viernes, 7 de junio de 2024

Devolver amor por amor: la reparación al Sagrado Corazón de Jesús


Homilía del Obispo de Canelones en la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en el Monasterio de la Visitación de las Salesas, Progreso, Canelones.

Entre el 27 de diciembre de 1673, fiesta de san Juan evangelista y un día de junio de 1675, en la Octava de Corpus Christi, Jesús se manifestó a santa Margarita María Alacoque, mostrándole su corazón. Estamos, pues, viviendo los 350 años de ese gran acontecimiento que tan profundamente ha tocado y sigue tocando la vida de la Iglesia; pero, de un modo particular, a la Orden de la Visitación, a la que pertenecía santa Margarita María.

El monasterio de Paray-Le-Monial, donde tuvieron lugar las apariciones, está viviendo un año jubilar bajo el lema “devolver amor por amor”. En ese marco, en mayo de este año se realizó en Roma un coloquio que tuvo por título “reparar lo irreparable”.

Contemplar el Corazón de Jesús, hoy y siempre, nos lleva a contemplar el amor de Dios, el amor con que Dios nos ama a cada uno de nosotros. Por medio de su Hijo, Dios nos ha mostrado su amor. El bien más grande que podemos experimentar en nuestra vida es descubrir, creer y sentir la realidad de ese amor de Dios por cada uno de nosotros. No un amor genérico, por toda la humanidad, sino por cada uno de nosotros, en forma personal. San Pablo nos da testimonio de cómo él se sintió así, personalmente amado por Dios: “me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2,20). Pablo dice eso, porque es su propia experiencia de saberse y sentirse amado por Dios. No como algo exclusivo, sino como algo que él quisiera que todos y cada uno de los hijos e hijas de Dios pudieran decir: me amó y se entregó por mí. Esa fue la experiencia de Margarita María, cuando Jesús le habló de amor por todos los hombres y por ella de un modo particular.

Las revelaciones de Jesús a Margarita María nos traen un llamado, más aún, un reclamo: la reparación. Actos de reparación por las ofensas causadas por los pecados de los hombres. En un mensaje al coloquio de mayo, el papa Francisco recordaba “la hermosa práctica de la reparación al Corazón de Jesús, práctica que hoy puede estar olvidada o erróneamente considerada obsoleta”.

Vale, entonces, la pena preguntarnos sobre el sentido y las formas de la reparación hoy. Alcanza con pensar en las relaciones humanas para ver el valor que sigue teniendo la reparación para recomponer relaciones y sanar heridas. Ello se realiza cuando esa reparación no solo se cumple materialmente, como, por ejemplo, devolviendo algo que se ha robado o pagando una indemnización por el daño que se ha hecho. Se realiza cuando a esas acciones, necesarias, se une el arrepentimiento y el pedido de perdón, que es, en definitiva, el reconocimiento de la dignidad de la persona a la que se ha dañado u ofendido. En el mensaje citado, Francisco recuerda que esos actos materiales de reparación ya estaban previstos en la ley de Moisés; pero señala que, en el Nuevo Testamento, la reparación “toma la forma de un proceso espiritual, en el marco de la redención realizada por Cristo. La reparación se manifiesta plenamente en el sacrificio de la Cruz”. Es que solo Dios puede reparar lo irreparable. Cuando lo que hemos hecho es humanamente irreparable, Dios recoge nuestro deseo de reparación y hace posible lo imposible.

Me ha tocado escuchar testimonios de jóvenes recuperados de adicciones que han logrado no solo un camino de reconciliación y reencuentro sino también de reparación del mal cometido. Recuerdo las palabras de los fundadores de esa comunidad terapéutica, Fazenda de la Esperanza, que decían a esos muchachos: "ustedes hicieron llorar mucho a sus padres; nosotros queremos que los hagan llorar otra vez, pero de alegría".

La reparación no solo lleva a la reconciliación de los hombres con Dios, sino que también contribuye a la reconciliación de los hombres entre sí. No es posible reconciliarse con Dios, sin reconciliarse con el hermano. El reclamo de Jesús a través de las revelaciones a Margarita María hay que entenderlo también como reclamo por las injusticias y las ofensas que cometemos contra nuestro prójimo, que son también ofensas a Dios. 

Todos conocemos las palabras de Jesús en las que él manifiesta que lo que hacemos con nuestros hermanos en necesidad lo hacemos -o lo dejamos de hacer- con él. Él se identifica con ellos. Desde su grito de abandono en la cruz, Jesús nos está llamando a reconocerlo en cada persona abandonada. Francisco, citando el libro de Ben Sirac, nos recuerda que las lágrimas de la viuda -la viuda, junto con el huérfano y el extranjero son la tríada de pobres y desamparados que vuelve una y otra vez en el Antiguo Testamento- las lágrimas de la viuda, dice Ben Sirac, corren por las mejillas de Dios. Y agrega Francisco: “¡cuántas lágrimas caen todavía por las mejillas de Dios, mientras nuestro mundo sufre tantos abusos contra la dignidad de la persona, incluso dentro del Pueblo de Dios!”. Cuánta necesidad sigue habiendo -enorme necesidad- de reparación.

Jesús manifiesta a Margarita María todo el amor de su corazón. Amor que espera respuesta: Amor que arde en deseos de ser amado, Amor que tiene sed de amor, pero que no recibe más que ingratitud e indiferencia. Los actos de reparación pedidos por el Señor son formas de expresar esa respuesta; pero la respuesta fundamental es “devolver amor por amor”. Al amor que viene de Jesús, responder con nuestro amor. Es lo que le pide a Margarita María: que lo ame por quienes no lo aman, que lo adore, por quienes no lo adoran.

Como gestos de reparación, Jesús pide que honremos la imagen de su Sagrado Corazón, especialmente, entronizándola en nuestra casa; que comulguemos frecuentemente; que participemos en la Misa del primer viernes de cada mes; que vivamos la Hora Santa, uniéndonos a la oración de Jesús en el Huerto y que se instituyera una fiesta en honor de su Sagrado Corazón, la fiesta que estamos celebrando hoy.

Podemos tener a mano esa lista y marcar si la vamos cumpliendo… pero no se trata simplemente de actos materiales. Se trata, verdaderamente, de “devolver amor  por amor”; es decir, hacer de cada uno de esos actos, un verdadero acto de amor a Dios y al prójimo, donde se juegue nuestro corazón.

Recuerdo, hace unos años, una Misa en la que el sacerdote, para introducir la oración del padrenuestro, nos dijo: “Hagamos un acto de amor: recemos, como Jesús nos enseñó…”

“Hagamos un acto de amor”. Eso tendría que ser cada una de nuestras acciones, empezando por nuestra propia oración de cada día. Un acto de amor al que “me amó y se entregó por mí”, al que no puedo dejar abandonado en la cruz o al costado del camino.

Un acto de reparación y amor al que nos ha amado primero y que, a pesar de nuestras ingratitudes e indiferencias, nos sigue entregando todo el amor de su corazón.

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