sábado, 12 de abril de 2025

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Lucas 22, 7.14 – 23,56). Domingo de Ramos en la pasión del Señor.


 Todos los años, en este día, nuestras iglesias reciben más gente que habitualmente. Creo que para muchos es importante llevar su “ramo”, es decir, algunas ramitas de olivo u hojas de palma que son bendecidas al tiempo que recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén y comienza la Semana Santa.

También, y no es nada menor, en el domingo de Ramos leemos el relato de la Pasión del Señor. En un ciclo de tres años se leen los evangelios conocidos como “sinópticos”: Mateo, Marcos y Lucas. En cambio, en el Viernes Santo, siempre se lee el relato del evangelio según san Juan.

De esta forma, a lo largo de los años vamos conociendo estas diferentes narraciones. Los cuatro evangelios cuentan básicamente lo mismo: en la noche del Jueves, después de la última cena, Jesús se retira al Huerto de los Olivos a orar. Allí es detenido por un grupo guiado por Judas, el discípulo que traicionó al maestro. Los otros discípulos huyen. Jesús es interrogado por los sacerdotes. Pedro, que lo ha seguido, lo niega al verse en apuros. El viernes, Jesús es llevado ante Pilato, quien cede ante los gritos de la multitud y lo condena a morir en la cruz. Jesús es cargado con el madero, llega al Gólgota, es crucificado entre dos ladrones, muere y es sepultado. 

Hasta aquí, lo esencial… pero los evangelios están muy lejos de ser tan solo una crónica sucesos. Cada evangelista tiene su propia perspectiva, su propio ángulo, desde el cual ver a Jesús y así, a través de diferentes énfasis o aún de diferentes elementos que cada uno introduce en el relato, van formando un retrato del Hijo de Dios. Los cuatro evangelios se complementan, podríamos decir, se completan, con sus diferentes perspectivas. Por eso interesa lo que es propio de cada uno… y eso es lo que vamos a intentar ver ahora.

Este año leemos el relato de la pasión en el evangelio según san Lucas. Si nos preguntamos cuál es la especial característica que Lucas quiere resaltar en Jesús, podríamos decir que es la misericordia, tanto del Padre como de Jesús. No es que Jesús no aparezca misericordioso en los demás evangelios; pero en Lucas ese aspecto aparece especialmente subrayado… pensemos en parábolas como la del buen samaritano o la del hijo pródigo, que encontramos solamente en este evangelio.

Pero entonces ¿en qué detalles del relato de la pasión se subraya la misericordia? Algunos son pequeños detalles, que aparecen en la narración. Otros aparecen en las palabras de Jesús.

Durante la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús pide al Padre “si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” solamente Lucas nos habla del ángel que consuela a Jesús:
Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, Él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. (Lucas 22,43-44)
Jesús está en agonía; palabra que no significa en su origen el paso hacia la muerte, sino que significa “lucha”. Es su combate espiritual y en ello Dios lo reconforta.

Jesús había pedido a sus discípulos que oraran para no caer en la tentación.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. (Lucas 22,45)
Los otros evangelistas nos dicen simplemente que los discípulos dormían. Lucas anota una causa de ese sueño: la tristeza, mostrándose comprensivo con la fragilidad humana.

Cuando llega a apresar a Jesús la multitud encabezada por Judas, los discípulos reaccionan violentamente:
Uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: «Dejen, ya está». Y tocándole la oreja, lo sanó. (Lucas 22,50-51)
Nuevamente, es solo Lucas quien nos cuenta ese detalle: Jesús interviene, no solo frenando la violencia, sino compadeciéndose del herido y curándolo.

Y llegamos al momento de la negación de Pedro. Los otros relatos nos muestran dos escenarios cercanos, pero sin comunicación entre sí. Jesús, dentro de la casa del Sumo Sacerdote. Pedro, afuera, en el patio, junto al fuego y a las personas que comienzan a inquirirle si acaso no era él también uno de los que estaba con Jesús. Aquí vemos otro detalle que solo anota Lucas, poniendo en conexión los dos escenarios. Después de que Pedro niega a Jesús por tercera vez…
Cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente. (Lucas 22,60-61)
Dicen los estudiosos que el verbo que utiliza Lucas y que nosotros traducimos como “mirar”, tiene otra profundidad. Expresa un mirar penetrante. Jesús ve el corazón del discípulo: comprende su debilidad, sabe que Pedro lo ama y desea seguir siéndole fiel. Su mirada toca profundamente el corazón de Pedro y lo lleva a llorar arrepentido.

Cada uno de estos detalles son como pequeñas flores que podemos ir recogiendo para formar un ramillete de signos de misericordia. Pero nos faltan todavía los dos momentos en que la misericordia de Jesús alcanza su punto más alto.
Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Lucas 23,33-34)
Estas palabras son las que todo discípulo debe tener presente cuando le toque soportar injusticias, persecuciones. Jesús predicó el amor a los enemigos, que no es actuar como si no pasara nada, fingir que no hemos sido heridos por ellos, sino que es el deseo de que se arrepientan y se conviertan, que lleguen a participar de la salvación de Dios. Aquí Jesús, en el momento más dramático, pone en práctica lo que ha predicado. 
San Esteban, primer mártir, hará lo mismo, rogando por quienes lo apedrean:
Poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y al decir esto, expiró. (Hechos 7,60)

Ya en la cruz, por tres veces a Jesús le van a decir: “sálvate a ti mismo”. Lo hacen los jefes del pueblo, los soldados y uno de los ladrones. Frente a esas voces, a través de las cuales habla el Tentador, se levanta la del tercer crucificado:
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».
Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lucas 23,40-43)

Jesús no vino a salvarse a sí mismo. Ha venido a salvar a todos. En esa dirección va su amor y su oración por los enemigos. Pero aquí hay alguien que ha creído en él, que pronuncia su nombre… para él es la más maravillosa promesa del amor de Dios: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Desde la cruz, Jesús mira nuestro corazón. Tras escuchar el relato de su entrega de amor, de la manifestación de su misericordia, estamos invitados a imitar a aquéllos que se retiran de la escena después de la muerte de Jesús:
La multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. (Lucas 23,43)
Con ese sentimiento, recojamos las palabras que aparecen en el diario de Santa Faustina Kowalska, a partir de su visión de Jesús misericordioso:
A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi desamparo en momento de agonía. Esta es la hora de gran misericordia para el mundo entero.
Amigas y amigos, gracias por su atención. Que en esta Semana Santa puedan vivir profundamente el encuentro con la Misericordia del Señor. Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

No hay comentarios: