Homilía
Queridos hermanos y hermanas:
Con alegría y esperanza estamos celebrando la Eucaristía, en la que será ordenado Diácono nuestro hermano José Arquímedes González Rodríguez.
En la carta en la que pidió recibir este sacramento, José manifestó su deseo de servir, siguiendo el ejemplo de Cristo servidor, que no vino a que lo sirvieran, sino a servir.
En el pasaje del evangelio que acabamos de escuchar, Jesús nos llama a cuidarnos de la hipocresía, que mostraban los fariseos de su tiempo, que no cumplían lo que ellos mismos predicaban.
“Todo lo hacen para que los vean”, decía Jesús sobre aquellos hombres, que se sentían merecedores de los lugares destacados y esperaban siempre recibir un tratamiento especial por parte de la gente.
Luego de esa referencia, Jesús indica a sus discípulos que no utilicen entre ellos los títulos que los fariseos gustaban de darse a sí mismos y oír en labios de otros: maestro, padre mío, doctor.
¿Por qué pide Jesús que en la comunidad de los discípulos nadie sea llamado de esa forma? No es simplemente por una cuestión de humildad y modestia puramente humanas. Jesús indica quiénes son los auténticos dueños de esos títulos, quiénes son los únicos a quienes se puede llamar de esa manera con propiedad.
Un solo Padre
Comencemos por el título de padre:
“A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial.”
El Padre celestial, Dios Padre, está en el centro de las enseñanzas de Jesús. Su nombre aparece frecuentemente en su boca. Es Su Padre, pero él anuncia la extensión de la paternidad de Dios a todos, llamados a reconocerse como sus hijos e hijas.
La paternidad humana es participación de la paternidad del Padre.
Piadosamente lo expresa san Pablo:
“… doblo mis rodillas delante del Padre,
de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra”
(Efesios 3,14-15)
Toda paternidad… y toda maternidad, porque Dios es también madre, como lo recordó el beato Juan Pablo I, en el Ángelus del 10 de septiembre de 1978, en el que -es bueno recordarlo en estos tiempos de guerra- oró por las negociaciones por la paz en el Cercano Oriente que se estaban desarrollando en Camp David y que llegaron a buen término.
La parábola del Padre misericordioso es el gran retrato que Jesús nos ha dejado del Padre. En el año de la Misericordia de 2016 se nos recordó el llamado a ser “misericordiosos como el Padre”. Todos nosotros, Pueblo de Dios, que experimentamos en nuestra vida el amor misericordioso de Dios estamos llamados a extenderlo como testigos de la misericordia.
Hoy, ese llamado recae especialmente sobre nuestro hermano José, para que lo viva profundamente en el ministerio que va a recibir.
Un solo Doctor
Dice también Jesús:
“No se dejen llamar tampoco «doctores»,
porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.”
Jesús es el Mesías, el Cristo. Él es el verdadero doctor.
La palabra que, a menudo, aparece traducida como “doctor” en el evangelio, puede traducirse también como “director” o “guía”.
El doctor, en ese sentido, no es el erudito, que posee cuantiosos conocimientos, sino el hombre que, conociendo mucho o conociendo poco, ha alcanzado la sabiduría, es decir, un saber profundo que lo hace capaz de aconsejar y guiar a los demás en el camino de la vida.
Los doctores del tiempo de Jesús eran los estudiosos de la Palabra de Dios; sin embargo, muchas veces se perdían en discusiones estériles o resaltaban cosas poco significativas, sin percibir con claridad lo realmente importante.
Ante la pregunta de uno de esos doctores acerca del mandamiento más importante de la Ley, que escuchamos el domingo pasado, Jesús mostró su profunda sabiduría al responder con el mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas y del amor al prójimo como a sí mismo, de los cuales, dijo, “dependen toda la Ley y los profetas”.
Todo aquel que en la comunidad es llamado a ser, de alguna forma, guía para sus hermanos, solo podrá hacerlo en profunda unión con quien es nuestro único doctor, director y guía, Jesucristo.
Como decía san Juan Pablo II a los catequistas:
“el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida
en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca.”
(Catechesi Tradendae, 6).
Pedimos al Señor que José pueda crecer en su unidad con el Señor, para que el mismo Cristo enseñe también por su boca, en la predicación y en la catequesis que le corresponda ofrecer.
Un solo Maestro
Hablamos del Padre Dios, el auténtico padre; del Mesías, que es el Hijo, el verdadero doctor y guía. Pero Jesús había comenzado diciendo:
“En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro»,
porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.”
Muchas veces Jesús es llamado maestro, con la palabra hebrea “Rabbí”. No es esa la palabra que aparece aquí. ¿Quién es este maestro del que habla Jesús? ¿Es él mismo o acaso el maestro interior, el Espíritu Santo? Son muchas las referencias al Espíritu que aparecen en el evangelio de Mateo, pero hay una donde éste aparece especialmente como aquel que auxilia enseñando. Cuando Jesús anuncia a sus discípulos que serán detenidos e interrogados, les dice:
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. (Mateo 10,19-20)
El Espíritu Santo, maestro para una comunidad de hermanos, en la que el Espíritu suscita ministerios para el servicio de toda la comunidad.
Por profunda que se pretenda la relación personal con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, algo estará errado si no incluye la comunión con los hermanos en la fe y la participación en todos los medios que el Señor dejó a su Iglesia como signos de su presencia y de su acción eficaz.
Ministros y fieles del Pueblo de Dios caminamos juntos y juntos discernimos la voz del Espíritu, en comunión con toda la Iglesia. No nos lanzamos impulsivamente hacia adelante, quedándonos solos para hacer nuestro propio camino, ni dejamos atrás a aquellos que marchan lentamente, sea porque flaquean sus fuerzas, sea porque necesitan sentir que el camino es seguro para poder avanzar.
El Servidor
Padre, maestro, doctor, no.
Dice Jesús: “El mayor entre ustedes será su servidor”, será su diácono, dice el original griego, porque diácono significa servidor.
El diácono permanente asume un servicio en la comunidad eclesial; pero no para que los demás nos descansemos en él, sino para recordarnos que la diaconía, el servicio, es una importante dimensión de la vida cristiana y que cada miembro de la comunidad y la misma comunidad en su conjunto están llamados a realizarlo.
En su mensaje con motivo de la séptima jornada mundial de los pobres, el Papa Francisco nos habla de aquellos que “están atentos a las necesidades materiales y también espirituales [de los pobres], a la promoción integral de la persona” y como “el Reino de Dios se hace presente y visible en este servicio generoso y gratuito”.
José ha manifestado que pide el diaconado para “proseguir en el servicio fiel y desinteresadamente” y, junto con su esposa Emilia se han encomendado al Señor y a su Madre.
En esta casa dedicada a Nuestra Señora del Luján, confiamos el ministerio que va a recibir José a la que es modelo de la Iglesia, como “servidora del Señor”. Así sea.
1 comentario:
Felicidades y bendiciones de Dios al nuevo Diácono!!!
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