Amigas y amigos, este domingo, Jornada Mundial de las Misiones, conocido como DOMUND, nos encontramos en la parroquia San Antonio María Claret, en la ciudad de Progreso, que celebra su fiesta patronal anticipándola un día. Es también un muy buen lugar para celebrar esta Jornada Misionera, porque el patrono de esta parroquia fue un gran misionero. En sus comienzos recorrió “pobre y a pie” Cataluña y las Islas Canarias, llevando apenas una Biblia, una muda de ropa y un mapa, predicando con pasión y cordialidad. Nombrado obispo en Cuba, recorrió tres veces la isla, anunciando el Evangelio. Luchó contra la esclavitud y creó escuelas para los pobres. De regreso en España fue nombrado confesor de la Reina, pero nunca abandonó su pasión por la misión y siguió predicando allí donde llegara o pasara.
El recuerdo de los santos misioneros puede, a veces, hacer pensar que la misión es cosa de algunos elegidos; pero no es así. Todos los bautizados hemos sido llamados por Jesús para ser sus discípulos, discípulos misioneros. Eso nos recuerda el papa Francisco en su mensaje para esta jornada. El mensaje parte de esta cita del libro de los Hechos de los Apóstoles:
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hechos 1,8)
A continuación el Papa señala dos aspectos importantes de la misión: cada bautizado está llamado a realizarla, pero no como una iniciativa individual, sino siempre en relación con la Iglesia a través de la comunidad de la que forma parte. Por otro lado, hay también un llamado a vivir la vida en clave de misión, es decir, dando testimonio de la fe no solo con las palabras sino llevando una vida cristiana y recuerda las palabras de san Pablo VI:
«El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41)
Vayamos ahora al evangelio de hoy, en el que Jesús relata la parábola del fariseo y el publicano.
Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
Recordémoslo brevemente: los fariseos era los integrantes de un movimiento religioso del tiempo de Jesús, caracterizado por una estricta observancia de los mandamientos; los publicanos era los recaudadores de impuestos, una actividad que ubicaba al que la hacía directamente entre los pecadores, pecadores públicos. El fariseo, de pie, hace su oración:
«Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
La oración del fariseo comienza muy bien, dando gracias a Dios. Pero el motivo de este agradecimiento no es por la obra de Dios, sino por su propia obra, porque es un hombre que cumple de manera perfecta algunos preceptos particulares. Sin embargo, no aparece en su oración nada que hable de su amor a Dios y al prójimo, mandamiento principal de la Ley. Más que rezar, se elogia a sí mismo, se alaba a sí mismo y desprecia a “los demás hombres”. No hay en su oración ninguna petición. El fariseo parece no necesitar nada de Dios, acaso solamente un reconocimiento de los méritos que ha presentado.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»
La oración del publicano nos ayuda a entender qué es lo que realmente agrada a Dios. Notemos sus gestos: baja la cabeza, se golpea el pecho. No se ha puesto delante de los demás para que lo vean, sino que se queda atrás, buscando la intimidad con Dios. Sus gestos anticipan la oración que sale de su corazón: “ten piedad de mí, que soy un pecador”. Su confesión es lisa y llana: soy un pecador. No ofrece ninguna excusa, ninguna justificación; no culpa a su familia, o a su ambiente, o al mundo en el que vive: reconoce una verdad que es suya: “soy un pecador”.
Reconociendo esa realidad, se siente profundamente necesitado de salvación; más aún, siente la imposibilidad de alcanzar por sí mismo esa salvación y por eso la implora angustiosamente: “Dios mío, ten piedad de mí”.
Ahora bien: ¿por qué Jesús nos propone poner la mirada en estos hombres? La conclusión de la parábola nos invita a asumir la actitud del publicano. Es él quien ha tenido la actitud correcta, puesto que, como dice Jesús:
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado.
De todos modos, como otras parábolas y episodios del evangelio donde aparecen diferentes personajes y distintas actitudes, podemos sentirnos reflejados no solo en alguna de las situaciones, sino un poco en todas.
Comentando este texto, decía el papa Francisco:
“Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. Con Dios el maquillaje no funciona.”
Y sigue diciendo Francisco:
“Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. (porque) sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios”. (Homilía, 27 de octubre de 2019, clausura del Sínodo de los Obispos).
Quedémonos con ese pensamiento. No buscar justificaciones ni excusas, reconocer humildemente nuestras faltas e invocar la misericordia de Dios.
En esta semana
Mañana, lunes 24, celebramos la memoria de san Antonio María Claret, patrono de la parroquia de Progreso, que fue la primera parroquia en el mundo que llevó su nombre.
El viernes 28, fiesta de los apóstoles san Simón y san Judas. Sobre éste último, recordemos que no es el que traicionó a Jesús, conocido como Judas Iscariote. Este es san Judas Tadeo, por quien en México hay una gran devoción. En el Nuevo Testamento, entre las cartas de Juan y el Apocalipsis, encontramos una carta de san Judas.
El sábado 29, entre los santos y beatos que enumera el martirologio romano en ese día, encontramos a una joven beata: Chiara Luce Badano. Luce, que en italiano significa “luz” es el nombre que Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, le puso a esta joven que entregó a Dios su vida el 7 de octubre de 1990, a la edad de 18 años, vencida por un cáncer en los huesos. Chiara Luce llevó su enfermedad con gran aceptación y paz, ofreciendo a Jesús su dolor. Las amigas recuerdan que la visitaban para darle ánimo, pero pronto se dieron cuenta que era Chiara la que las animaba a ellas.
Colecta DOMUND
Finalmente, les recuerdo la colecta de este fin de semana, destinada a las Obras Misionales Pontificias. Fue una joven laica francesa, Paulina Jaricot, quien hace 200 años fundó lo que es hoy la Pontificia Unión Misional, para sostener a los misioneros con la oración y una colecta anual. Ese es el origen de esta jornada en la que todos podemos colaborar con la obra misionera de la Iglesia.
Amigas y amigos, que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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