Amigas y amigos, los saludamos desde el Monasterio de la Visitación de María, a la entrada de la ciudad de Progreso, en Canelones. En esta casa vive una comunidad de monjas visitandinas, más conocidas como salesas, dedicadas fundamentalmente a la oración. Su vida nos anima para realizar lo que Jesús nos dice hoy en el evangelio: orar siempre, sin desanimarse. Pero también estamos aquí porque en la tarde de este domingo, en la capilla del monasterio y junto a todos los que quieran acompañarnos, recordaremos a santa Margarita María de Alacoque. A esta monja salesa Jesús le mostró la riqueza insondable de su Sagrado Corazón, sede del amor misericordioso de Dios.
Para comunicarnos su enseñanza de hoy, Jesús recurre a una parábola que comienza así:
En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario”. (Lucas 18,1-8)
El primer personaje es un juez. La figura del juez tiene una larguísima tradición dentro de la Biblia. Uno de los libros se llama Jueces. Una de las tareas más importantes del juez es resolver conflictos y hacer justicia, defendiendo al más débil del abuso de los poderosos. El libro del Éxodo recuerda cómo Moisés tuvo también ese rol, que le ocupaba mucho tiempo:
Moisés se sentó para juzgar los asuntos que le presentaba el pueblo, mientras la gente permanecía de pie junto a él, de la mañana a la noche. (Éxodo 18,13)
Por consejo de su suegro, Moisés nombró setenta ancianos que asumieron esa tarea interminable, juzgando en los asuntos de menor importancia y llevándole solamente los asuntos más graves. Vale también la pena recordar la oración del rey Salomón antes de asumir el trono:
“Concede a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?” (1 Reyes 3,9)
Ahora bien, el juez de la parábola no es para nada uno de estos hombres de Dios. Lo primero que se nos dice de Él es que “no temía a Dios”. El santo temor de Dios no es el miedo a un eventual castigo divino, que, en este caso, podría haber sido suficiente para tener otra conducta. El temor de Dios es mucho más que eso: es el sentido de que Dios está presente, el sentido de lo sagrado, el conocimiento de la voluntad de Dios, quien dice claramente:
No opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre, y no piensen en hacerse mal unos a otros. (Zacarías 7,10)
Para redondear el retrato del juez, el evangelista agrega que no le importaba la gente. Es alguien que, como suele decirse, “no quiere a Dios ni a nadie”.
El segundo personaje es una viuda. La viuda, el huérfano y el extranjero forman un trío que, en la Biblia, encarnan la pobreza y el desamparo. Sobre estas personas Dios tiene puesta su mirada, esperando que los demás no las dejen sin auxilio. Si el deber de socorrer a quien se encuentra en una gran dificultad vale para todos, cuánto más para el juez, que está para eso. Pero este hombre es insensible. Sin embargo, hay algo que lo llevará a cumplir con su deber:
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme". (Lucas 18,1-8)
La conclusión es evidente. La viuda logra que se le haga justicia por su constancia en seguir pidiendo incansablemente hasta lograr ser escuchada y atendida como se debe.
Y aquí está la conclusión que presenta Jesús:
«Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lucas 18,1-8)
Si el juez injusto hizo justicia a la viuda, cuanto más Dios, el único verdaderamente justo, hará justicia a quienes le presentan sus ruegos día y noche. Pero, notemos un detalle: Jesús dice que les hará justicia “aunque los haga esperar”.
Esas palabras de Jesús nos ponen en el horizonte de la esperanza. Pensemos en lo que pedimos cada vez que rezamos el Padrenuestro: “venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”… ¿cuánto falta para que eso se cumpla plenamente? Si bien nos anima descubrir cada día los signos del Reino de Dios ya presente entre nosotros, pesa lo que todavía no ha llegado… La oración constante sostiene nuestra fe y nuestra esperanza y nos ayuda a vivir en el amor mientras peregrinamos en esta vida. La oración sostiene nuestra espera.
Muchas veces dedicamos nuestra oración a pedir aquello que nos parece que más necesitamos en este mundo. Dios sabe bien lo que necesitamos. Santa Teresa de Jesús, a quien recordábamos ayer, decía que “Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama". La oración es nuestra relación de amor con Dios, por medio de Jesucristo. Es levantar hacia Él nuestro corazón. Podemos permanecer ante Dios en silencio, recitar una letanía, rezar un rosario, adorar el Santísimo Sacramento, meditar la Palabra de Dios… en fin, hay muchas maneras de orar; pero en aquella que tomemos, no puede faltar nuestra confianza de estar yendo al encuentro de aquel que sabemos que nos ama. Así será posible “orar siempre, sin desanimarse”.
En esta semana
El lunes 17 recordamos a San Ignacio de Antioquía.
El martes 18, San Lucas evangelista.
El viernes 21, la beata Lorenza Longo, madre de familia que, al quedar viuda, fundó en Nápoles el hospital de los incurables y el primer monasterio de Clarisas Capuchinas. Mujer de gran fe y de intensa vida de oración, se prodigó por las necesidades de los pobres y los que sufren. Saludamos a nuestras Clarisas Capuchinas de Etcheverría que hoy celebran su memoria.
El sábado 22, san Juan Pablo II el Papa que visitó dos veces el Uruguay.
22-23, DOMUND, Jornada Mundial de las Misiones
El sábado 22 y el domingo 23 se realiza la colecta destinada al sostenimiento de las Misiones en todo el mundo. Recemos por la obra misionera de la Iglesia y colaboremos generosamente.
Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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