En los domingos anteriores hemos ido viendo cómo Jesús era puesto a prueba por distintos grupos religiosos que lo veían como una amenaza y trataban de desacreditarlo, de dejarlo mal ante la gente, por medio de preguntas tramposas.
Ahora, Jesús habla a la multitud acerca de uno de esos grupos, el de los fariseos, que es el que ha estado por detrás de todo eso.
“Fariseo”, se ha explicado más de una vez, significa “separado”. Los fariseos se consideraban hombres justos, que cumplían fielmente la ley de Dios y, por eso, “separados” de todos los demás, los pecadores. Jesús tiene una constante discusión con ellos.
Los fariseos creen que el hombre se salva cumpliendo escrupulosamente la ley de Dios. No solo los diez mandamientos, sino los centenares de preceptos que se encuentran en la Biblia. Cumpliendo esos mandatos, ellos consideran que han ganado su salvación, que tienen méritos para presentarle a Dios.
Jesús, en cambio, ve la fragilidad humana, la imposibilidad para el hombre de hacerse justo ante Dios y permanecer así por sus solas fuerzas. Por eso él acentúa el amor y la misericordia de Dios que se derrama sobre todas las personas, igual que la lluvia, que cae sobre buenos y malos.
Jesús no rechaza la ley de Dios, faltaría más… al contrario, él dice que ha venido para llevarla a su plenitud y, de hecho, el domingo pasado nos indicó cuál es el mandamiento más importante de la ley: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a sí mismo. En esos dos mandamientos está la plenitud de la ley.
Pero no se trata solamente de diferencias de pensamiento, porque Jesús señala que los fariseos no cumplen de verdad la ley. Así los describe:
Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. (Mateo 23,1-12)
Jesús señala en los fariseos la insensibilidad, la apariencia, la hipocresía, la búsqueda de reconocimiento. Quieren fama. Buscan su propia gloria, no la gloria de Dios.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente. (Mateo 23,1-12)
Mirando hacia sus discípulos, Jesús recomienda otra manera de actuar, muy diferente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. (Mateo 23,1-12)
Un solo Maestro, un solo Padre, un solo Doctor. Vamos a detenernos un poco en esto.
Un solo Padre. El Padre Celestial, el único padre propiamente dicho, porque toda verdadera paternidad proviene de él, como lo expresa devotamente san Pablo:
“… doblo mis rodillas delante del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Efesios 3,14-15)
Un solo “Doctor” que es el Mesías. El Mesías es el mismo Jesús. Ahora ¿Qué quiere decir aquí “doctor”? A veces, cuando escuchamos a una persona que sabe mucho, decimos “es un doctor”. De un doctor, que puede ser un médico, un abogado u otro profesional, esperamos que sepa, que tenga un conocimiento profundo y con ese conocimiento nos guíe en lo que tenemos que hacer para cuidar nuestra salud o para resolver un problema legal.
En tiempos de Jesús, los doctores eran los hombres estudiosos de la Palabra de Dios, que desde ese conocimiento podían guiar a los demás. Por eso algunas biblias traducen aquí, en vez de doctor “guía”, “director”, que expresa mejor esa capacidad de orientar al otro a partir de ese conocimiento.
Jesús nos dice que Él, el Mesías, es el único guía, el único director que debemos seguir, precisamente porque él sí hace lo que dice y nos conduce con el ejemplo de su propia vida.
Un solo Maestro. Podríamos pensar que ese único Maestro es Jesús, pero el texto no dice eso y no nos dice quién es. Podemos pensar que es el Espíritu Santo. En el mismo evangelio de Mateo, cuando les anuncia a sus discípulos que serán perseguidos e interrogados en tribunales, Jesús les dice:
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. (Mateo 10,19-20)
El Espíritu Santo como maestro interior. Nuestro Padre, nuestro Guía, nuestro Maestro es el mismo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Pero todo eso no lo vivimos individualmente, cada persona por su lado, pensando lo que le parece. Jesús transmite todo esto a sus discípulos, los apóstoles, que formaron la comunidad cristiana y fueron organizando diferentes servicios y ministerios.
Todos esos ministerios, no solo el de los obispos, presbíteros y diáconos, sino los que han ido surgiendo y seguirán surgiendo en la Iglesia: catequistas, ministros de la comunión, animadores, lectores, acólitos, agentes de pastoral social, tienen la misión de ayudar a todo el Pueblo de Dios a conocer el amor del Padre, a seguir las enseñanzas del Hijo y a reconocer la acción del Espíritu Santo.
Estos ministerios no son un honor, no son para nuestra gloria, sino para gloria de Dios. Todos los ministros somos servidores del Pueblo de Dios y nunca debemos olvidar la enseñanza de Jesús con la que concluye este pasaje del evangelio de hoy:
El mayor entre ustedes será el que sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado. (Mateo 23,1-12)
Algo así ya había dicho Jesús, cuando dos discípulos le pidieron estar en los lugares más relevantes cuando Él estableciera su reino:
«… el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mateo 20,26-28)
El que se eleva será humillado, el que se humilla será elevado. ¿Humillado por quién? ¿Elevado por quién? Por el Padre Dios: el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos es quien elevará a todo aquel que se una a su Hijo en el servicio humilde y en la entrega de su vida día a día.
En esta semana
Miércoles 8, Purísima Virgen de los Treinta y Tres, patrona del Uruguay. En este día comienza su reunión la asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay.
Jueves 9. Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. Ese día celebra su fiesta patronal la parroquia de Tala, cuya iglesia está dedicada al Santísimo Salvador. Este año, se cumplen los 160 años de la creación de la parroquia, que se celebrarán ese día, en la fiesta patronal.
También el jueves, a la hora 20:30 en la Catedral de Florida se hará el tradicional recital “Uruguay le canta a la Virgen de los Treinta y Tres”, que será transmitida a través de internet por ICMtv [icmtv.uy] y el canal de YouTube “Uruguay le canta a la Virgen”.
Sábado 11. “Caminamos 33 km hacia María”, es el lema de la peregrinación que organizan los jóvenes de Canelones. Saldrá a las 7:30 desde el peaje de la Ruta 5. Se hará noche en Florida, para participar en la peregrinación nacional.
Domingo 12. “Junto a la Virgen de los Treinta y Tres agradecemos la beatificación de Jacinto Vera”. Con ese lema ha sido convocada la peregrinación nacional al santuario de la patrona del Uruguay. A las 10 será la Misa en la que estaremos presentes los obispos del Uruguay junto a peregrinos de nuestras diócesis.
Santoral
Jueves 9, Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán.
Viernes 10, San León, papa y doctor de la Iglesia.
Sábado 11, San Martín de Tours, obispo.
Domingo 12, San Josafat, obispo y mártir.
Gracias amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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