sábado, 5 de marzo de 2022

La Parroquia Sagrada Familia de Sauce tiene nuevo párroco.


Homilía del Obispo de Canelones

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Estamos reunidos esta tarde para recibir al nuevo párroco de Sauce. El P. Marcelo De León viene para guiar y acompañar esta comunidad; esta familia parroquial que tiene como espejo nada menos que a la Sagrada Familia de Nazaret. La vida de Jesús, María y José, vida de hogar, trabajo y oración está aquí siempre presente, recordándonos que todos estamos llamados a la santidad y que para ser dignos del amor con que Dios nos ama, no tenemos más que vivir en el amor esos grandes pilares de la vida: la fe, la familia y el trabajo.
Se dice fácil; pero cada día encontramos en la vida familiar, laboral y social dificultades y tentaciones que, a veces, logran apartarnos del camino de Jesús o, al menos, enlentecen o entorpecen nuestros pasos.
Es en la vida parroquial, en la comunidad, donde tenemos que buscar luces y fuerzas. No porque aquí estemos los más buenos, sino porque aquí está el que ha venido a buscar, a sanar y a salvar a los pecadores. Aquí está Jesús, en medio de nosotros, hablándonos desde su Palabra, que aclamamos como “Palabra del Señor” y dándosenos como alimento en el Pan de Vida.
Para hacer presente a Jesús en la Eucaristía y para comunicar su perdón a través del sacramento de la reconciliación hemos sido llamados los sacerdotes. Para eso está el Padre Marcelo; para eso estuvo aquí el Padre Renzo Siri, así como quienes estuvieron antes que él y quienes vendrán después. La Eucaristía y la Reconciliación están en el centro de nuestra misión sacerdotal, porque en estos dos sacramentos se hace presente el mismo Jesús para perdonar, iluminar y alimentar a su pueblo.

La Iglesia, el Pueblo de Dios, la comunidad eclesial, no la forman solo los ministros ordenados, sino todos los bautizados. Los ministros, más bien, estamos al servicio del Pueblo de Dios, cada uno dedicado en forma muy especial a la comunidad que le ha sido confiada.

En este tiempo, el Papa Francisco nos ha invitado a reflexionar sobre algo que hace a la vida del Pueblo de Dios: nuestro caminar juntos. Hablamos de sínodo, sinodalidad, Iglesia sinodal. “Sínodo” significa “caminar juntos”. El modelo del caminar juntos lo encontramos en el libro del Éxodo, que presenta al Pueblo de Dios caminando en el desierto hacia la tierra prometida.
Nosotros caminamos como el nuevo Pueblo de Dios que peregrina hacia la Casa del Padre, hacia nuestra verdadera querencia.

Caminar juntos significa no dejar a nadie atrás; saber esperar a los que van más despacio, ayudar a quienes tienen menos fuerzas. Caminar juntos significa dejar también que algunos se adelanten, que con la ayuda del Espíritu Santo busquen nuevos caminos, pero sin separarse al punto de perder contacto con el gran grupo de los que van a una marcha pareja.
Los pastores formamos también parte de esa marcha. Como guías, en nombre de Jesús, pero también como parte del Pueblo fiel al que escuchamos y del que aprendemos.

Estamos en el primer domingo de Cuaresma. Hemos escuchado el relato de las tentaciones de Jesús. Reflexionando sobre este texto leído tantas veces, me he dado cuenta de algo que no había visto antes.
Las tres tentaciones tienen el mismo fin: apartar a Jesús de su misión. Las tres son, por supuesto, engañosas. Pero hay una de ellas que me parece la más terrible de todas, aunque, al mismo tiempo, podríamos decir que es la que “lo vende” al tentador, porque el mismo se desenmascara, mostrando la mayor y peor de sus pretensiones: tomar el lugar de Dios.
Miremos antes las otras dos.
Cuando el demonio le propone a Jesús transformar una piedra en pan, le está sugiriendo algo que Jesús podría hacer por él mismo, tal como más adelante cambia el agua en vino o multiplica panes y peces.
Cuando le dice de tirarse de lo alto del templo y ser recogido por los ángeles, el tentador está dejando lugar a la acción de Dios.
Pero cuando Satanás le ofrece a Jesús el poder y los reinos de la tierra, le pide algo francamente alevoso:
«Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos (…) si tú te postras delante de mí…»
La respuesta de Jesús es inmediata y contundente:
«Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»

Postrarse… postrarse es un acto de una gran intensidad, que involucra toda la persona, todo su cuerpo, su mente, su alma. Es tenderse en el suelo, boca abajo, y permanecer allí durante cierto tiempo. Es expresión de humildad y es el más fuerte gesto de adoración.
La postración forma parte del sacramento del orden: se postra el que va a ser ordenado diácono, presbítero u obispo. Mientras el ordenando está postrado se cantan las letanías, invocando a los santos y santas como intercesores por el nuevo ministro y por todo el pueblo de Dios.
La postración es también parte del ritual del Viernes Santo y la realiza el celebrante frente al altar, después de entrar a la celebración caminando en silencio.
«Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»

Dentro de instantes, el Padre Marcelo va a renovar sus promesas sacerdotales, las promesas que hizo en su ordenación. Es su compromiso con el Señor que lo eligió y lo llamó para servir a Dios y a sus hermanos. Es un acto de libertad y, al mismo tiempo, es ponerse nuevamente confiado en las manos del Padre Dios que lo llamó a este ministerio por medio de su Hijo y de la Iglesia.

Hagamos ahora un momento de silencio y oremos por el Padre Marcelo y por la comunidad parroquial Sagrada Familia. Que este tiempo de Cuaresma que la comunidad y el párroco están iniciando juntos los ayude a todos a acercarse al Señor cada día más como verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad. Así sea.

“Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Lucas 5,27-32). Sábado después de Ceniza.

Poco a poco vamos entrando en la Cuaresma. La Palabra de hoy nos presenta el llamado de Jesús a todos aquellos dispuestos a convertirse y cambiar de vida.

viernes, 4 de marzo de 2022

“Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Lucas 5,27-32). Sábado después de Ceniza.

 

La reflexión de hoy es parte de un testimonio de Mely, una recuperada en la Fazenda de la Esperanza.

No dejemos de rezar por la Paz.

Bendiciones,

+ Heriberto.

“Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto” (Lucas 4,1-13). Domingo I de Cuaresma.

Hace poco, decía alguien que marzo es como el lunes de los meses; es decir, el mes del comienzo del año en muchos aspectos. El verano no se ha ido del todo, pero ya está en retirada y el otoño llegará en este mes. Recomienzan las clases, algunos vuelven de sus vacaciones; en todo caso, para muchos el ritmo de trabajo se hace ahora más intenso. Y en este arranque de tantas cosas, comienza también, este año en marzo, nuestro tiempo de Cuaresma. 

Para quienes tratamos de vivir y practicar nuestra fe, cuaresma es una palabra familiar, que nos habla de oración, ayuno, limosna y, sobre todo, de conversión: examinar nuestra conciencia, arrepentirnos de nuestros pecados y volver el corazón a Dios.
Para muchos uruguayos, sin embargo, esta palabra es totalmente extraña. No quiere decir nada. ¿Seremos capaces de comunicar lo que significa para cada uno de nosotros y de invitar a otros a entrar en este tiempo y caminar juntos hacia la Pascua?

El evangelio de este primer domingo nos introduce en la Cuaresma de Jesús: sus cuarenta días en el desierto, en oración, preparándose para su misión y enfrentando al tentador.
Tanto Lucas como Mateo nos presentan este relato, marcado por tres tentaciones:

«Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan.»
«Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos (…) si tú te postras delante de mí…»
«Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden…» (Lucas 4,1-13)
Tres tentaciones, que resumen las muchas posibles y que, en realidad, simbolizan toda la lucha entre el bien y el mal. Es también la lucha de cada persona: o elegir a Dios y ponerlo en el centro de la propia vida o cerrarse sobre sí mismo y dejar de lado a Dios.
No olvidemos que el demonio, el tentador, es una criatura. Creado por Dios para compartir su eternidad, rechazó el llamado del creador de una sola vez y para siempre. Ese rechazo es la negación de su propio ser. Satanás no puede ofrecer un camino, porque él mismo no lo tiene. Su objetivo es la destrucción del ser humano, impidiendo que llegue a la comunión con Dios o buscando romper esa comunión cuando el hombre la ha alcanzado.
Y eso es lo que trata de hacer con Jesús: que Jesús rompa su comunión con el Padre.

Si leemos de nuevo, con cuidado, las tres tentaciones, veremos que hay una de ellas que se diferencia muy especialmente de las otras.
No es convertir las piedras en pan, porque pensando en otros milagros, como el agua cambiada en vino o la multiplicación de los panes, es algo que el mismo Jesús podría realizar.
Tampoco es la que propone a Jesús tirarse desde lo alto del templo, porque allí podría ser salvado por Dios, por medio de sus ángeles.
Pero cuando Satanás le ofrece a Jesús el poder y los reinos de la tierra, no invoca ni el poder que Jesús podría tener ni la eventual acción de Dios: en forma especialmente atrevida, le dice a Jesús que eso se lo dará, si Jesús se postra ante él: “si tú te postras delante de mí”.
La postración es un acto muy intenso. Físicamente, involucra todo el cuerpo. Es tenderse en el suelo, boca abajo, y permanecer así por cierto espacio de tiempo.
Espiritualmente, el gesto tiene varios significados. En primer lugar, es el reconocimiento de la grandeza de aquel ante quien uno se postra y de la propia humildad. Es el mayor acto de adoración. En la primera lectura aparece como lo que debe hacer alguien que lleva ofrendas ante el altar:
“Tú depositarás las primicias ante el Señor, tu Dios, y te postrarás delante de Él” (Deuteronomio     26, 1-2. 4-10)
Frente a la insólita pretensión del tentador, Jesús contesta en forma contundente:
«Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Mateo coloca la tentación del poder al término del relato: el triunfo de Jesús sobre el tentador anuncia el final de su evangelio, en el que Jesús Resucitado dirá a sus discípulos: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra” (Mateo 28,18) antes de enviarlos a proclamar la buena noticia de la salvación. Es así: todo poder le ha sido dado por el Padre.
Lucas, en cambio, deja para el final la tentación que ocurre en el templo de Jerusalén, porque en esa ciudad y en su entorno, Jesús volverá a ser tentado y triunfará marchando hacia su pasión, su muerte y su resurrección. Con ese cambio de orden, la tentación del poder no queda soslayada. Al contrario: queda en el centro. Postrarse ante Satanás hubiera sido la total ruptura de la comunión con Dios y la destrucción de la misión de Jesús.
Para Lucas, Jesús es el nuevo Adán, el primogénito de la humanidad nueva. La genealogía de Jesús en este evangelio llega hasta el primer hombre. Si el primer Adán rompió la comunión con Dios dejándose arrastrar por el tentador, Jesús, nuevo Adán, tiene como proyecto de vida vivir la comunión con Dios y restablecer la comunión de toda la humanidad con su Creador.

Adentrémonos, personal y comunitariamente, en el camino de la Cuaresma invocando al Espíritu Santo, que condujo a Jesús, que nos fortalece ante la tentación y que genera y consolida nuestra comunión con Dios. Recordando el evangelio del miércoles de ceniza, busquemos realizar nuestras prácticas cuaresmales no solo exteriormente, sino, sobre todo, de corazón, en adoración y entrega al Padre “que ve en lo secreto”. Finalmente, no olvidemos el consejo que el Papa Francisco nos entrega, tomado de la misma Palabra de Dios:
«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos,
cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)

Intención del Papa Francisco para el mes de marzo: bioética

En este mes, el Papa Francisco nos propone rezar “por una respuesta cristiana a los retos de la bioética”. 

“Recemos para que los cristianos, ante los nuevos desafíos de la bioética, promuevan siempre la defensa de la vida a través de la oración y de la acción social”.

Día Internacional de la Mujer

Con motivo del 8 de marzo, quiero saludar a las mujeres, especialmente a aquellas que encuentro día a día; entre otras, las que hacen parte de mi familia y de mi entorno, las que encuentro en las comunidades que visito, las profesionales con las que me ha tocado interactuar. Su sensibilidad y su mirada diferente sobre las personas y los acontecimientos me ayudan muchas veces a prestar atención y responder a situaciones que, de otra forma, yo no hubiera percibido. A ellas, muy feliz día.

IV Centenario de la canonización de San Isidro

El sábado 12 se cumple el cuarto centenario de la canonización de cinco grandes santos, celebrada por el Papa Gregorio XV: san Felipe Neri (+1595), santa Teresa de Jesús (+1582), san Ignacio de Loyola (+1556), san Francisco Javier (+1552) y san Isidro Labrador. Los cuatro primeros habían fallecido no muchos años antes, entre 1552 y 1595; en cambio, la devoción a San Isidro tenía ya 450 años.
En nuestra diócesis, el santo labrador no solo es patrono de la ciudad y de la parroquia de Las Piedras, sino también de varias capillas. Su imagen, a veces acompañada por la de su esposa, está presente en varios templos parroquiales. San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza son ejemplo de padres de familia cristianos, de trabajadores y de santidad en la sencilla vida cotidiana.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que todos podamos vivir fecundamente este tiempo de Cuaresma, profundizando nuestra conversión, volviendo de corazón a Dios. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“Entonces llamarás, y el Señor responderá” (Isaías 58, 1-9a). Viernes después de Ceniza.

 

Primer viernes de Cuaresma: día de abstinencia. No pensemos solamente en privarnos de comer carne. La Palabra de Dios de hoy nos recuerda:

Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. (Isaías 58, 1-9a)

Estas reflexiones que hemos comenzado a ofrecer diariamente han sido preparadas por el P. Marcio, sacerdote de la Fazenda de la Esperanza, para las personas internas en las casas de esa comunidad terapéutica. Sin embargo, creo que todos podemos sacar provecho de ellas. Buena Cuaresma.

+ Heriberto

jueves, 3 de marzo de 2022

Jueves después de Ceniza: “Elige la vida y vivirás” (Deuteronomio 30,15-20)

Esta reflexión ha sido preparada para las personas internadas en la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza, por el P. Marcio, sacerdote perteneciente a la comunidad.

En primer lugar, escuchamos la lectura de dónde ha sido tomado el versículo o la idea que se propone para la jornada; luego la reflexión y, finalmente, la oración sobre el pueblo tomada del Misal para ese día.

Buena Cuaresma.

+ Heriberto

miércoles, 2 de marzo de 2022

Miércoles de Ceniza: homilía


Queridas hermanas, queridos hermanos:

Hoy, miércoles de Ceniza, estamos comenzando el tiempo de Cuaresma. Dentro de unos días se cumplirán dos años desde que fue declarado el estado de emergencia sanitaria en el Uruguay; es decir, dos años de pandemia.

En este tiempo, que todavía no ha concluido pero que, no tan rápidamente como quisiéramos, va de a poco resumiéndose, nos vimos muchas veces privados de participar comunitariamente en nuestras habituales celebraciones.

El gesto que vamos a realizar hoy, la imposición de las cenizas, es un gesto comunitario, que pide nuestra presencia. No podemos recibir las cenizas a la distancia. No podemos hacerlo fuera del marco de esta celebración que le da su sentido.

El tiempo de Cuaresma nos llama a la conversión, que puede ser para algunos un total cambio de vida; pero nadie debe sentirse excluido de ese llamado. La conversión no es solo un hecho puntual, por grande que sea; es también un proceso, una progresiva profundización de nuestra vida cristiana.

Cada uno de nosotros tiene sus motivos para pedir perdón. Nadie escapa a la realidad del pecado, lo quiera reconocer o no.
El pecado, en sus muchas formas y en sus muy distintos grados de gravedad, daña, rompe, la relación de cada uno de nosotros con Dios, con sus hermanos, consigo mismo y con la Creación.

Nuestras faltas nos alejan del Padre: rompen o al menos debilitan nuestra filiación, es decir, nuestra relación amorosa de hijas e hijos del Padre Dios.
Dañan, deterioran o aún rompen, nuestra fraternidad, nuestra relación de hermanos y hermanas llamados a vivir en el amor. Destrozan los vínculos de solidaridad.
Nuestras faltas nos dividen interiormente, instalando dentro de nosotros el conflicto de quien quiere servir de corazón al Señor, pero al mismo tiempo se encuentra frente a su debilidad, sus incoherencias, sus caídas.
Nos separan también del resto de la Creación, de este mundo con todas sus otras criaturas, esta casa común que estamos llamados a cultivar y cuidar.
 
Frente a esa realidad de ruptura, de división, que en mayor o menor medida está presente en nuestra vida; frente a esa manera de actuar que va contra el proyecto del Padre, el tiempo de Cuaresma nos llama a acercarnos comunitariamente a Dios, aceptando los caminos que se nos ofrecen para volvernos de corazón a Él y a los hermanos.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone tres gestos a realizar “en lo secreto”, que cada uno de nosotros puede hacer de la mejor manera que pueda: privarnos de parte de nuestro alimento y abstenernos también de gustos y ociosidades inútiles; redoblar la oración y compartir nuestros bienes con los hermanos más necesitados.

Aunque realicemos esos gestos en forma privada, esas acciones tienen también una dimensión comunitaria. Las hacemos en cuanto miembros de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo, en solidaridad unos con otros y con todos los que en el mundo nos presentan el rostro sufriente del Señor.
En particular, el recibir juntos, públicamente, estas cenizas, como signo de penitencia, nos ayuda a recorrer solidariamente el camino de conversión. Nos hacen sentir que no estamos solos en ese camino, porque no sólo el Señor nos acompaña, sino porque nos invita a recorrerlo como hermanos, como Pueblo suyo, como familia suya a la que Él quiere salvar.

En estos próximos domingos, Jesús nos guiará en este camino, para que en Él venzamos al maligno y crezcamos en fidelidad al proyecto del Padre. Junto a los discípulos, subiremos con Jesús al monte de la transfiguración para contemplar su rostro glorioso y escuchar con Él la voz del Padre. Descubriremos como Jesús, testigo de la misericordia del Padre, nos ofrece un tiempo de gracia para que demos los frutos que su amor nos hace capaces de producir. Escuchando a Jesús podremos regresar a la casa del Padre, dejarnos rodear por su abrazo, por su amor, que nos transforma y nos devuelve el lugar de hijos e hijas que hemos perdido. Finalmente, él nos llamará a tomar conciencia de nuestros propios pecados antes de pretender condenar a quien él no condena, pero le dice “vete y no peques más”.

Que podamos todos aprovechar este tiempo de gracia, encontrándonos a lo largo de esta Cuaresma una y otra vez con el Señor que nos ofrece su perdón, nos da la posibilidad de convertirnos, de renovar en Él toda nuestra vida, para celebrar después su Pascua, como pueblo que ha renacido del agua y de la sangre que brotan de su corazón traspasado. Y en todo este tiempo, no nos cansemos de rezar por la paz. Así sea.

+ Heriberto

Miércoles de Ceniza: Conviértete y cree en el Evangelio.

Esta reflexión ha sido preparada por el P. Marcio, de Fazenda de la Esperanza, con un pequeño agregado de nuestra parte. Está destinada a las personas internadas en alguna de las casas de esa comunidad terapéutica, aunque todos podemos sacar provecho de ellas. Mi intención es seguirlas publicando a lo largo de la Cuaresma. 

Tengamos presente hoy, de manera muy especial, el llamado del Santo Padre a ofrecer el ayuno propio de este día de inicio de Cuaresma por la paz en Ucrania.

+ Heriberto.

jueves, 24 de febrero de 2022

“Saca primero la viga de tu ojo”. (Lucas 6,39-45). Domingo VIII durante el año.

Ver la pelusa o la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es hoy casi un refrán, que viene del evangelio que leemos este domingo. Se dice esto cuando alguien le señala a otros sus defectos, a veces no tan grandes y, en cambio, no ve los propios, a veces muy graves.
El consejo de Jesús, “saca primero la viga de tu ojo” es un llamado a tomar conciencia de los propios defectos, errores, fragilidades y a corregir la hipocresía. No para quedarnos ahí, sino a partir de ahí, humildemente, ayudar al hermano en sus propias dificultades. Dice Jesús:

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano!
Creo que todos entendemos esto, aunque a veces nos cueste practicarlo; nos cuesta reconocer nuestras faltas. Nos cuesta asumir que la fragilidad es la condición humana y que muchas veces nos dejamos arrastrar por aquello que nos lleva a actuar mal: a ofender, dañar o herir a los demás o hacerme daño a mí mismo; en suma, todo lo que podemos llamar pecado. Todos somos pecadores. San Pablo describe esa fragilidad como “el pecado que vive en mí”. Dice Pablo:
No soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí.
Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. (Romanos 7,17.19)
Pablo no dice eso para justificarse por haber obrado mal. Al contrario; el tomar conciencia de su propia fragilidad es lo que le ha permitido abrirse a la fuerza de Dios y a la vida en el Espíritu, por medio de Jesucristo. Frente a esto, brota su acción de gracias:
¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! (Romanos 7,25)
En nuestro mundo de hoy, se da otro fenómeno, que podemos relacionar con éste. Algo más serio, porque ya no se trata de “ver la paja (o la pelusa) en el ojo ajeno”, es decir, fijarnos en pequeños defectos de los demás, sino que cuando alguien comete una notoria mala acción, un delito muy grave, de pronto se convierte en algo así como “el eje del mal”, “la encarnación de Satanás” y hacia esa persona se dirige el enojo y la ira de la sociedad, por todos los medios posibles.
Sobre ella se cargan todas las culpas, las que tiene y las que no tiene, sin atenuante ninguno y se reclama un linchamiento, una justicia expeditiva que lo castigue con la máxima sanción posible. Es verdad, hay personas que han cometido y cometen crímenes realmente execrables y corresponde que sean detenidos, procesados con todas las garantías del derecho y sentenciados a una pena proporcionada a la gravedad de lo que han hecho.
Lo que me preocupa es esa actitud de focalizarnos en esa persona que ha hecho algo terriblemente malo, como si allí estuviera concentrado todo el mal y los demás, cada uno de nosotros, no tuviéramos nada que nos pudiera ser reprochado ni por acción ni por omisión.
Esa persona individual o, a veces, un grupo humano determinado, se convierte en lo que se ha dado en llamar “el chivo emisario” o “chivo expiatorio”.
Esta expresión viene de un rito que describe el libro del Levítico, según el cual, el sacerdote
impondrá sus dos manos sobre la cabeza del animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del chivo. Entonces lo enviará al desierto (…) El chivo llevará sobre sí, hacia una región inaccesible, todas las iniquidades que ellos hayan cometido. (Levítico 16,21-22)
Eso es lo que veo ocurrir con frecuencia en la sociedad o en un grupo humano: elegir, no a un chivo, sino a una persona sobre la que se carga toda la maldad y toda la culpa. Y con eso, ya está todo resuelto. Ahí está la maldad encarnada: nada de eso hay en nuestro corazón.
Por eso, necesitamos todos volver a la enseñanza de Jesús… Sí, tal vez lo que estamos viendo en el ojo del otro no es una paja o pelusa, sino una viga, una gran viga… pero también tenemos que ver la que está en nuestro propio ojo. El tiempo de cuaresma que se inicia esta semana con el miércoles de ceniza es precisamente el tiempo oportuno de volver el corazón a Dios. No solo de ir a las enseñanzas de Jesús, sino de ir al mismo Jesús, encontrándolo en el sacramento de la Reconciliación, por el cual recibimos el perdón de nuestros pecados y la fortaleza para caminar siguiendo a Jesús y viviendo en conformidad con Él.

Bodas de Plata sacerdotales

El P. Jorge Jaurena, párroco de Santa Lucía y administrador parroquial de Los Cerrillos celebrará el próximo martes los 25 años de su ordenación sacerdotal. Lo felicitamos y damos gracias al Señor por su servicio y entrega. Pedimos también a Jesús Buen Pastor que siga consolidando su corazón sacerdotal.

Comienza la Cuaresma

El próximo 2 de marzo es miércoles de ceniza, comienzo de la cuaresma. Ese día nos invita a realizar, como comunidad eclesial, tres gestos distintos. Uno de ellos se hace públicamente, dentro de la celebración de la Eucaristía y es la imposición de las cenizas. Es un tradicional gesto penitencial, que todos podemos recibir.
¿Cuál es el sentido de ese gesto? Nos lo recuerdan las dos oraciones que el ritual pone a elección para la bendición de las cenizas. Allí se habla de reconocer que somos polvo y al polvo hemos de volver; pedimos vivir con fidelidad las prácticas cuaresmales (oración, ayuno, limosna); recibir el perdón de nuestros pecados y llegar, con el corazón purificado a la celebración de la Pascua de Cristo.
Los otros dos gestos son el ayuno y la abstinencia. Destaco que son gestos comunitarios, aunque, como lo pide Jesús, no se hagan ante los demás, para ser vistos. Son comunitarios porque todos los fieles los hacemos en ese mismo día. La Iglesia nos pone algunos mínimos para que todos los observemos, haciendo excepción con los más pequeños, los ancianos y los enfermos. 

La abstinencia, que también guardaremos los viernes de cuaresma, consiste en privarse de comer carne. También podemos pensar en privarnos de otras comidas o de algunos hábitos de ocio. Hay quienes deciden guardar lo que hubieran gastado en una buena comida para ayudar a otros. Hay quienes se abstienen de tiempos largos ante la pantalla para dedicar más tiempo a la oración.

El ayuno se nos propone el miércoles de ceniza y el viernes santo. No es un ayuno total; se nos pide tomar solo una de las comidas principales, o sea, dejar el almuerzo o la cena.
Ése es el mínimo: quien pueda y quiera puede ir más lejos, hacerlo más riguroso. Lo importante es que cada uno de estos gestos lo vivamos como un desprendimiento de nosotros mismos que nos ayude a crecer en el amor a Dios y al prójimo.
Nos puede ayudar también meditar el mensaje del Papa Francisco para esta cuaresma. Su título es una cita de la carta a los Gálatas:

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)
Y esto es todo por hoy… gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidando unos de otros. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

«No nos cansemos de hacer el bien» (Gálatas 6,9-10a). Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2022.

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos,
cosecharemos los frutos a su debido tiempo.
Por tanto, mientras tenemos la oportunidad,
hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. SIEMBRA Y COSECHA

En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba (cf. Mt 13). San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la cosecha. ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna manera una imagen. [1]  Con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus graneros (cf. Lc 12,16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279). Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos (cf. Rm 6,22). En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios. La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36), que será nuestro «tesoro en el cielo» (Lc 18,22; cf. 12,33). El propio Jesús usa la imagen de la semilla que muere al caer en la tierra y que da fruto para expresar el misterio de su muerte y resurrección (cf. Jn 12,24); y san Pablo la retoma para hablar de la resurrección de nuestro cuerpo: «Se siembra lo corruptible y resucita incorruptible; se siembra lo deshonroso y resucita glorioso; se siembra lo débil y resucita lleno de fortaleza; en fin, se siembra un cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual» (1 Co 15,42-44). Esta esperanza es la gran luz que Cristo resucitado trae al mundo: «Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los muertos como fruto primero de los que murieron» (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29). «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43).

2. «NO NOS CANSEMOS DE HACER EL BIEN»

La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. BENEDICTO XVI, Carta enc. Spe salvi, 3; 7). Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de
los demás. Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se fatigan, los muchachos tropiezan y caen» (Is 40,30). Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9).

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia; [2] pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. [3]

No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» (ibíd., 50), cara a cara.

No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 193).

3. «SI NO DESFALLECEMOS, A SU TIEMPO COSECHAREMOS»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos (cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28).

Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19) nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2021, Memoria de san Martín de Tours, obispo.

Francisco

[1] Cf. S. Agustín, Sermo, 243, 9,8; 270, 3; Enarrationes in Psalmos, 110, 1.

[2] Cf. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 de marzo de 2020).

[3] Cf. Ángelus del 17 de marzo de 2013.