Amigas y amigos, este domingo, el penúltimo del año litúrgico, celebramos por séptima vez la Jornada Mundial de los pobres, instituida por el papa Francisco.
El lema de este año es un pasaje del libro de Tobías, donde Tobit, padre de Tobías, le deja una serie de consejos, a modo de testamento espiritual. Entre esas palabras aparece la frase elegida por Francisco: «No apartes tu rostro del pobre» (Tobías 4,7). No apartes tu rostro, es decir, no le des vuelta la cara: míralo, no rehúyas encontrarte con él. En ese sentido, al comienzo de su pontificado, Francisco envió un video mensaje a Argentina, con motivo de la fiesta de san Cayetano. Allí, el papa hacía este comentario:
A veces yo le pregunto a alguna persona:
- ¿Usted da limosna?
Me dicen: “Sí, padre”.
- Y cuando da limosna, ¿mira a los ojos de la gente a la que le da la limosna?
- “Ah, no sé, no me di cuenta”.
- “Entonces no lo encontró. Le tiró la limosna y se fue. Cuando usted da limosna, ¿toca la mano o le tira la moneda?”
- “No, le tiro la moneda” Y no lo tocaste, y si no lo tocaste, no te encontraste con él”.
Y concluía Francisco: Lo que Jesús nos enseña es: primero encontrarnos, y en el encuentro, ayudar.
Tal vez esta introducción nos ayude a meditar el evangelio de hoy desde esa perspectiva.
Se trata de la parábola de los talentos.
El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. (Mateo 25,14-30)
El talento, en el mundo antiguo, era un importante valor en metales preciosos: oro o plata. Hay distintas estimaciones sobre su valor, porque también había distintas versiones de lo que era un talento. Una de esas estimaciones le da el valor de unos 35 kilos de oro. Eso es hoy más de dos millones de dólares.
En la parábola, representan los dones de Dios hacia nosotros, los bienes que Él entrega a cada uno para que los hagamos fructificar. ¿Cuáles son esos dones? Podríamos pensar que son cualidades que recibimos, como los “talentos” que la sociedad reconoce: talento para el arte, para la música, para algunos oficios muy apreciados… Pero el don más precioso que Dios nos entrega es su Gracia, su amor, su misericordia, su ternura, su perdón… Son bienes que salen del corazón mismo de Dios y nos abren el camino para entrar en su eternidad de amor. Son bienes eternos, bienes espirituales, que no se pierden ni se gastan al compartirlos, sino que crecen.
En cambio, si se guardan, si no se comparten, si no se comunican, pueden perderse. ¿Qué hicieron aquellos servidores?
En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. (Mateo 25,14-30)
Ahí vemos las dos actitudes: la de quienes comienzan a compartir lo recibido y lo multiplican y la de quien, en cambio, temiendo perderlo, lo esconde.
A la llegada del Señor, los dos primeros presentan lo que han ganado. El que recibió cinco, ha producido otro tanto y tiene ahora diez; el que recibió dos, hizo lo mismo y tiene ahora cuatro. Pero el último le dijo:
«Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!» (Mateo 25,14-30)
Mientras que los otros dos le presentan al Señor lo que han ganado, el tercer servidor termina diciendo “aquí tienes lo tuyo”. El miedo le ha impedido comprender y actuar. Ha entendido que lo que ha recibido era muy valioso para su Señor; por eso, quiso conservarlo para devolverlo. Pero no ha comprendido que ese bien era también valioso para él mismo. Tampoco ha comprendido que el Señor, al confiarle ese talento, estaba valorando a su servidor.
Podríamos pensar “bueno, pero a él le dio un solo talento, no lo valoraba tanto como a los otros”.
Ya hubieran querido los oyentes de Jesús recibir, aunque fuera, un solo talento. Como hemos visto, se trataba de una cantidad muy importante de dinero, una cantidad inimaginable para quienes se ganaban la vida como jornaleros.
Comentando este texto, el papa Francisco subraya la inmensa confianza de Dios en nosotros:
El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma forma: nos conoce personalmente y nos confía lo que es justo para nosotros; pero en todos, en todos hay algo igual: la misma e inmensa confianza. Dios se fía de nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros. Y esto es lo mismo para todos. No lo decepcionemos. (Ángelus, 16 de noviembre de 2014)
Hay otro aspecto que nos llama la atención: ¿por qué se le da más al que tiene más?
Veamos lo que dice el Señor. Primero le habla al que enterró el talento:
«Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes». (Mateo 25,14-30)
No olvidemos que aquí no estamos hablando de dinero, sino de bienes espirituales. El que guardó el don recibido lo perdió, precisamente por eso, por no haberlo compartido. Pero el bien en sí, no se destruyó. El que ha producido más recibe más, por la misma dinámica del amor y la misericordia.
La parábola de los talentos nos pone frente a nuestra misión como cristianos, y esa misión es la de transmitir, de comunicar a otros los bienes que hemos recibido en la fe.
Para eso, como nos decía Francisco, lo primero es encontrarnos: no apartarnos ni apartar el rostro del otro, especialmente del hermano pobre.
En el libro de los Hechos de los apóstoles se nos cuenta como Pedro y Juan se encontraron con un hombre paralítico, que les pidió una limosna. Los dos miraron hacia el hombre y Pedro le dijo “míranos”. El los miró, esperando que le dieran algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina». (Hechos 3,6)
Pedro había recibido el don de poder curar en el nombre de Jesucristo. No todos podemos tener ese don; pero si Jesucristo está en nuestro corazón, si creemos en Él, seremos capaces de comunicar su amor. Tal vez sea difícil hacer levantar y caminar a un paralítico; pero una mirada, una palabra, un gesto de amor, pueden hacer que un corazón abatido recupere la esperanza y encuentre las fuerzas para seguir caminando en la fe.
Noticias:
El próximo domingo, Mons. Luis Eduardo González Cedrés asumirá como nuevo obispo de la Diócesis de Mercedes. Hasta ahora era obispo auxiliar de Montevideo. Fue también rector del Seminario Interdiocesano. Sucederá al salesiano Mons. Carlos María Collazzi, quien ha estado al frente del territorio eclesiástico desde 1995 y que presentó su renuncia al cumplir los setenta y cinco años de edad, como establece el derecho canónico.
La Diócesis de Mercedes abarca los departamentos de Soriano y Colonia. Cuenta con 16 parroquias, 10 sacerdotes diocesanos, 7 sacerdotes religiosos, 17 diáconos permanentes y varias comunidades religiosas.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario