de que no se ponga a la defensiva… Así le dicen:
Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie.
Todo lo que dicen de Jesús es verdad. Es sincero, no tiene dobleces. Enseña con toda fidelidad el camino de Dios. nadie es más fiel a la voluntad del Padre que él. No tiene en cuenta la condición ni la categoría de las personas: recibe a todos, con una especial atención por los más pobres y los que sufren.
Todo lo que le dicen es verdad… pero el problema es que ellos no creen en Jesús.
Y aquí viene la pregunta tramposa que han pensado:
Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?
¿A qué impuesto se refieren? Los súbditos del Imperio Romano estaban sometidos a varios impuestos directos e indirectos. Entre los impuestos indirectos había impuestos sobre las compras y ventas; una especie de licencia para el ejercicio de un oficio o profesión; peajes en los caminos y hasta un impuesto a la sal.
Los impuestos directos eran:
- el TRIBUTUM SOLI, tributo sobre el suelo, impuesto a la propiedad. Periódicamente se tasaban las propiedades y sus posibilidades de producción y en base a eso se determinaba el impuesto que debían pagar.
- el TRIBUTUM CAPITIS, impuesto sobre las personas. Este era el impuesto que caía sobre los que no tenían propiedades, hombres y mujeres que solo contaban con su fuerza de trabajo, entre 12 y 75 años. Era el impuesto más impopular, no solo en Palestina, sino en todo el imperio, porque era el signo de la dominación de Roma sobre pueblos conquistados. Muy posiblemente es a este tributo al que se refiere la cuestión planteada por los enemigos de Jesús.

Volvamos a la pregunta que le hacen a Jesús. Se trata de un verdadero dilema.
Tanto un sí como un no, traerían inmediatamente problemas a Jesús.
Si Jesús dice que no, mucha gente lo aplaudiría… pero inmediatamente tendría problemas con las autoridades romanas. Decir que no se debe pagar el impuesto al César sería un acto de rebelión. Aunque Jesús no hiciera más que decir eso, es muy posible que se generaran tumultos y Jesús sería el culpable directo.

Para que no pensemos que esto es exagerado, anotemos que, más de 30 años después de la muerte de Jesús, habrá una gran rebelión en Judea contra los romanos. Se desencadenarán tres guerras judeo-romanas que terminarán con la caída de Jerusalén y la destrucción del templo en el año 70 y la caída de Masadá en el año 71. Después de esas guerras, el peso de los impuestos sobre los habitantes de Judea será aún mayor.

Si Jesús dice que sí, que hay que pagar el impuesto, se pone claramente del lado de los opresores, frente a la gente más pobre que él ha defendido. Quedaría así sumamente desprestigiado.
Vemos, entonces, que, por un lado, o por otro, esas respuestas llevarían a la caída de Jesús.

A las palabras falsas con que pretenden adularlo, Jesús responde con una sola palabra:
¡Hipócritas!
Inmediatamente agrega:
¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto.
Ellos le presentaron un denario.
Decíamos al principio que una moneda tiene mucha información. Al ver la moneda, Jesús les preguntó:
«¿De quién es esta figura y esta inscripción?»
Veamos qué es lo que nos muestra un denario del tiempo de Jesús.

En el anverso de la moneda tenemos la imagen del César.
El César es Tiberio.
Aquí está lo que dice la moneda. Parecen dos largas palabras que no se entienden fácilmente y son hasta impronunciables.
TICAESARDIVI  AVGFAVGUSTUS
En realidad, son palabras abreviadas y puestas una al lado de la otra.
Vamos a irlas descifrando en la misma moneda.
TI: son las dos primeras letras de TIBERIO, el nombre del emperador
CAESAR: la A y la E juntas se leen como una E: César
DIVI: de DIVUS, DIVINUS, divino, lo propio de un dios. DIVI quiere decir “del divino”.
AVG: se lee AUG. Esa V corta es en realidad una “U”. Es la abreviatura de Augusto. En este caso, sería AUGUSTI, “de Augusto”
F: abreviatura de FILIUS, hijo
AVGVUSTVS: Augusto, pero aquí referido al apellido de Tiberio, como veremos.
La frase completa es:
TIBERIUS CAESAR, DIVI AVGVSTI FILIUS AVGVSTVS
Y la traducción es ésta:
TIBERIO CÉSAR AUGUSTO, HIJO DEL DIVINO AUGUSTO.

Vayamos un poco a la historia de Roma para ver a qué se refiere todo esto.
“Cayo Octavio Turino” fue el primer emperador romano. Antes de serlo fue adoptado por su tío Julio César, agregando “César” a su nombre.
Ya como emperador, Octavio tomó como apellido “Augusto”, que significa “grande, magnífico, ilustre; venerable, sagrado, respetable”
A su muerte, Octavio Augusto pasó a ser llamado “divus”, el “divino” Augusto y se estableció un culto religioso en su honor.

Tiberio fue el segundo emperador romano, sucesor de Augusto. Sus padres fueron Tiberio Claudio Nerón y Livia Drusila, que se divorciaron para que Livia se casara con Octavio, que ya estaba en camino para convertirse en el primer emperador.
A la muerte de su padre, Tiberio hijo y su hermano fueron a vivir con su madre y su padrastro Octavio, quien, seis años después, se convertiría en el emperador Octavio Augusto.
El emperador adoptó formalmente a Tiberio como hijo suyo: por eso, la moneda dice:
Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto.
Si Tiberio es hijo de un ser divino… también él va camino a ser divinizado. Todo esto ya alcanzaba para que un buen judío se escandalizara, con esa pretensión del emperador de ser considerado un dios…
“Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí.”
Esto dice Dios, por boca de Isaías, dirigiéndose a otro poderoso de tiempos aún más antiguos: Ciro, rey de los Persas.

Pero la moneda tiene también un reverso y allí aparece otra inscripción, más fácil de leer que la del anverso:
PONTIF MAXIM = Pontifex Maximus, es decir, el máximo sacerdote, el sumo pontífice.
Ése era el título que se otorgaba en la antigua Roma al principal sacerdote del colegio de pontífices. Era el cargo más alto dentro de la religión romana. En la concentración de poder que hizo en su persona el emperador Augusto, unió ese título a los atributos del emperador y así se transmitió a sus sucesores. Por eso, también lo tiene Tiberio.
La imagen que aparece en el reverso es de una mujer que representa la paz: tiene una rama de olivo en la mano. Está sentada en un trono y tiene en la otra mano el cetro, símbolo del poder imperial. Esa mujer es identificada con Livia, que ya era madre de Tiberio cuando se casó con Augusto. Al morir su esposo, Livia pasó a ser la sacerdotisa del culto que se rendía al emperador divinizado.

La imagen del emperador que se proclama hijo de un dios y sumo sacerdote es considerada idolatría y la inscripción, una blasfemia.

Volvamos a la escena.
Los discípulos de los fariseos y los herodianos responden a la pregunta de Jesús «¿De quién es esta figura y esta inscripción?».
Le respondieron: «Del César».
Jesús les dijo:
«Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».
Esa es la respuesta de Jesús. Es una de las frases más citadas de Jesús y también de las más llevadas y traídas para uno u otro lado.

Algunas reflexiones que podemos hacer.
Los fariseos no están muy de acuerdo en pagar el tributo al César, pero lo pagan, porque no hay más remedio. No les gusta la imagen ni la inscripción, la consideran blasfema, pero llevan esas monedas en sus bolsas. Recordemos que el denario era la moneda con la que se pagaba el jornal, como en la parábola de los obreros de la viña que reciben, todos, el mismo pago, a pesar de haber trabajado diferente número de horas en la jornada.
En cierta forma, Jesús les está diciendo: si no quieren pagar el impuesto, tampoco se queden con la moneda del César… El verbo que traducimos como “den” -den al César, del verbo dar- se puede traducir como “devolver”: devuelvan al César lo que es del César. Podríamos pensar que Jesús está diciendo: “devuélvanle su moneda, no la usen más…” pero eso no sería fácilmente posible… sin embargo el acento más fuerte de sus palabras hay que buscarlo en lo que sigue: Den a Dios, o devuelvan a Dios, lo que es de Dios.
El César pretende ser hijo de un dios; no lo es.
Pretende ser el sacerdote máximo: tampoco.

Jesús pone las cosas en su lugar. Dios y el César no están en el mismo plano.
Jesús no piensa en Dios y en el César como si fueran dos poderes equiparables, cada uno en su propio campo, cada uno con la capacidad de exigir sus derechos frente a sus súbditos. Recordemos: “Yo soy el Señor y no hay otro”. “Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes”, dice el salmo 24. ¿Qué puede ser del César que no sea de Dios? Sus mismos súbditos son hijos e hijas de Dios.
Solo a Dios pertenece la vida de los hombres y mujeres que él ha creado.
La imagen del Creador está estampada, no en un denario de plata que los sucesivos emperadores irían devaluando, sino en el corazón de cada hombre.

Ese sello del Creador en cada ser humano es el fundamento de su dignidad, de la dignidad inalienable de la persona humana, de la que repetidamente habla la enseñanza de la Iglesia y que últimamente ha recordado con fuerza el papa Francisco en su reciente encíclica “Fratelli Tutti”. La persona humana no es un medio para ser usado, como lo son las cosas, sino un fin en sí misma. Cuando los discípulos de los fariseos y los herodianos le dicen a Jesús “Tú no te fijas en la categoría de nadie”, están diciendo justamente esto: que Jesús reconoce igual dignidad a cada persona. Puede ser un notable como Nicodemo, pero también un leproso que quiere ser limpiado, un ciego que grita en el camino o una mujer samaritana a la que no tiene problema en pedirle agua… y ofrecerle el agua viva.

Dice Francisco: 
“Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país”… 
y agrega 
“Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural.”
Amigas y amigos: el respeto por la dignidad de cada persona humana creada por Dios. El reconocimiento del valor único de cada vida; el ver a los demás como hermanos y hermanas, es lo que nos lleva a tratarlos como nos gustaría que nos trataran a nosotros mismos y a buscar el bien común. Eso también es “dar a Dios lo que es de Dios”.
Gracias por su atención. Sigamos atentos a cuidarnos unos a otros. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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