Llegamos al último domingo del año litúrgico, es decir, del ciclo de celebraciones de la Iglesia, que no coincide con el año civil. En efecto: el próximo domingo, 3 de diciembre, ya comienza un nuevo año, con el primer domingo de Adviento.
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo o “Cristo Rey”, como se dice en forma abreviada, nos invita a mirar hacia el final de los tiempos, culminando lo que ya se venía dando en los domingos anteriores.
De hecho, cada Misa, especialmente cada Misa dominical, está evocando esa meta hacia la que camina la entera familia humana, como lo expresa uno de los prefacios. Éste hace referencia a la asamblea reunida en el domingo:
Hoy, tu familia, reunida en la escucha de tu Palabra,
y en la comunión del pan único y partido,
celebra el memorial del Señor resucitado,
El memorial del Señor resucitado es la Pascua. La Misa es “nuestra Pascua dominical”, nuestro encuentro en y con Jesús resucitado por medio de la Palabra de Vida y el Pan de Vida, con los que nos habla y alimenta el mismo Cristo.
Luego, el prefacio expresa la esperanza de esa comunidad que está celebrando,
mientras espera el domingo sin ocaso
en el que la humanidad entrará en tu descanso.
Entonces podremos contemplar tu rostro
y alabar por siempre tu misericordia.
(Prefacio de los Domingos durante el año IX)
“El domingo sin ocaso”: el final de la historia, que ya no entrará en la noche, sino que será encuentro con la luz eterna, con el rostro mismo de Dios.
Este año litúrgico, correspondiente al ciclo A, ha ido siguiendo el evangelio según san Mateo. Estamos terminando el capítulo 25, en el cual aparecen tres parábolas, dos de las cuales ya hemos escuchado: las vírgenes prudentes y los talentos. Ahora, nos encontramos con la imagen del juicio final, que comienza de manera imponente:
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia. (Mateo 25,31-46)
Curiosamente, a continuación de esa escena que podría estar inspirada en la corte de algún poderoso monarca de este mundo, Jesús pasa a otro escenario, mucho más familiar para sus oyentes:
Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. (Mateo 25,31-46)
En un rebaño de ovejas y cabras, al caer la noche, el pastor pone al resguardo las cabras, menos preparadas para el frío y deja al descampado las ovejas, protegidas por su lana. La separación, aquí, tiene un sentido de cuidado. Y también tiene una finalidad de cuidado el relato del juicio final. De cuidado para todo el rebaño, ovejas y cabras, como vamos a ver más adelante.
Éstas son las primeras palabras del Rey-Juez, dirigida a quienes ha puesto a su derecha:
«Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». (Mateo 25,31-46)
El auxilio dado o no dado a los necesitados, como medida para el juicio de los muertos, no es una originalidad de Jesús. Lo encontramos en otros textos religiosos, como el Libro de los Muertos, del antiguo Egipto, donde se indica lo que el difunto tiene que declarar ante el tribunal del Dios Osiris:
“Yo he practicado lo que hace alegrar a los dioses. He dado pan al hambriento, he dado agua al sediento, he vestido al desnudo, he ofrecido un viaje a quien no tenía barca”
(Libro de los Muertos, capítulo 125)
También se encuentran conceptos similares en la literatura rabínica:
“En el mundo futuro se le preguntará a quien es juzgado: «¿Cuáles son tus obras?» Si responde: «He dado de comer a quien tenía hambre», se le dirá: «Esta es la puerta del Señor; entra a través de ella» (cf. Sal 118,20). Si responde: «He dado de beber al sediento», se le dirá: «Esta es la puerta del Señor; entra a través de ella.»; si responde: «He vestido al desnudo», se le dirá: «Esta es la puerta del Señor; entra a través de ella». Lo mismo ocurrirá con quien se ha hecho cargo del huérfano, con quien ha dado limosna, con quien ha realizado obras de amor…” (Midrash del Salmo 118,17).
Como sucede muchas veces con los textos bíblicos, podemos encontrar algo que ya está presente en la conciencia de la humanidad, algo que es como una “semilla del Verbo”, una semilla de la Palabra de Dios. Pero la Biblia, en este caso, el Evangelio, siempre nos lleva más lejos. Tenemos que buscar en el evangelio qué es lo nuevo, lo diferente. Y eso es lo que encontramos en la explicación de Jesús:
Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»
Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mateo 25,31-46)
“Lo hicieron conmigo”. Ahí está la novedad, la originalidad. Jesús afirma que Él, el Señor, se identifica con cada una de esas personas necesitadas con las que se hizo una obra de misericordia.
Con las que se hizo… o no se hizo, porque al otro grupo le dirá:
«Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo». (Mateo 25,31-46)
Hay que notar que ni el grupo de personas que actuó con misericordia, ni el grupo que no hizo nada, reconocieron a Jesús en las personas necesitadas. Quienes las auxiliaron, actuaron con desinterés, sin buscar una recompensa que no sabían que encontrarían al final.
Pero ahora, al hacernos este relato, Jesús nos está dando aviso: yo estoy presente en cada una de esas personas: en cada hambriento, sediento, desnudo, sin techo, enfermo, preso.
Y nos lo dice para nuestro propio bien, señalándonos qué es lo que él espera que hagamos. Que no desperdiciemos nuestra vida en obras que el mundo puede considerar extraordinarias, pero que poco o ningún valor tienen ante Dios.
Dice el salmo 116:
¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! (Salmo 116,15)
Dios nos ha creado para la vida, para vivir para siempre en su presencia. El relato de Jesús nos llama a mirar el valor de cada vida humana, tanto la de sí mismo como la de los demás. Y no hay mejor manera de dar valor a la propia vida que cuidando y defendiendo la vida de los otros, en especial la de aquellos a los que Jesús llama “los más pequeños de mis hermanos”.
En esta semana
- Lunes 27, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, patrona de la parroquia de Villa San Isidro
- Jueves 30, San Andrés, apóstol.
- Viernes 1 de diciembre, San Carlos de Foucauld
Ordenación diaconal
El domingo 3 de diciembre, día de San Francisco Javier; primer domingo de Adviento, será ordenado diácono permanente Piero Garrone, en la parroquia San Antonio de Padua de Las Piedras.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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