viernes, 12 de marzo de 2021

"Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto” (Juan 3,14-21). IV Domingo de Cuaresma (Laetare)

 

La cruz

Muchas personas llevan hoy una cruz al cuello. Pequeñas o grandes, sencillas o decoradas; con distintas proporciones… todas ellas remiten a la cruz de Cristo. Son una expresión de fe, que para algunos puede simbolizar lo que tratan de hacer en la vida, cumpliendo las palabras de Jesús: 

“el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mateo 16,24).

La cruz, sin embargo, necesitó su tiempo para entrar en los símbolos cristianos y aún en las representaciones de Cristo. Un primer símbolo cristiano fue el pez, que de por sí evoca muchos pasajes del nuevo testamento: los discípulos llamados a ser pescadores de hombres, la pesca milagrosa, la multiplicación de los panes y peces, etc. Pero la razón por la que el pez fue tomado como símbolo de Cristo es que su nombre en griego, ichthys (ΙΧΘΥΣ) es un acrónimo del nombre y título de Jesús: “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador” (Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ).

En las catacumbas, la imagen de Jesús que se encuentra con frecuencia es la del Buen Pastor; pero no la de Jesús crucificado. Para eso tendremos que esperar hasta el siglo V, con la cristianización del Imperio Romano.

¿Por qué esto fue así? Después de quince siglos en los que la crucifixión fue representada de mil maneras por centenares de grandes artistas, nos cuesta volver a lo que ocurría en los primeros tiempos del cristianismo.

En el Imperio Romano, en cuyo ámbito nació y murió Jesús, la crucifixión era una forma habitual de aplicar la pena de muerte tanto contra aquellos que habían osado rebelarse contra el poder imperial como contra convictos de graves crímenes. No se aplicaba a los ciudadanos romanos: san Pablo hizo valer ese título para que se le diera muerte por medio de la espada.

Poncio Pilato no decretó únicamente la condena de Jesús y de los dos malhechores que lo acompañaron en el Calvario. Más de dos mil galileos fueron crucificados por orden del prefecto romano a los costados de caminos principales, para que el castigo fuera ejemplarizante.

Por supuesto, la muerte de Jesús en la cruz no era ignorada; pero, como dice san Pablo, era 

“escándalo para los judíos y locura para los gentiles” (1 Corintios 1,23). 

Muchos pasajes de los evangelios y de las epístolas buscan ayudar al creyente a comprender el significado de la cruz y, más aún, a integrar la cruz en su propia vida.

Laetare

¿Por qué traigo aquí todo esto, en este cuarto domingo de cuaresma, llamado “Laetare”, domingo de alegría dentro del camino cuaresmal? Porque el evangelio tiene un pasaje que nos abre esta perspectiva: un símbolo de muerte se transforma en símbolo de vida; más aún, en signo del amor de Dios.

Vayamos al texto. Nos encontramos en el capítulo 3 del evangelio según san Juan, en el cual se relata el encuentro de Jesús con Nicodemo, fariseo, miembro del sanedrín, personaje de cierta importancia social, que va a visitar a Jesús en la noche. Luego de un diálogo, Jesús dice lo siguiente:

De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.

La serpiente

La historia de la serpiente que Jesús menciona es un episodio del libro de los Números (21,4-9) que puede resumirse así:
En su marcha por el desierto hacia la Tierra Prometida, el pueblo murmura contra Dios y contra Moisés.
Dios envía serpientes cuya mordedura provoca muchas muertes.
El pueblo reconoce su pecado y pide a Moisés que ruegue a Dios para que aleje las serpientes.
Sin embargo, la respuesta de Dios es diferente:
Yahveh dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; cualquiera que fuere mordido y mire hacia ella, vivirá.
Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía. (Números 21,8-9)

Levantado

Es a este episodio al que se refiere Jesús. La serpiente de bronce, signo de muerte, se convierte en signo de vida. El Hijo de Dios, levantado en alto, es decir, levantado en la cruz, da la vida eterna a quienes creen en Él. Creer, porque no se trata solo de mirar o ver. En el relato de la Pasión, luego de que el soldado traspasara el costado de Jesús con su lanza (19,34), el evangelista da un testimonio:
El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean (Juan 19,35)
“Para que también ustedes crean”. El evangelista ha visto a Jesús levantado en lo alto y ha creído. Será también él quien, al entrar en la tumba vacía “vio y creyó” (Juan 20,8).
Con esto de ver y creer, no nos olvidemos la bienaventuranza que aparece después en este evangelio:
Dichosos los que no han visto y han creído (Juan 20,29)

Otras dos veces Jesús hablará en el evangelio de Juan de “ser levantado”:
“Cuando ustedes hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo (…)”. Al hablar así, muchos creyeron en él. (Juan 8,28-30)
En la tercera vez que Jesús utiliza esa expresión, el evangelista nos aclara que se refiere a la cruz:
“Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Decía esto para significar de qué muerte iba a morir. (Juan 12,32-33)

Resucitado

Con todo, no hay que entender que la expresión “levantado” se refiere solo a la cruz. Para entenderla en todo su sentido, podemos ir al evangelio de Marcos, donde encontramos tres anuncios de la pasión: (Marcos 8,31; 9,31; 10;33) en los que siempre se anuncia la muerte y la resurrección. Comentando la expresión “levantado”, dice el biblista Raymond Brown:
“Jesús será elevado sobre la cruz y será elevado también al cielo. En el retorno de Jesús al Padre, la cruz es el primer peldaño en la escalera de esa subida.”
Por eso la cruz es signo de vida. Es el lugar donde Jesús venció a la muerte… pero ¿cómo podemos decir que allí venció a la muerte, si, efectivamente, allí murió y no fue allí que resucitó? Creo que eso se desprende de lo que dice Jesús a continuación:
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.

Ofrenda de amor

El triunfo de Jesús sobre la muerte comienza en la cruz, haciendo de esa muerte horrible e infamante una entrega de amor. El Padre entrega al Hijo; el Hijo se entrega por nosotros y por nuestra salvación. La entrega comienza con la encarnación, como nos lo recuerda el himno de la carta a los Filipenses:
Cristo “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de servidor
haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2,6-7)
Entrega que culmina en la cruz, como dice a continuación el himno:
y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Filipenses 2,8)
Para luego ser exaltado o, si queremos, levantado, para usar el mismo lenguaje que Juan:
Por lo cual Dios le exaltó (Filipenses 2,9)

La misericordia y el juicio

Todo eso es siempre expresión del amor de Dios por cada persona humana y por la humanidad entera. También en la segunda lectura de este domingo se pone de manifiesto ese amor:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo (Efesios 2,4-10)

Este es el mensaje central de este domingo “Laetare”: movido por su gran amor, el Padre nos da la salvación por medio de su hijo. Ese es el motivo de alegría. Es el anuncio de la Pascua, del triunfo de Cristo.
Sin embargo, queda también planteada la posibilidad de que el amor de Dios sea rechazado:
El que cree en Él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Comenta sobre esto Raymond Brown:
La presencia misma de Jesús constituye un juicio. (…)
El mal es tiniebla. Con Jesús, la luz vino a las tinieblas.
Pero la oscuridad no la acogió, y este rechazo constituye un juicio (…)
quien se ha alejado de Dios es abandonado por él a su propio destino.
No es Dios quien rechaza al hombre. Al contrario, está ofreciéndole la salvación por medio de su Hijo. Solo se condena quien prefiere las tinieblas a la luz.

Misericordiosos

En su encíclica sobre La Divina Misericordia, san Juan Pablo II decía que
Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia… no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: ...los misericordiosos... alcanzarán misericordia. (Dives in misericordia, 3)
Amigas y amigos:
El evangelio de este domingo nos invita a contemplar a Jesús levantado en lo alto. Clavado en la cruz, transforma ese signo de muerte en signo de misericordia, de amor, vida y salvación para nosotros.
Al contemplar su pasión y su cruz, recordemos que se ha entregado por amor a nosotros.
No rechacemos ese amor. Abrámosle los brazos. Recibámoslo en nuestro corazón y busquemos caminar en la vida por sendas de luz.

¿Vas a vacunarte?

El día once se cumplió un año de la declaración de situación de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud; dos días después nuestro gobierno decretó el estado de emergencia sanitaria. Sobra decir lo duro que ha sido este tiempo para todos, de distintas maneras, desde las dificultades económicas hasta los problemas de salud física y mental. Desde hace días, Uruguay se encuentra en zona roja. En varios departamentos se han suspendido de nuevo las celebraciones presenciales. Seguimos rezando por el fin de esta pandemia… pero también haciendo uso de los recursos que el hombre, con la inteligencia que Dios le ha dado va encontrando. Hablo de las vacunas.
El Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI se han vacunado. Aquí, algunos de los sacerdotes, que están en la franja etaria habilitada también lo han hecho. Yo estoy atento al calendario. Espero que ustedes también. Cuídense mucho. Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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