Un accidente ocurre en la esquina. Ni fallecidos ni heridos, pero sí daños en los vehículos. Ha habido una clara infracción de uno de los conductores, pero éste se niega a reconocerla. El otro, claramente perjudicado, trata de convencerlo. Una tercera persona aparece en escena, habla con el que tiene razón y le dice: “Quédese tranquilo. Yo vi todo. Yo le salgo de testigo”.
El diccionario define “testigo” no solo como la “persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo”, segunda acepción, sino, en primer lugar, como la “Persona que da testimonio de algo, o lo atestigua”. Así se subraya una actitud: esto que he visto, esto que conozco, tengo que comunicarlo, tengo que hacerlo saber.
Cuando, después de la resurrección de Jesús, el Sanedrín llamó a los discípulos y según refiere Hechos de los Apóstoles
“Les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús.” (Hechos 4,18)
La respuesta de los apóstoles fue:
“Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hechos 4,20)
Ése es el testigo: no solo el que conoce y presencia algo, sino quien lo comunica, quien da testimonio.
El evangelio de este domingo de Pascua, nos pone ante tres personas que vieron algo desconcertante y, de ello, fueron sacando sus conclusiones.
La primera de esas personas es María Magdalena.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» (Juan 20,1-2)
En su momento, más tarde, María Magdalena vivirá su encuentro con Jesús resucitado. Aún no es ese momento: todavía estaba oscuro; es decir, todavía el corazón de María y de los discípulos estaba envuelto en la oscuridad, en el misterio doloroso de la muerte de Jesús. Pasado el sábado, en el que no se podía hacer muchas cosas, María fue hasta el sepulcro para llorar, para embalsamar el cuerpo de Jesús… pero encontró la tumba abierta, porque la piedra que cerraba la entrada había sido sacada. Eso es lo que ella vio y de lo cual sacó una conclusión: se habían llevado el cuerpo de Jesús.
Es ella misma quien pone en escena a los otros dos personajes: Simón Pedro y el otro discípulo. De ese discípulo sin nombre se dice que era “el que Jesús amaba”. La tradición lo fue identificando con Juan, hijo de Zebedeo; pero la forma en que el evangelista lo menciona, sin dar su nombre, es una invitación para que encontremos en esa figura nuestro lugar como discípulos que quieren encontrar al Señor. La noticia que trae María cambia el ritmo del relato:
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. (Juan 20,3-4)
Todo se acelera ante la desconcertante noticia. El discípulo que llegó primero,
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. (Juan 20,5)
A través de los ojos de nuestros personajes, vamos viendo también nosotros. Primero, con María, la piedra quitada; con el otro discípulo, las vendas en el suelo. Y a continuación:
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. (Juan 20,6-7)
A lo que ya hemos visto, se agrega el sudario enrollado. Parece poco probable que si alguien se hubiera llevado el cuerpo, se hubiera tomado el trabajo de quitar allí mismo las vendas y mucho menos, de enrollar el sudario. Pedro ve, pero no avanza. Finalmente:
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. (Juan 20,8)
El otro discípulo ve lo mismo que habían visto María y Pedro. Pero él da un paso más: “creyó”. Su mirada ya no es solo la visión de lo que aparece, sino que va más allá. Es la mirada de la fe, que atraviesa la oscuridad del corazón, para comprender lo que hasta ese momento parecía imposible:
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos. (Juan 20,9)
La fe a la que accede el otro discípulo, el discípulo amado, la fe a la que accede sin haber visto todavía al resucitado, es la fe que cambia la vida. Los discípulos, no solo los doce, sino todos los discípulos y las discípulas, como María Magdalena y otras mujeres que seguían a Jesús, tuvieron la gracia y el privilegio de conocerlo en su vida terrena. Ese encuentro cambió su vida. La muerte de Jesús fue un acontecimiento frustrante, que les hizo preguntarse sobre el sentido de lo que habían vivido con Él. Abrirse a la fe en la resurrección de Jesús dio una raíz más honda, llevó mucho más lejos el cambio que habían experimentado. En adelante, quienes seguirán a Jesús, quienes hoy buscamos seguirlo solo podremos hacerlo desde esa fe en el resucitado, en el salvador que hizo en la cruz su ofrenda de amor y venció así a la muerte. Para nosotros pronunciará Jesús esta bienaventuranza, que escucharemos el próximo domingo:
“Felices los que creen sin haber visto” (Juan 20,29)
Ser testigo de Cristo, dar testimonio, no es solo dar un buen ejemplo, comportarse correctamente en la vida (que no es poco). El testimonio cristiano es aún más. Lo puede dar quien ha pasado de la muerte a la vida, quien pueda afirmar que su vida ha cambiado, que su vida ha encontrado sentido a la luz de la Pascua. No es solamente un cambio de vida, aunque sea muy bueno; es un cambio de vida que se ha producido a partir del encuentro con el Resucitado, luz en medio de la oscuridad, paz y alegría que se abre camino en el dolor, esperanza que germina entre el silencio de muerte… en esos y otros momentos similares, sentimos que estamos participando de la Pascua de Cristo, sumergiéndonos en su muerte para nacer de nuevo en su Resurrección.
Jóvenes que quieren seguir a Jesús
20 jóvenes de nuestra diócesis, varones y mujeres, participaron al comienzo de esta Semana Santa en el retiro organizado por la Pastoral vocacional. El retiro se realizó desde la tarde del Domingo de Ramos, hasta la tarde del Martes Santo, en el Campus del Colegio Nuestra Señora del Huerto, en la ciudad de Pando.
Misioneros de Fazenda de la Esperanza
La semana próxima estarán en Canelones misioneros de la Fazenda de la Esperanza, comunidad terapéutica para la recuperación de adicciones. Presentarán su testimonio a otros jóvenes y harán algunas acciones de servicio.
Gracias amigas y amigos por su atención. Muy feliz Pascua de Resurrección. Que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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