domingo, 25 de octubre de 2020

Misa - 25 de octubre de 2020

 

Celebrada en la Fazenda de la Esperanza Quo Vadis, en Cerro Chato.

 

Homilía

Queridas hermanas, queridos hermanos:
Como se explicó al comienzo de esta Misa, estamos en la ciudad de Cerro Chato, en donde se juntan los departamentos de Florida, Durazno y Treinta y Tres.
Nos encontramos en la Fazenda de la Esperanza “Quo Vadis” y los jóvenes que vemos hoy aquí, junto con sus responsables, son parte de esta comunidad terapéutica, en la que están haciendo un camino de recuperación de adicciones.

Hemos escuchado un pasaje del Evangelio muy claro, que nos dice algo central para la vida cristiana.
Vamos a tratar de profundizar en lo que nos dice y, después, vamos a ver cómo se trata de vivirlo en esta casa y también cómo podemos vivirlo nosotros en nuestra vida.

Le preguntaron a Jesús “cuál es el mandamiento más importante de la ley”.
Se lo preguntaron “para ponerlo a prueba”.
Esa gente que se acercó a Jesús estaba buscando meterlo en problemas; ya le habían preguntado si había que pagar o no pagar el impuesto del César. Estaban tratando de que Jesús dijera algo o actuara de una manera que lo hiciera quedar mal.

¿Cuáles eran esos mandamientos entre los que había que señalar el más importante?

Todos conocemos o por lo menos hemos oído hablar de los diez mandamientos. Pero la pregunta que le hicieron a Jesús no era por el más importante de esos diez, porque había muchos más.

En el libro de la primera Alianza o antiguo testamento, hay 613 mandamientos. 613. La pregunta sobre el mandamiento más importante buscaba saber cuál es aquel mandamiento que es el fundamento, el mandamiento que diera sentido a todos los otros.

Algunos maestros del tiempo de Jesús pensaban que era el mandamiento del amor a Dios. Otros decían que era el referido al sábado, el día dedicado a Dios.
Jesús responde de una forma muy clara y segura.

La primera parte de su respuesta dice así:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu».
Estas palabras Jesús las toma de la Biblia, del libro del Deuteronomio.
Y agrega:
«Este es el más grande y el primer mandamiento».
Esto es el fundamento de todo.

Ese amor está llamado a ser total. No es con una parte del corazón, del alma o del espíritu, sino con todo, con toda la persona. Esto orienta toda la vida de la persona. Esto nos está diciendo que no es posible amar a Dios, pero, al mismo tiempo, repartir el amor con alguien o algo que pongamos al mismo nivel de Dios. Solo Dios puede y debe ser amado por encima de todo, por sobre todas las cosas.

También nos está diciendo este mandamiento que nuestros actos de culto a Dios tienen sentido como expresión de ese amor. No son cosas que hacemos para conseguir algo de Dios.

Pero falta todavía lo original de la respuesta de Jesús, porque el agrega enseguida otro mandamiento; y lo introduce así:
“El segundo es semejante al primero”
Es el segundo mandamiento, pero es semejante, es como el primero. Quiere decir que va unido al primero, que va colocado junto a él, que los dos se acompañan y no es posible separarlos.
Ese mandamiento Jesús lo toma del libro del Levítico, otro libro de la Biblia y dice así:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Jesús concluye su respuesta diciendo:
“De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”.
“La Ley y los Profetas” es la manera en que la gente del tiempo de Jesús se refería al conjunto de los libros que forman la primera parte de la Biblia. Jesús está diciendo, entonces, que esos dos mandamientos son la clave para interpretar la Palabra de Dios y, lo más importante, para vivir esa Palabra, para poner en práctica la Palabra de Dios.
También nos está diciendo que el amor a Dios no nos impide amar a nadie más. Al contrario, el amor a Dios nos impulsa y nos sostiene en el amor al prójimo.

El amor al prójimo es como una comprobación, una prueba de la verdad del amor a Dios. Así dice san Juan en su primera carta: “el que no ama a su Hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?”.

La casa en la que estamos se inauguró como Fazenda de la Esperanza hace ya once años. Cuando empecé a conocer lo que se hace en la Fazenda, una de las cosas que me impresionó más fue darme cuenta de que aquí, cuando se trata de vivir el amor al prójimo, no se trata solamente de buenos sentimientos, sino, sobre todo, de buenas acciones, de acciones hechas por amor. Cuando al que le toca cocinar, cocina, está amando. Cuando al que le toca limpiar los baños está haciendo esa tarea, está amando. Cuando alguien escucha al que recién llegó, que tiene tantas cosas adentro para descargar, está amando… y así… amar es hacer algo concreto por el otro y hacerlo por amor, movido por el amor a Dios y al prójimo.

El amor al prójimo siempre es posible. Siempre está al alcance de nuestra mano. Siempre hay algo que podemos hacer por los demás. Algunas cosas pueden parecer muy pequeñas; pero nada es insignificante si se hace con amor; porque, debemos tenerlo claro, se trata de que el amor esté en cada una de esas cosas que hacemos por las demás. No solo hacerlas, sino hacerlas con amor. Algunas son muy gratificantes, cuando tenemos al otro delante, cuando vemos su rostro agradecido, su sonrisa… otras pueden ser engorrosas, pesadas, trabajo administrativo… pero también necesario y por eso, también podemos hacerlo con amor.

El papa Francisco nos presentó hace poco su encíclica Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social. En toda ella encontramos orientación para vivir, desde el amor a Dios, el amor al prójimo. Todo el capítulo 2 explica la parábola del Buen Samaritano y la aplica a nuestro mundo de hoy.
Si releemos esa parábola a la luz de los dos mandamientos que nos presenta Jesús, vemos entristecidos cómo algunos pueden pretender que el amor a Dios los haga seguir de largo, como hicieron el sacerdote y el levita, dos hombres supuestamente dedicados a Dios, pero que no se conmovieron por el hombre herido en el camino.

Pero, a pesar de eso, gracias a Dios, hay maneras de vivir la fe que abren el corazón a los hermanos. Francisco nos recuerda estas palabras de san Juan Crisóstomo: «¿Ustedes quieren honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez».

Precisamente, en la primera lectura, del libro del Éxodo, Dios nos recuerda que no podemos despreocuparnos del hermano, en este caso del hermano con frío. Dice así:
“Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes de que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, Yo lo escucharé, porque soy compasivo”.

El amor al prójimo tiene una dimensión universal. Reconocer a Dios como creador nos abre a una fraternidad universal, sin ninguna frontera. Al mismo tiempo, tiene una dimensión personal: porque se concreta en las personas que tengo al lado. Se concreta en el ejercicio que hago cada día del amor, en cada pequeño gesto.

Para terminar, quisiera recordar la enseñanza de un hombre que no dejó pasar la oportunidad de amar cada día. Mons. Francisco Javier Van Thuan, vietnamita, fue arzobispo de Saigón. En 1975 fue detenido y llevado a un campo donde estaría por un tiempo indeterminado. ¿Qué podía hacer?
Algunos de los que estaban en su situación dijeron “tenemos que esperar”. Él se dijo
“sí… eso es lo que hace normalmente un prisionero: esperar cada minuto el día de su liberación. Sin embargo, si me paso el tiempo esperando, quizás las cosas que espero nunca lleguen. Lo único que con seguridad me llegará será la muerte”.
Entonces, él sintió nacer en su corazón una convicción que le hizo tomar una decisión que puso en estas palabras: 
“yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”. 
Y eso fue lo que hizo, y de esa decisión quedaron muchos testimonios de personas que se vieron -a veces con sorpresa- amadas.
En este tiempo de pandemia, hay muchas cosas que no queda más remedio que esperar. Pero con pandemia o sin pandemia, siempre es posible amar, si dejamos que los dos grandes mandamientos sean los que orienten nuestra vida. Que así sea.

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