viernes, 14 de junio de 2024

“El Reino de Dios es como un grano de mostaza” (Marcos 4,26-34). XI Domingo durante el año.

El cedro del Líbano es un árbol de apreciada madera y muy ornamental, que puede alcanzar 40 metros de altura y es el emblema nacional del Líbano. 
A este árbol alude la primera lectura de hoy, tomada del profeta Ezequiel. Por boca del profeta, Dios anuncia que cortará un brote de un gran cedro y lo plantará en la montaña más alta de Israel:
Él echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro.
Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. 
(Ezequiel 17,22-24)
En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla también de una planta que
«… extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra» 
(Marcos 4,26-34).
Ramas donde los pájaros encuentran sombra y cobijo para hacer sus nidos. Ahí encontramos el punto común entre la primera lectura y el evangelio. Sin embargo, hay una diferencia. Una diferencia de tamaño. El anuncio del profeta Ezequiel comienza con un gran cedro, del cual se toma un brote. En cambio, la parábola de Jesús comienza con una semilla pequeña… la más pequeña de las semillas, de la que sale la más grande de las plantas de la huerta, que no deja de ser un árbol pequeño o un arbusto grande…

Las parábolas, estos breves relatos en forma de comparación, nos ponen en el centro de la predicación de Jesús: el Reino de Dios. El Reino, no como uno de tantos reinos de este mundo encuadrados en la geografía y en la historia. El Reino de Dios se refiere a la acción de Dios, a su reinado, al cumplimiento en cada lugar y en cada tiempo de su voluntad de vida y salvación, partiendo de los más pobres y vulnerables, para toda la humanidad. Aquello que pedimos continuamente al rezar el Padrenuestro: “Venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

La primera parábola de este domingo nos habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola:
El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. (Marcos 4,26-34).

En otras parábolas, Jesús nos hará ver cómo es necesario también sembrar adecuadamente y cuidar lo sembrado. Pero aquí quiere enfatizar la fuerza que está contenida en la semilla. Una fuerza que viene de Dios, no del hombre. El Reino no es una construcción humana, sino obra de Dios en nosotros y con nosotros; obra en la que co-laboramos, es decir en la que laboramos-con, trabajamos-con Dios. Recordemos esta palabra de Jesús, también dentro de una imagen de agricultura:
El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí, nada pueden hacer. (Juan 15,5)

La semilla está llena de vida. Una vida invisible a nuestra mirada, pero capaz de crecer por sí misma. Aún la semilla más pequeña, el grano de mostaza, puede generar esa planta que crece hasta poder abrigar la vida de los pájaros que anidan en sus ramas.

La vida, es la vida de Dios, la vida que él quiere compartir con nosotros. La vida en abundancia, de la que nos habla Jesús, buen pastor. La vida que, para muchos, comienza por lo más elemental… por pasar de situaciones inhumanas, que no son vida, como dormir en la calle, a situaciones más humanas como encontrar comida, refugio y un trato digno. La vida que, en otro plano, significa abandonar la conducta inhumana de vivir encerrado en el propio egoísmo, para tomar actitudes más humanas, como el reconocimiento de la dignidad del otro, la solidaridad y el trabajo por el bien común.

La vida crece a partir de lo pequeño. En el silencio, bajo la tierra, la semilla germina y la planta comienza a desarrollarse. De ese grano pequeño, de apariencia nula, crecerá la vida:
… primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. 
(Marcos 4,26-34)
En definitiva, Jesús nos muestra que así es el Reino de Dios. Como realidad humana, una realidad pequeña, insignificante a los ojos del mundo. Como realidad humana, de nuevo, formada por los pobres de espíritu, por aquellos que no confían en sus propias fuerzas sino en la fuerza del amor de Dios. Y es precisamente a través de ellos, débiles y pequeños, que entra en este mundo la fuerza de Dios, la fuerza transformadora de Jesucristo vivo, de Jesucristo resucitado.

Una vez más, volvamos a San Pablo, que tantas veces nos comparte estas cosas desde su propia experiencia, desde su vivencia espiritual. Pablo puede ser visto como el gran emprendedor de la evangelización, el incansable sembrador de la Palabra a lo largo y ancho del mundo de su época. Desde esa perspectiva, algunos historiadores lo ven por lo menos como el segundo fundador del cristianismo.

Sin embargo, Pablo nos transmite el secreto de su fuerza. Enfrentado a una realidad que le hace sentir su propia fragilidad, Pablo pide a Dios ser liberado, pero recibe como respuesta:
«Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». (2 Corintios 12,9)
Y así continúa diciendo el apóstol:
Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12,10)
Así es. Nuestras pobres fuerzas humanas son impotentes frente al mal, la injusticia y la violencia que campean en el mundo. Podemos, como el buen samaritano, detenernos una vez en el camino, pero son demasiados los seres humanos que yacen malheridos y, tal vez, nosotros mismos somos algunos de ellos. Pero, en la Palabra de Jesús, creemos que Dios hace germinar y crecer las semillas de bien sembradas por toda la tierra. Es ese milagro del amor de Dios lo que renueva día a día nuestra esperanza, a pesar de las dificultades y sufrimientos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios.

En esta semana:

  • Hoy, domingo 16, está celebrando sus bodas de oro sacerdotales el P. Pablo Bonavía, de la arquidiócesis de Montevideo, quien, entre muchos otros servicios, fue formador en el Seminario Interdiocesano y profesor en la Facultad de Teología. Junto a su comunidad de San Antonino y a los muchos que recibimos sus orientaciones y su testimonio de vida, me uno a esta acción de gracias.
  • Miércoles 19 – 260 aniversario del nacimiento de José Artigas, con su acto central en Sauce, es decir, en nuestra diócesis de Canelones.
  • Concluyen los encuentros decanales de catequesis: Jueves 20, Decanato Piedras; Viernes 21, Decanato Centro.
  • Y el 21, también, celebramos la memoria de San Luis Gonzaga, religioso, admirable por su inocencia. Procedía de una familia noble. Renunció a su título y herencia para ingresar a la Compañía de Jesús. Durante una gran epidemia asistió a muchos enfermos, hasta que el mismo mal lo llevó a la muerte, en el año 1591, dando así la vida por los hermanos.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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