jueves, 27 de junio de 2024

"¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!” (Marcos 5,21-43). Domingo XIII durante el año.

Este domingo, muchos ciudadanos uruguayos estaremos acudiendo a las urnas para participar en las elecciones internas de los partidos políticos. Es la primera de las instancias electorales que tendremos este año. Ésta no tiene carácter obligatorio, pero es de buen cristiano ser también “buen ciudadano” y eso significa participar responsablemente en la búsqueda del Bien Común, en todas las formas posibles, como lo es el acto de votar.

El evangelio nos describe hoy escenas intensas y conmovedoras. San Marcos es el evangelista, por así decirlo, más “cinematográfico”. Escuchándolo, podemos cerrar los ojos, componer con nuestra imaginación esos acontecimientos y sentir las emociones que mueven a sus protagonistas. Emociones de angustia y de esperanza, que pueden ser también las nuestras. Y si en esos relatos vemos reflejada nuestra realidad más íntima, busquemos el mensaje que también está dirigido a nosotros.

Hay dos episodios con cuatro protagonistas principales. Vayamos hacia ellos, en orden de aparición.

El primero es Jesús, en pleno ejercicio de su ministerio, anunciando el Reino de Dios con sus palabras y con sus signos, en los que se trasluce una particular relación de Él con Dios que la gente comienza a percibir.

Ante Jesús aparece un padre desesperado

Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva». (Marcos 5,21-43)

Es un hombre importante; pero, ante Jesús, se arrodilla y pide insistentemente. Está dispuesto a todo, aún a humillarse para salvar a  su hija.

En el camino hacia la casa de Jairo encontramos una mujer desesperanzada

… una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. (Marcos 5,21-43)

Además de sufrir de una enfermedad crónica, aparentemente incurable, esta mujer sufre por otras consecuencias de su mal. El flujo de sangre la vuelve impura, según las normas religiosas, y ese estado es prácticamente permanente, casi como el del leproso. Por eso la desesperanza: por vivir una situación que puede prolongarse indefinidamente.

Y finalmente, una jovencita sin vida. En el momento en que su padre salió a buscar a Jesús, ella aún vivía. Al llegar Jesús con el padre, le dicen a éste:

«Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» (Marcos 5,21-43)

Prestemos ahora atención a lo que Jesús dice y hace, respondiendo a la petición manifiesta del Jefe de la Sinagoga y a la oculta petición de la mujer.

«¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme» (Marcos 5,21-43)

Eso dice Jesús al entrar a la casa, recibiendo burlas por sus palabras. Sin embargo, hecha esta declaración, Jesús

… entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, Yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. (Marcos 5,21-43)

En la otra escena, en cambio, es la mujer quien ha tomado una iniciativa. No es Jesús quien se ha dirigido hacia ella, sino ella quien ha decidido tocar el manto de Jesús. En él ha encontrado una esperanza:

Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré sanada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal». (Marcos 5,21-43)

Sin embargo, lo sucedido no fue ignorado por Jesús:

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?» (Marcos 5,21-43)

Sus discípulos se desconcertaron. Señalaron la presencia de la gente apretándose junto a Jesús… pero Él siguió buscando con la mirada hasta que la mujer se presentó, asustada y temblando y se arrojó a los pies de Jesús, contando la verdad de lo sucedido. ¿Por qué con temor y temblor? No olvidemos que una persona que está en situación de impureza hace impuro a quien la toca o a quien ella toca; por eso, tocar el manto de Jesús había sido un osado atrevimiento. Sin embargo, mucho más que eso, ese contacto sanador, ha sido para ella una manifestación de Dios, un encuentro con el más profundo misterio de Jesús.

Ella ha sido sanada, pero Jesús quiere darle algo más y le dice:

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad». (Marcos 5,21-43)

No solo sanada: salvada. El cuerpo puede ser curado o no; pero la salvación toca a toda la persona, en su relación con Dios, con los demás, consigo misma y con el mundo que la rodea. “Vete en paz”. En paz con Dios y, desde esa paz con Dios, llevar a otros la paz. 

Ha sido salvada por su fe. Su fe abrió el camino para la acción de Dios en ella.

Fe es lo que pide Jesús al padre de la niña. Cuando recibe el anuncio de que su hija ha muerto, Jesús le dice:

«No temas, basta que creas». (Marcos 5,21-43)

La fe de Jairo, la fe de la mujer que reencuentra la esperanza, es lo que permite que Dios se manifieste a través de Jesús como aquel que viene a traernos la vida de Dios.

En la fe somos llamados a creer que la vida triunfa sobre la muerte, a no dejarnos aplastar por el mal y a poner nuestra confianza en Jesús, que da la vida.

En la fe podemos emprender, allí donde estemos y en nuestras condiciones de vida, nuestra lucha cotidiana con las fuerzas de la muerte para que se abra camino por sobre ellas la fuerza de la vida, la vida de Dios que Jesús ha venido a traernos.

Esta es nuestra fe: Jesús ha resucitado, ha vencido a la muerte y por su victoria, también nosotros resucitaremos.

Y mientras caminamos en esta vida, todo recomenzar en la fe, toda salida de las tinieblas a la luz, toda conversión del pecado al seguimiento de Jesús es un modo de resurgir, de morir y resucitar con Cristo.

En esta semana

El miércoles 3 de julio, fiesta de Santo Tomás, apóstol, quien después de haber dudado dijo a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Ese mismo día, en 1813, nació en el mar quien sería el beato Jacinto Vera.

Continúa la visita de la reliquia del beato Jacinto Vera. El domingo próximo estará en la parroquia San José Obrero de Paso Carrasco, en la Misa de las 10.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

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