sábado, 7 de mayo de 2022

“Yo les doy Vida eterna” (Juan 10, 27-30). IV Domingo de Pascua, Jesús Buen Pastor.

“Se me hizo eterno”, “parecía que no terminaba nunca”, son expresiones que utilizamos cuando un momento de nuestra vida se nos hizo particularmente pesado o, también, doloroso y nuestro deseo era que terminara de una buena vez.

Por otra parte, hay otras instancias de la vida, momentos felices, que no quisiéramos que llegaran a su fin. Sin embargo, aún cuando terminan, nos dejan un recuerdo grato que nos sigue acompañando, que se hace parte de nosotros, que conforma algo así como un sedimento, un fondo de felicidad sobre el que se apoya nuestra vida.

Las lecturas de este domingo tienen como eje la vida eterna. El evangelio, breve, está tomado del capítulo 10 de san Juan, donde Jesús se presenta como el Buen Pastor. Allí aparece esta promesa de Jesús en referencia a sus ovejas:

Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. (Juan 10, 27-30)
Vida eterna. Para nosotros, que vivimos en el tiempo, que estamos acostumbrados al flujo de los acontecimientos que van pasando uno tras otro, se nos hace difícil imaginar una vida eterna. Más de un buen cristiano se ha preguntado si eso no será aburrido; algo como lo que decíamos al principio…
Si volvemos un poco más atrás en este mismo capítulo 10 de Juan, encontramos otra expresión de Jesús sobre la vida que Él quiere dar a sus ovejas:
yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. (Juan 10,10)
“Vida abundante”, “vida en plenitud”; una vida colmada, en la que no falta nada. Una vida feliz, una felicidad que no pasa, que no se desvanece.
En la palabra de Dios, esa vida se nos presenta como una visión.
Así leemos en la primera carta de Juan:
lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. (1 Juan 3,2)  
Y también nos dice san Pablo:
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. (1 Corintios 13,12)
Lo veremos tal cual es, veremos cara a cara; pero no todo se queda en la “visión”. Pablo dice “conoceré como Dios me conoce a mí” y Juan va más lejos: “seremos semejantes a él”.
El catecismo de la Iglesia Católica nos habla así de la vida eterna:
Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo".
El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1024)
La segunda lectura de hoy nos ofrece, con el lenguaje del libro del Apocalipsis, una visión del Cielo habitado por los redimidos por Cristo:

Yo, Juan, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano. (Apocalipsis 7, 9. 14b-17)
Si bien la vida eterna es una promesa y está más allá de esta vida, aquí se nos ofrece un anticipo, un anticipo nada menor. Leyendo el Evangelio de Juan, varias veces encontramos expresiones en las que se nos dice que el que cree en Jesucristo ya tiene vida eterna (3,36; 5,24; 6,47; 6,54).
Todo lo que Jesús nos da aquí abajo, todo lo que es una forma de unión con Él a través de la pertenencia a la Iglesia y de la celebración de los sacramentos, es ya vida eterna.

Podríamos seguir profundizado en esta felicidad eterna que Dios ofrece a toda persona humana que viene a este mundo, pero hay dos cosas que no podemos olvidar.

La primera es que esta dicha eterna se nos ofrece a partir de lo que venimos de celebrar: la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
A fin de que las ovejas lleguen a alcanzar la vida eterna, la vida abundante, el Pastor entrega su propia vida. Tres veces, en el capítulo 10 del evangelio de Juan, Jesús habla de dar la vida:

El buen Pastor da su vida por las ovejas. (10,11)
… doy mi vida por las ovejas (10,15)
… doy mi vida para recobrarla. (10,17)
En otros términos, podríamos decir: la felicidad que Dios nos ofrece no es gratuita ni de bajo costo. Hay un precio que se ha pagado y es la vida de Jesucristo. Se ha pagado con la preciosa sangre del Hijo de Dios.

Por eso, también, y es la segunda cosa que debemos tener presente, el cielo no se promete, sin más, para todo el mundo. Jesús dice que esa vida eterna se les da a aquellos que escuchan su voz y «siguen» al pastor. La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos dice algo de eso, en las palabras que Pablo y Bernabé dirigen a quienes los insultaban y contradecían:
«A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos.
Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra.» (Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52)
Como dice el salmo: “ojalá escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos el corazón”; más aún, si el Señor es el Buen Pastor, que llama a cada uno por su nombre, que ha dado su vida por cada uno de nosotros para darnos Vida Eterna.

El buen pastor se hace presente a través de los pastores a quienes confía su rebaño. Por eso no dejemos, en este domingo, de orar por las vocaciones de especial consagración para el servicio del Pueblo de Dios, en especial por las vocaciones al sacerdocio y al diaconado permanente.

En este día recordamos a Nuestra Señora del Luján, en nuestra Diócesis patrona de la capilla de Parque del Plata. Nuestro saludo a esa comunidad que celebra su fiesta patronal el sábado 7 a las 17 horas.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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