domingo, 4 de octubre de 2020

Misa - Domingo 4 de octubre de 2020.


La Misa de hoy, domingo 4 de octubre de 2020, XXVII del tiempo durante el año.
Celebrada en la capilla San Andrés, Chacras de Melo, ruta 7, camino a Centurión.


Homilía

Queridas hermanas, queridos hermanos:

En el día de ayer el Papa Francisco estuvo en Asís, donde rezó ante la tumba de san Francisco y firmó su encíclica “Fratelli tutti”, hermanos todos, sobre la fraternidad y la amistad social, que ha sido promulgada hoy, 4 de octubre, precisamente por ser el día de san Francisco de Asís.

Esta encíclica tiene un antecedente importante en la visita que hizo el Papa Francisco a los Emiratos Árabes Unidos, en febrero del año pasado. Allí estuvo reunido con una autoridad religiosa del mundo musulmán, el Gran Imán de Al-Azhar. Con él firmó un documento sobre la fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia común.

Ese documento es una de las bases de la encíclica que se dio a conocer hoy, de modo que vale la pena conocer o recordar algunas de sus líneas principales.
Pero no quiero hacerlo sin referirme antes al evangelio de hoy.

Acabamos de escuchar una parábola conocida como “los viñadores asesinos”.
Es un nombre terrible, porque es también una historia terrible.
En esta historia Jesús compara a Dios con el dueño de un viñedo que arrendó su propiedad a unos viñadores.
Cuando llegó el tiempo de la cosecha, el dueño envió sus servidores para pedir su parte; pero “a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon” y de la misma manera fueron tratados los siguientes enviados.
Esos servidores que aparecen en la parábola son los profetas que Dios fue enviando a su pueblo y esa es la suerte que muchos de ellos corrieron: que los rechazaran y a veces los mataran.
Entonces, como sigue diciendo el relato, el dueño, Dios, decidió enviar a su propio hijo, pensando “respetarán a mi hijo”; pero los viñadores, al contrario, decidieron matar al hijo para quedarse con el viñedo.
Al contar esto, Jesús estaba anunciando el rechazo que iba a sufrir por parte de los sumos sacerdotes y de los ancianos de su pueblo. Estaba anunciando su propia muerte. Estaba anunciando el rechazo al mensaje que Él traía de parte de Dios.

Dios es nuestro Creador.
Es nuestro Padre.
Pero, cuando su hijo se hace hombre en Jesús de Nazaret, en Él, Dios se hace nuestro hermano.

Cuando una persona no sabe quiénes fueron sus padres biológicos, siente la necesidad de encontrarlos y de saber quiénes eran. Esa persona siente que le falta algo para conocer su identidad, para saber realmente quién es. Junto con el descubrimiento de sus padres viene a veces el descubrimiento de que también tiene otros hermanos.

De la misma manera, nosotros no sabemos quiénes somos realmente si no nos reconocemos como criaturas salidas de la mano del Padre Dios, que nos ha creado por amor.
Y al encontrar al Padre, se amplía nuestra familia: hermanos todos, hijos e hijas del mismo Padre Dios.
Y al descubrir, miramos también de otra forma la tierra en la que vivimos, nuestra casa común.

San Francisco, el santo de hoy, vivió profundamente esta fe, reconociéndose como hijo de Dios, uniéndose de corazón a Jesús, viendo en cada hombre un hermano y en cada mujer una hermana; mirando como hermanas a cada una de las criaturas del mundo. El mundo que el Padre creó y puso en nuestras manos para habitarlo, cultivarlo y cuidarlo.

De esa fe de Francisco de Asís nace su “cántico de las criaturas”, en el que alaba al Dios creador por cada una de sus obras:

“Alabado seas, mi Señor, con todas tus criaturas” 

… el hermano sol, la hermana luna, el hermano viento, la hermana agua… nuestra hermana la madre tierra…
“Alabado seas, mi Señor”; en italiano, “Laudato si’ mi signore”… de allí tomó el papa Francisco las primeras palabras de su encíclica de 2015 sobre el cuidado de la Casa Común.

Volvamos ahora al documento firmado por el papa y el imán el año pasado. El primer párrafo nos avanza lo esencial de su contenido. Dice así:

“La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar.
Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos
—iguales por su misericordia—, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas,
especialmente las más necesitadas y pobres.”
“La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano…” La fe es el fundamento de la fraternidad humana. “Todo hombre es mi hermano”, proclamaba san Pablo VI en 1971. Esa es la meta del progreso humano, decía entonces el Papa y agregaba: “El que trabaja por educar a las nuevas generaciones en la convicción de que cada hombre es nuestro hermano, construye el edificio de la paz desde sus cimientos. El que introduce en la opinión pública el sentimiento de la hermandad humana sin límites, prepara al mundo para tiempos mejores.”

Pero no se trata solamente de ver en el otro un hermano, sino un hermano al que “sostener y amar”. Sostener y amar. Todos necesitamos amar y ser amados; todos necesitamos ser sostenidos en algún momento, sostenidos en medio de nuestras más variadas dificultades: desde las más urgentes necesidades materiales hasta las profundas necesidades espirituales.

Decía san Pablo a los Gálatas: 

“ayúdense unos a otros a llevar sus cargas” (6,2). 

En ese sostenernos y ayudarnos unos a otros, el amor y la fraternidad pasan de ser una idea o un sentimiento, a ser una acción concreta, algo que hacemos por el otro, especialmente por el más necesitado y pobre, como dice también el documento del papa y el imán. La pandemia que estamos atravesando nos hace ver aún con más claridad la necesidad de cuidarnos unos a otros.

Esa fraternidad humana se extiende a la creación. El creyente está llamado a expresarla, no solo ayudando a todas las personas, sino también “protegiendo la creación y todo el universo”.
Dicho así, esto resulta enorme… “la creación y todo el universo”.
Sin embargo, como nos dice Francisco en “Laudato Si’”, hay que “apostar por otro estilo de vida”, porque el 

“deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros” y 

“Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social” para que se pase de una actitud depredadora a una actitud respetuosa y cuidadosa de nuestra casa común.

En fin… la parábola de los viñadores nos hace ver que no solo están allí como actores Dios y los hombres; también está ese terreno cultivado, que produce a su tiempo sus frutos. La tierra nos da la mejor cosecha cuando la regamos con nuestro sudor e, incluso, a veces, con nuestras lágrimas. Pero nunca con la sangre del hermano. Pero aún cuando se ha derramado tanta sangre, no todo está perdido. Dice uno de los salmos: 

“Los que siembran entre lágrimas, cantando cosecharán”. 

Si el ser humano puede degradarse hasta el extremo, puede también, con la gracia de Dios, volver a elegir el bien, regenerarse y levantarse. En esa fe caminamos. Esa es la fe que ahora proclamamos.
 

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