“Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas”.
La luz fue siempre símbolo de vida. Todos los días esperamos el alba como mensajera de un nuevo comienzo. El tema de la luz estuvo presente en la historia de los pueblos y en las antiguas religiones.
La tradición judía celebra la fiesta de las luces (o de las lámparas), Janucá, que recuerda la rededicación del segundo Templo de Jerusalén y la liberación de los cultos paganos. Los musulmanes encienden velas en el día del nacimiento del profeta, Mawlid en árabe o Mevlid Kandili en turco.
La fiesta de Diwali, cuyo nombre significa festival de las luces, originariamente una fiesta hindú, es celebrada por diversos credos de la India para celebrar la victoria del bien sobre el mal.
Para los cristianos, Jesucristo es la luz que ilumina las tinieblas del mundo. Por lo tanto, se trata de una realidad de un fuerte simbolismo, representa una presencia de lo divino, un don para la humanidad y para la tierra.
“Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas”.
¿Pero cuáles son las características de los hijos del día? Una de ellas es el “no pertenecer a la noche ni a las tinieblas”. La renuncia a adormecerse, a la apatía radica en la decisión de mantenerse despierto. Es una opción de amor habitar y vivir plenamente el tiempo.
La urgente invitación del apóstol a la comunidad de Tesalónica es precisamente la de estar alerta siempre, renunciando a toda forma de sopor y de indiferencia. En un tiempo en el que la humanidad está particularmente necesitada de luz, los que no pertenecen a la noche tienen la tarea de iluminar las relaciones entre personas, en un permanente entregarse para hacer visible la presencia del Resucitado revestidos con la fe, el amor y la esperanza, como escribe Pablo (cf 1 Tesalonicenses 5,8).
Es necesario aún cultivar con Dios una relación más estrecha y más verdadera, ahondando en nuestro corazón, encontrando momentos de diálogo a través de la oración, poniendo en práctica su palabra que irradia precisamente esta luz.
“Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas”.
A veces podemos llagar a acostumbrarnos a vivir en la oscuridad de nuestro corazón y darnos por satisfechos con las muchas luces artificiales, con las promesas de felicidad del mundo, pero Dios nos llama siempre para que brille su luz dentro de nosotros y para que sepamos saber mirar personas y acontecimientos con atención para percibir en ellos hilvanados luminosos.
El esfuerzo consiste en llevar a cabo continuamente una opción que nos permita renacer: la elección de pasar de la oscuridad a la luz.
“El cristiano no puede escapar del mundo, esconderse y creer que la religión es un hecho privado”,
escribía Chiara Lubich.
“Él vive en el mundo –prosigue – porque tiene una responsabilidad, una misión frente a todos los hombres, ser la luz que ilumina. También tú tienes esta tarea, y si no la cumples es como la sal que ha perdido su sabor o como la luz convertida en sombra (1). La tarea del cristiano es por lo tanto permitir que se transparente la luz que lo habita, ser el ‘signo’ de la presencia de Dios entre los hombres” (2).
“Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas”.
Dios es luz y puede ser encontrado por quienes lo buscan con corazón sincero. Suceda lo que suceda no seremos nunca separados de su amor porque somos hijos suyos. Si estamos seguros de ello no quedaremos apresados ni agobiados por los acontecimientos que puedan desconcertarnos.
Los terremotos de febrero en Turquía y Siria, y más recientemente en Marruecos y las inundaciones en Libia, que provocaron miles de víctimas han conmocionado la vida de millones de personas. Quienes sobrevivieron a las catástrofes, enteras comunidades, de esos lugares y de otros países, han representado puntos luminosos que se ocuparon de llevar ayudas inmediatas y acompañar a cuantos han perdido afectos, casas, todo.
Las tinieblas no podrán nunca superar a quienes eligen vivir en la luz y quieren generarla en los demás. Esto, para los cristianos significa una vida con Cristo entre nosotros, presencia que hace posible abrir destellos de vida, que vuelven a dar esperanza y nos llevan a vivir en el amor de Dios.
Victoria Gómez y equipo de Palabra de Vida
(2) C. Lubich, Palabra de Vida de agosto 1979
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