jueves, 29 de octubre de 2020

Solemnidad de todos los santos (Mateo 4, 25 – 5, 12)

 

Al comenzar octubre del año 2006, Carlo se sintió enfermo. Parecía una gripe común, pero se le diagnosticó una leucemia del tipo M3, la más agresiva. No había ninguna posibilidad de curación. Al cruzar la puerta del hospital, Carlo le dijo a su madre: «de aquí ya no salgo». El 12 de octubre falleció. Tenía 15 años.
Carlo Acutis fue beatificado el pasado 10 de octubre en la ciudad de Asís, en la Basílica san Francisco.
La vida de este adolescente, en la que no faltaban los amigos y el fútbol, estuvo marcada por una fe que el fue sintiendo crecer con mucha fuerza en su corazón, a pesar de que sus padres no asistían a la Iglesia.
Desde niño estuvo muy presente en su vida la Eucaristía y la devoción a la Virgen María. Quiso conocer en profundidad la vida de algunos santos que admiraba especialmente. Participó en muchas actividades de servicio a personas necesitadas y desarrolló a través de internet una actividad evangelizadora con el seudónimo de “El ciberapóstol de la Eucaristía”.
Con este recuerdo del más nuevo de los beatos, quiero abrir esta reflexión con motivo de la solemnidad de todos los santos, en la que leemos el pasaje de las bienaventuranzas, tomado del evangelio de san Mateo. Mateo 4, 25 – 5, 12
Mejor que una reflexión mía, quiero traerles, en forma condensada, el comentario del papa Francisco sobre este pasaje, en su exhortación “Gaudete et exsultate”, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
Francisco nos introduce ese comentario con un título muy expresivo: “a contracorriente” y nos hace esta invitación:

“Volvamos a escuchar a Jesús, con todo el amor y el respeto que merece el Maestro. Permitámosle que nos golpee con sus palabras, que nos desafíe, que nos interpele a un cambio real de vida. De otro modo, la santidad será solo palabras.”

«Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»

El Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, para ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. Normalmente el rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona. Jesús mismo nos lo dijo (Lc 12,16-21) en la parábola del rico insensato, de ese hombre seguro que, como necio, no pensaba que podría morir ese mismo día.

Las riquezas no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.

«Felices los mansos, porque heredarán la tierra»

Es una expresión fuerte, en este mundo que desde el inicio es un lugar de enemistad, donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás por sus ideas, por sus costumbres, y hasta por su forma de hablar o de vestir. En definitiva, es el reino del orgullo y de la vanidad, donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima de los otros. Sin embargo, aunque parezca imposible, Jesús propone otro estilo: la mansedumbre. Es lo que él practicaba con sus propios discípulos y lo que contemplamos en su entrada a Jerusalén: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica» (Mt 21,5; cf. Za 9,9).

Él dijo: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas» (Mt 11,29). Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles. Para santa Teresa de Lisieux, santa Teresita «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades».”

«Felices los que lloran, porque ellos serán consolados»

El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida. El mundano ignora, mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de dolor en la familia o a su alrededor. El mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca, nunca, puede faltar la cruz.”

La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Así puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas. De ese modo encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: «Lloren con los que lloran» (Rm 12,15).

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados»

«Hambre y sed» son experiencias muy intensas, porque responden a necesidades primarias y tienen que ver con el instinto de sobrevivir. Hay quienes con esa intensidad desean la justicia y la buscan con un fuerte anhelo. Jesús dice que serán saciados, ya que tarde o temprano la justicia llega, y nosotros podemos colaborar para que sea posible, aunque no siempre veamos los resultados de este empeño.

Pero la justicia que propone Jesús no es como la que busca el mundo, tantas veces manchada por intereses mezquinos, manipulada para un lado o para otro. La realidad nos muestra qué fácil es entrar en las pandillas de la corrupción, formar parte de esa política cotidiana del «doy para que me des», donde todo es negocio. Y cuánta gente sufre por las injusticias, cuántos se quedan observando impotentes cómo los demás se turnan para repartirse la torta de la vida. Algunos desisten de luchar por la verdadera justicia, y optan por subirse al carro del vencedor. Eso no tiene nada que ver con el hambre y la sed de justicia que Jesús elogia.

Tal justicia empieza por hacerse realidad en la vida de cada uno siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles. Es cierto que la palabra «justicia» puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios con toda nuestra vida, pero si le damos un sentido muy general olvidamos que se manifiesta especialmente en la justicia con los desamparados: «Busquen la justicia, socorran al oprimido, protejan el derecho del huérfano, defiendan a la viuda» (Is 1,17).

«Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»

La misericordia tiene dos aspectos: es dar, ayudar, servir a los otros, y también perdonar, comprender. Mateo lo resume en una regla de oro: «Todo lo que quieran que hagan los demás con ustedes, háganlo ustedes con ellos» (Mateo 7,12).

Dar y perdonar es intentar reproducir en nuestras vidas un pequeño reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente. Por tal razón, en el evangelio de Lucas ya no escuchamos, como en Mateo, «sean perfectos» (Mateo 5,48) sino «sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará» (Mateo 6,36-38). Y luego Lucas agrega algo que no deberíamos ignorar: «Con la medida con que midan se les medirá a ustedes» (Lucas 6,38). La medida que usemos para comprender y perdonar se aplicará a nosotros para perdonarnos. La medida que apliquemos para dar se nos aplicará en el cielo para recompensarnos. No nos conviene olvidarlo.

Jesús no dice: «Felices los que planean venganza», sino que llama felices a aquellos que perdonan y lo hacen «setenta veces siete» (Mt 18,22). Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros hemos sido mirados con compasión divina. Si nos acercamos sinceramente al Señor y afinamos el oído, posiblemente escucharemos algunas veces este reproche: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» (Mt 18,33).

«Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios»

Esta bienaventuranza se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, porque un corazón que sabe amar no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo.

Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo (cf. Mateo 22,36-40), cuando esa es su intención verdadera y no palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. San Pablo, en medio de su himno a la caridad, recuerda que «ahora vemos como en un espejo, confusamente» (1 Corintios 13,12), pero en la medida que reine de verdad el amor, nos volveremos capaces de ver «entonces veremos cara a cara» (1 Corintios 13,12). Jesús promete que los de corazón puro «verán a Dios».

«Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»

Los pacíficos son fuente de paz, construyen paz y amistad social. A esos que se ocupan de sembrar paz en todas partes, Jesús les hace una promesa hermosa: «Ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Él pedía a los discípulos que cuando llegaran a un hogar dijeran: «Paz a esta casa» (Lc 10,5). La Palabra de Dios exhorta a cada creyente para que busque la paz junto con todos (cf. 2 Tm 2,22), porque «el fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz» (St 3,18). Y si en alguna ocasión en nuestra comunidad tenemos dudas acerca de lo que hay que hacer, «procuremos lo que favorece la paz» (Rm 14,19) porque la unidad es superior al conflicto.

«Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos»

Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. Jesús dice que habrá felicidad cuando «los calumnien de cualquier modo por mi causa» (Mt 5,11). Otras veces se trata de burlas que intentan desfigurar nuestra fe y hacernos pasar como seres ridículos.

Pero hablamos de las persecuciones inevitables, no de las que podamos ocasionarnos nosotros mismos con un modo equivocado de tratar a los demás. Un santo no es alguien raro, lejano, que se vuelve insoportable por su vanidad, su negatividad y sus resentimientos. No eran así los Apóstoles de Cristo. El libro de los Hechos cuenta insistentemente que ellos gozaban de la simpatía «de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33; 5,13) mientras algunas autoridades los acosaban y perseguían (cf. 4,1-3; 5,17-18).

La cruz, sobre todo los cansancios y los dolores que soportamos por vivir el mandamiento del amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y de santificación.

Jesús recuerda cuánta gente es perseguida y ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia, por haber vivido sus compromisos con Dios y con los demás. Si no queremos sumergirnos en una oscura mediocridad no pretendamos una vida cómoda, porque «quien quiera salvar su vida la perderá» (Mt 16,25).

Amigas y amigos: feliz día de todos los santos. Me despido con esta oración que aparece al comienzo del Martín Fierro. El autor invoca a todos los santos para pedir la ayuda de Dios para la tarea que se ha propuesto, a la que define como “esta ocasión tan ruda”. No es menos ruda la nuestra, y también necesitamos aclarar nuestra mirada para no perdernos en las brumas que a veces nos envuelven:

Vengan Santos milagrosos,         
vengan todos en mi ayuda,         
que la lengua se me añuda    
y se me turba la vista;         
pido a mi Dios que me asista         
en esta ocasión tan ruda.
Que María, Reina de los Santos, a la que el próximo domingo celebraremos como Virgen de los Treinta y Tres, interceda siempre por nosotros.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

Lunes 2 de noviembre

Conmemoración de todos los fieles difuntos
Misas en el Cementerio de Melo
A las 10 de la mañana, presidida por Mons. Heriberto
A las 16 horas, presidida por el P. Reynaldo


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