sábado, 28 de mayo de 2022

“Fue llevado al cielo” (Lucas 24,46-53). Ascensión del Señor.

Ya ha quedado atrás la Semana Santa. A lo largo de seis domingos hemos ido contemplando distintas apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos.
Ahora nos toca presenciar una separación, una despedida, con la que concluye el evangelio de Lucas. Concluye este evangelio, sí, pero comienza la segunda parte de la obra de Lucas, el libro de Los Hechos de los Apóstoles, cuyo comienzo escuchamos en la primera lectura.
La ascensión del Señor es como una bisagra entre estos dos libros, pues con este acontecimiento se cierra el evangelio y se abre el libro de los Hechos.
Así, pues, Lucas relata dos veces la ascensión de Jesús.
Vamos a detenernos hoy en el relato que nos presenta el evangelio; una narración más breve, pero donde cada frase nos evoca distintos episodios de la vida y las enseñanzas de Jesús que el mismo evangelista nos ha comunicado.
Nuestro pasaje de hoy comienza con un breve discurso de Jesús: 

«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día» (Lucas 24,46-53)

Jesús hace referencia a su muerte y resurrección, es decir, a su Pascua, su paso de la muerte a la vida, acontecimiento que está en el centro de nuestra fe. Pero Jesús ha comenzado diciendo: “así está escrito”. Lo que ha sucedido con Él, especialmente lo primero, su pasión, su sufrimiento, no ha sido un mero capricho de los hombres, un accidente inesperado. La cruz de Jesús era, como nos dice san Pablo:

escándalo para los judíos y locura para los paganos (1 Corintios 1,23)

El mismo Jesús resucitado, en una de las apariciones que nos narra Lucas, tomó su tiempo para explicar a dos decepcionados discípulos que el Mesías, el Salvador, debía pasar por la cruz:

«¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
Y comenzando por Moisés y continuando por los profetas les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él. (Lucas 24,25-27)

Todo aquello que estaba escrito en los libros Sagrados estaba preparando y anunciando el plan de salvación que Dios quería realizar por medio de su Hijo. Ahora todo se ha cumplido y, por eso, continúa Jesús indicando a los discípulos su misión:

«y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.» (Lucas 24,47-48) 

Comenzando por Jerusalén, porque es allí donde han tenido lugar los sucesos. En el evangelio de Lucas, por otra parte, todo llega o parte de Jerusalén, ciudad de Dios; de modo que de allí también tendrá que salir el anuncio de la salvación, llamando a la conversión, al cambio de vida, para recibir el perdón de los pecados.
Jesús finaliza su breve discurso con una promesa, una importante promesa. Los discípulos tienen por delante una misión difícil. Jesús ya no va a estar con ellos, pero no los dejará solos:

«Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto». (Lucas 24,49)
La promesa del Padre, la fuerza que viene de lo alto a la que se refiere Jesús, es el Espíritu Santo, que descenderá sobre ellos en el acontecimiento que recordaremos el próximo domingo: Pentecostés.
Con esa promesa se cierran las palabras de Jesús. Sin embargo, no termina allí la comunicación con los discípulos. Falta un gesto, un gesto al cual, a mi parecer, cada vez le descubrimos y le reconocemos su valor y por eso lo pedimos para nosotros y para los demás:
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.  (Lucas 24,50-51)
Jesús bendijo a sus discípulos. Ese es, dentro del marco de estas apariciones, su último gesto hacia ellos, el gesto con el que se despide. Gesto que se prolonga mientras se produce la separación. La bendición que se inicia en la tierra continúa desde el Cielo.
Jesús, entrando en su gloria para sentarse a la derecha del Padre, sigue bendiciendo a sus discípulos.

En Israel, la bendición era una prerrogativa del sacerdote.
Vayamos al comienzo del evangelio de Lucas, al relato de la anunciación a Zacarías, donde se le dice que será padre de Juan el Bautista.
Zacarías, sacerdote, entró al templo para hacer la ofrenda de incienso y debía salir, a continuación, a bendecir al pueblo. Dentro del santuario, escuchó el anuncio del Ángel, pero lo recibió con dudas. Entonces el Ángel le dijo que, por no haber creído quedaría mudo; y así fue que no pudo dar la bendición al pueblo:
Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Él se expresaba por señas, porque había quedado mudo.(Lucas 1,21-22)
La esperada bendición de aquel momento quedó frustrada. Pero ahora, en la ascensión es Jesús resucitado quien se manifiesta como sumo y eterno sacerdote, bendiciendo en sus discípulos a toda su Iglesia nuevo Pueblo de Dios y por medio de la Iglesia a toda la humanidad.

Nos quedan apenas dos versículos de este relato:
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios. (Lucas 24,52-53)
Cuando se produce una separación, cuando se aleja alguien muy querido a quien no volveremos a ver, el sentimiento normal es de una cierta tristeza, a lo más un sabor agridulce… sin embargo, aquí se nos dice que los discípulos volvieron a Jerusalén con gran alegría.
Aquí vemos que ellos han crecido en su comprensión de lo que ha sucedido con Jesús; más aún, han crecido en su comprensión de la persona misma de Jesucristo; y todavía más: han crecido en su fe en el Hijo de Dios, porque lo que los alegra es su triunfo, su ascensión, para sentarse a la derecha del Padre.
Se alegran porque aman a Jesús. Él les había dicho:

Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. (Juan 14,28)
Por último, notemos este detalle del evangelio de Lucas: su narración comienza en el templo de Jerusalén, cuando Zacarías estaba prestando su servicio sacerdotal y termina en el mismo lugar: los discípulos permanecían en el templo alabando a Dios.
Recibamos este final como una invitación a continuar frecuentando la Eucaristía en nuestras parroquias y capillas, encontrándonos allí con Jesús resucitado que se hace presente en medio de su comunidad para darnos su Palabra, su Pan de Vida y su Bendición.

En esta semana

  • Hoy, 29 de mayo, la Iglesia recuerda al papa San Pablo VI, quien llevó a término el Concilio Vaticano II, convocado e iniciado por san Juan XXIII, momento muy importante en la renovación de la Iglesia, volviendo a las fuentes de la Palabra de Dios y de la Tradición.
  • Martes 31: fiesta de la Visitación de María. Mi saludo y bendición a la comunidad de las Salesas en el Monasterio de la visitación, en Progreso y a todos los que se congreguen para acompañarlas ese día.
  • Jueves 1 de junio: San Justino, mártir. 
  • Viernes 2: Santos Marcelino y Pedro, mártires.
  • Sábado 3: San Carlos Lwanga y compañeros, mártires; y, en Uruguay, San Cono, monje. Y ya estamos en la víspera de Pentecostés.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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