Homilía de Mons. Heriberto
Queridos hermanos y hermanas:
Qué lindo ver, ya al entrar, los rostros de ustedes, llegados desde los distintos rincones de la Diócesis: fieles laicos, personas consagradas, diáconos, presbíteros diocesanos y religiosos, obispos eméritos, haciendo así presente ante el Señor, que nos reúne, al Pueblo de Dios que peregrina en Canelones.
“Me envió… a proclamar un año de gracia del Señor”
dice, entre otras cosas, el texto de Isaías que hemos escuchado en la primer lectura y que Jesús retoma y proclama en la sinagoga de Nazaret, como hemos escuchado en el Evangelio. Terminada la lectura y ya sentado para dar su enseñanza, Jesús anuncia: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.»
Más que un año de gracia, un año jubilar como los que celebraba periódicamente el Pueblo de Israel y que la Iglesia ha seguido celebrando, Jesús vino a inaugurar un tiempo de gracia del Señor. Un tiempo de manifestación de la misericordia de Dios, que llama a la conversión y al encuentro con Él.
Pero es también un tiempo de gracia el año jubilar 2025 que estamos transitando como “peregrinos de esperanza”. Este año santo es también el año en que celebramos los ciento cincuenta años de la consagración del Uruguay al Sagrado Corazón de Jesús, en el marco de los 350 años de las apariciones de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque. La consagración que celebró nuestro beato Jacinto Vera, padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay, la renovaremos en cada diócesis y en cada comunidad parroquial.
Asimismo, en 2025 recordamos el bicentenario de acontecimientos de nuestra historia patria, particularmente los que se dieron en la Florida, entre los cuales estuvo el comienzo de la devoción a María como “Virgen de los Treinta y Tres”.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha consagrado con la unción”.
La unción con aceite es un signo por medio del cual Dios consagra a su servicio a quienes unge.
En la Primera Alianza, eran consagrados por la unción reyes y sacerdotes; los profetas, como Isaías, eran considerados “ungidos” aunque no hubieran pasado por ese rito, porque el Espíritu del Señor se manifestaba en ellos. El Señor mismo los ungía y consagraba.
Esta Misa, llamada “crismal”, recibe su nombre del Santo Crisma, el aceite que es consagrado por la oración del obispo juntamente con los presbíteros.
- Con el Santo Crisma se ungen los recién bautizados, como signo de su unión con Cristo, el Ungido, sacerdote, profeta y rey.
- Esa primera unción anuncia una segunda unción con el Santo Crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, “confirma” y da plenitud a la unción bautismal.
- También, en el sacramento del Orden, se unge con el Santo Crisma las manos de los presbíteros y, en la ordenación episcopal, la cabeza de los Obispos, expresando su participación del Sumo Sacerdocio de Cristo.
- En la dedicación de una iglesia, se ungen los muros para expresar que ella está dedicada toda entera y para siempre al culto cristiano.
- Se unge también el altar con el Santo Crisma, tanto dentro del rito de la dedicación de una iglesia como en la dedicación de un nuevo altar en una iglesia ya dedicada. El altar se convierte así en símbolo de Cristo, el Ungido, que en el altar de su cuerpo ofreció el sacrificio de su vida para la salvación de todos.
En esta misa se bendicen también el óleo de los catecúmenos y el óleo para el sacramento de la Unción de los enfermos.
- Por la unción pre bautismal, los catecúmenos son fortalecidos en su preparación al bautismo, de modo que puedan renunciar a Satanás y al pecado antes de que se acerquen y renazcan en la fuente de la vida.
- La Unción con el óleo de los enfermos, como atestiguan el evangelio según san Marcos (6,13) y la carta de Santiago (5,14-15) da alivio a las dolencias del alma y del cuerpo, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados.
Así, pues, esta Misa, tan particular, única, que se celebra una vez al año en un solo lugar de cada Diócesis, presidida por el obispo, con la presencia de presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos, nos congrega en torno a los sacramentos, signos de salvación, que hacen de nosotros un pueblo de profetas, sacerdotes y reyes, Pueblo de Dios.
El relato de la pasión que escucharemos pasado mañana, en la celebración del Viernes Santo, nos recuerda que los sacramentos nacen del corazón de Cristo. Dice el evangelista Juan:
“uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean”. (Juan 19,34-35)
Del corazón de Cristo nace la Iglesia. Así, para que el Pueblo de Dios pueda participar del banquete pascual instituido por Cristo, para ser alimentado por la Palabra del Señor y fortalecido con los sacramentos, el Padre Dios eligió a algunos hombres para hacerlos participar de su ministerio mediante la imposición de las manos.
Esos hombres son los presbíteros, tanto los diocesanos como los que pertenecen a distintas congregaciones. Esta Misa expresa de forma muy especial la unión de los sacerdotes y el obispo, para mejor servir al Señor y al Pueblo de Dios que se nos ha confiado. Aún aquellos que por su edad o salud ya no pueden ejercer las distintas funciones del ministerio, desde el Hogar Sacerdotal siguen participando de esa comunión y ayudan a sostenernos con su oración.
En ese espíritu, los sacerdotes van a renovar ahora las promesas de su ordenación. Lo mismo harán los diáconos, que en el tercer grado del sacramento del orden, son configurados con Cristo que se hizo servidor de todos.
Queridos hermanos y hermanas, oren por todos nuestros ministros ordenados y también por quien hoy, como Obispo, tiene la misión de santificar, enseñar y conducir al Pueblo de Dios que peregrina en Canelones. Oren también por quienes están sintiendo el llamado de Dios al camino del sacerdocio y por quienes en el Seminario están haciendo su preparación para recibir un día el sacramento del Orden.
Sigamos recorriendo este Año Santo, escuchando
“al Señor que nos salva hablando a nuestro corazón desde su Corazón sagrado” (Dilexit Nos, 26).
Que nuestros corazones estén cada día más abiertos para recibir al Señor en este tiempo de Gracia que Él nos regala. Así sea.
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