Parroquias de la Diócesis de Melo participaron en la Peregrinación Nacional a la Virgen de los Treinta y Tres en Florida. Arriba: grupo de Parroquia Cruz Alta, ciudad de Treinta y Tres. Centro: los peregrinos de Melo. Abajo: grupo de peregrinos a caballo de la Diócesis de San José
D E C O S - C E U
EN MULTITUDINARIO HOMENAJE
A LA PATRONA DE LA PATRIA,
LOS CATÓLICOS PIDIERON
POR LOS DESTINOS DE LA NACIÓN
A LA PATRONA DE LA PATRIA,
LOS CATÓLICOS PIDIERON
POR LOS DESTINOS DE LA NACIÓN
Alrededor de 4.500 personas homenajearon hoy a la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de la Patria, en Florida.
Frente al Santuario Nacional, en la plaza principal de la ciudad de Florida, peregrinos de todos los rincones del país se reunieron a las 10 hs. para participar de la Solemne Misa presidida por el Vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), Arzobispo Mons. Octavio Ruiz, y concelebrada por todos los Obispos, el Nuncio Apostólico en Uruguay, Mons. Anselmo Pecorari, un centenar de sacerdotes y diáconos.
Es la primera vez que un representante de un organismo vaticano participa de la Peregrinación Nacional al Santuario de la Patrona de Uruguay.
En su homilía, Mons. Ruiz invitó a los presentes a poner “ante la pequeña imagen de la Virgen Inmaculada, los destinos de esta querida Nación Uruguaya”. “A ella le pedimos que guíe a sus gobernantes para que cumplan su deber de servir a su Patria, buscando en todo momento el bien para sus conciudadanos, y trabajen con ahínco por lograr, juntamente con ellos, el desarrollo integral de la sociedad con rectitud, justicia y equidad”, rogó. “Asimismo le pedimos para que Ella interceda ante su Hijo para que Uruguay viva siempre en paz”, manifestó el Arzobispo colombiano.
En esta celebración enmarcada en el Año Sacerdotal convocado por el Papa Benedicto XVI, cerca de 100 sacerdotes de todas las Diócesis renovaron sus promesas.
Refiriéndose a los sacerdotes, en su homilía, Mons. Ruiz instó a pedirle a la Virgen “su especial intercesión para que (…) vivan en fidelidad y con gran alegría su entrega generosa y total al servicio de la Iglesia”. Pidió, asimismo, por los religiosos y religiosas para que encuentren en María “su modelo de amor y de servicio”.
RETOS PARA LA IGLESIA
El Vicepresidente de la CAL destacó que el reto fundamental que enfrenta la Iglesia en el continente y, en Uruguay, reside en “promover y formar discípulos de Jesucristo que sean auténticos misioneros”.
Exhortó a hacer el esfuerzo en las comunidades eclesiales “de hacer una verdadera conversión personal y pastoral que nos permita abrirnos a los demás y salgamos a buscar y acoger a quienes se encuentran alejados de la Iglesia”. Llamó, asimismo a “infundir esperanza y alegría, para que con gozo celebremos el misterio de la presencia del Señor en nuestras vidas, en nuestras comunidades y en general en nuestro Continente”.
“Uruguay y toda América Latina y el Caribe deben sentirse orgullosos de su fe en Jesucristo y deben reconocer con gratitud y reforzar al mismo tiempo las raíces cristianas que sembraron los primeros evangelizadores”, enfatizó el Arzobispo .
“Una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recta fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio”, precisó.
Mons. Ruiz invitó, asimismo, a pedir la intercesión de María para sentir siempre su “maternal presencia en nuestras familias, tan necesitadas de protección, para que aprendamos de ella el amor y la ternura, la capacidad de diálogo y de comprensión, la responsabilidad y el respeto, la fidelidad y la alegría. En ella ciertamente podemos comprender el valor inmenso de la maternidad, signo de esa autentica feminidad que reconoce el papel esencial de la mujer y de la madre en la célula familiar”.
“María siempre ha estado y estará presente en medio de nuestros gozos y alegrías, pero también comparte en todo momento nuestras angustias y tristezas. A Ella nos dirigimos con amor filial y le encomendamos los trabajos que están realizando durante estos días los Señores Obispos en su Asamblea Episcopal”, expresó el Vicepresidente de la CAL.
Luego de la Misa, los peregrinos continuaron los festejos en el Prado de la ciudad, con baile y música.
Aproximadamente a las 16:30 hs. comenzó la Procesión hacia la Catedral con la imagen de la Virgen, culminando en el Santuario, con la oración de súplica y bendición final.
Imágenes en www.iglesiacatolica.org.uy
TEXTO DE LA HOMILÍA DE
MONS. OCTAVIO RUIZ
VICEPRESIDENTE DE LA PONTIFICIA
COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
MONS. OCTAVIO RUIZ
VICEPRESIDENTE DE LA PONTIFICIA
COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
Con inmensa alegría hemos venido para participar en esta solemne peregrinación nacional en honor de «Nuestra Señora de los Treinta y Tres», patrona del Uruguay. A los pies de esta pequeña imagen, que se encontraba ya desde hacía más de cuarenta años en el pequeño templo de Florida, los Treinta y Tres Orientales, en el año 1825 al iniciar las guerras de la independencia, quisieron encomendar a María, la Madre del Señor, el futuro de esta Nación. Estos patriotas, al proclamar meses después la independencia nacional, colocaron todo el querido pueblo Uruguayo bajo su amparo y protección.
En esta devoción mariana reconocemos el amor que todos ustedes en el Uruguay tienen a la Santísima Virgen María, bajo cuyo amparo se encomiendan permanentemente, manifestando de esa manera el amor filial a la Madre de Dios, que constituye una de las características fundamentales de nuestra Iglesia Católica y que está profundamente arraigada en todo el Continente latinoamericano.
Cuando convocados por el Santo Padre Benedicto XVI nos reunimos en mayo de 2007 un numeroso grupo de Obispos en el santuario mariano de Aparecida (Brasil) para celebrar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, expresábamos con gran alegría que “María, Madre de Jesucristo y de sus discípulos, ha estado muy cerca de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado nuestras personas y trabajos, cobijándonos, como a Juan Diego (allá en el Tepeyac) y a nuestros pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su maternal protección” (DA 1).
El amor a la Santísima Virgen, en efecto, ha estado profundamente enraizado en todo el pueblo de América Latina. Cada una de las naciones tiene su propia advocación, pero todas reconocen en María, la Madre de Dios, aquella misma Madre que, bajo diversos nombres, acompaña el caminar de nuestros pueblos y les expresa su amor y cercanía. María siempre ha estado y estará presente en medio de nuestros gozos y alegrías, pero también comparte en todo momento nuestras angustias y tristezas. A Ella nos dirigimos con amor filial y le encomendamos los trabajos que están realizando durante estos días los Señores Obispos en su Asamblea Episcopal.
En el caminar de nuestra fe sentimos cercana la presencia de la Santísima Virgen, la cual amorosamente intercede por nosotros ante su Hijo. En ella encontramos la ternura y el amor de Dios reflejado en su bello rostro. En ella, la Madre de Dios y nuestra queridísima Madre, percibimos la certeza y la confianza de la protección divina que siempre nos acoge con su amor materno. Con María nos sentimos seguros porque ella irradia serenidad, pureza, tranquilidad y calma en medio de tantas angustias e inquietudes del mundo moderno.
En la primera lectura que hemos escuchado, tomado del libro de Judit, encontramos una serie de elogios que la Iglesia ha atribuido a la Virgen María. Se reconoce que ella es la gloria de Jerusalén, el orgullo de Israel y el insigne honor de nuestra raza. De la misma manera el pueblo Uruguayo la reconoce como su “capitana y guía”, como lo fue un día de los Treinta y Tres, e igualmente le canta como a la “hermosa flor de esta tierra”, ante cuya gloria se inclinaron los pendones y se firmó la Carta de la emancipación.
Si contemplamos con detención el misterio de la visitación de María a su prima Santa Isabel, tal como lo hemos escuchado hoy en el episodio evangélico, nos encontramos ante el ejercicio hermoso y fascinante del amor, del servicio y de la caridad. En efecto, la Madre del Salvador, al saber que Isabel también está encinta y que se encuentra en dificultad por ser una mujer de ya avanzada edad, corre con gran solicitud para ayudarla en su difícil situación, pero también va hacia ella para compartirle el gozo y la gracia de su propia maternidad. Ella es la Virgen presurosa que siempre sale al encuentro de los más necesitados. Por eso mismo, en ese encuentro con Isabel, María expresa su gratitud al Señor por todas las maravillas que ha obrado en ella y que realiza en nuestro favor a través suyo y que la constituye en la «bendita entre todas las mujeres».
La Iglesia desde un comienzo ha tenido un gran amor a la Virgen María y ha impulsado la devoción hacia ella por parte del pueblo fiel. Sin embargo es necesario tener en cuenta que la esencia de esa devoción y cariño a María está en el hecho de que a través de ella nos acercamos a Jesús y nos configuramos con Él, porque María es siempre un camino que conduce a Cristo, de tal manera que todo encuentro con ella no puede menos que terminar en un encuentro con Cristo mismo. De manera muy bella nos describe esta realidad el Papa Pablo VI cuando se pregunta: “¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María sino buscar entre sus brazos, en ella, por ella y con ella a Cristo Nuestro Salvador, a quien los hombres, en los desalientos y peligros de aquí abajo, tienen el deber y experimentan sin cesar la necesidad de dirigirse como a punto de salvación y fuente trascendente de la Vida?” (Enc. Mense maio, § 2).
Imitar a la Virgen María constituye el eje de la devoción mariana, la cual lejos de distraernos del seguimiento de Cristo, lo hace, por el contrario, más amable y más fácil. Al respecto el mismo Papa nos dice que “habiendo ella cumplido siempre la voluntad de Dios, mereció la primera el elogio que Jesús dirigió a sus discípulos: ‘Quien hace la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos, ése es mi hermano y hermana y madre’ (Mt 12,50)” (Pablo VI, Signum mágnum, II § 3). Ella, entre las criaturas humanas, ofrece el ejemplo más diáfano y más próximo a nosotros de la perfecta obediencia con la cual nos conformamos a la voluntad de Dios.
Por María, por su obediencia y acogida a la Palabra de Dios, se hizo realidad que todos nosotros llegáramos a ser hijos de Dios. Asimismo, por el inmenso regalo que nos dio el Señor desde la Cruz, María es nuestra Madre. Si queremos entonces ser como ella y ser de verdad hermanos de Jesús, tenemos que escuchar la Palabra de Dios y hacerla vida. San Agustín, al respecto, subraya que María cumplió con toda perfección la voluntad del Padre y que por ese motivo «es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo […] porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo» (Sermón 25, 7-8). Nosotros podemos imitar a María en cuanto a discípula y, por consiguiente, ser como ella; pero en cambio en su condición de madre carnal de Jesús ella es única.
Queridos hermanos y hermanas, les invito para que en este momento pongamos ante nuestra Madre, la Virgen de los Treinta y Tres, toda nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras ilusiones y esperanzas, como también nuestras angustias y tristezas e incluso el dolor que experimentamos ante la debilidad humana de algunos de nuestros pastores.
Pidámosle a ella que sintamos siempre su maternal presencia en nuestras familias, tan necesitadas de protección, para que aprendamos de ella el amor y la ternura, la capacidad de diálogo y de comprensión, la responsabilidad y el respeto, la fidelidad y la alegría. En ella ciertamente podemos comprender el valor inmenso de la maternidad, signo de esa autentica feminidad que reconoce el papel esencial de la mujer y de la madre en la célula familiar.
Como lo hicieron en su momento los Treinta y Tres Orientales, también hoy ponemos ante la pequeña imagen de la Virgen Inmaculada, los destinos de esta querida Nación Uruguaya. A ella le pedimos que guíe a sus gobernantes para que cumplan su deber de servir a su Patria, buscando en todo momento el bien para sus conciudadanos, y trabajen con ahínco por lograr, juntamente con ellos, el desarrollo integral de la sociedad con rectitud, justicia y equidad. Asimismo le pedimos para que ella interceda ante su Hijo para que Uruguay viva siempre en paz.
En este año sacerdotal que estamos celebrando por invitación del Santo Padre Benedicto XVI, pidamos a María su especial intercesión para que nuestros Sacerdotes, juntamente con sus Obispos, vivan en fidelidad y con gran alegría su entrega generosa y total al servicio de la Iglesia. Ellos, como lo hizo la Santísima Virgen en el momento de recibir el anuncio del Ángel, han respondido a la llamada del Señor poniéndose en sus manos y entregándole su vida para comunicar a sus hermanos la Buena Nueva del Evangelio, hacer presente a Cristo y ser instrumentos de salvación. Pidámosle a la Santísima Virgen que, como lo hizo con su Hijo Jesucristo junto a la cruz, les acompañe siempre en el ejercicio de su ministerio sacerdotal.
De igual manera, queridos hermanos, encomendémosle también a los Religiosos y Religiosas que les acompañan a todos ustedes en múltiples tareas de servicio humilde y abnegado, tratando de vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Ellos y ellas de igual forma han consagrado su vida para ser testigos del amor del Señor y viven con generosidad su entrega. Que en María encuentren siempre su modelo de amor y de servicio.
A los pies de nuestra Madre colocamos el trabajo pastoral que está realizando la Iglesia aquí en Uruguay. Como bien sabemos, todas las diócesis han iniciado con gran entusiasmo la “Misión continental” que se está desarrollando a lo largo de nuestra América Latina, para tratar de responder a los grandes retos que le presenta el momento actual a nuestro Continente. Con esa misión la Iglesia quiere reanimar e impulsar su dimensión misionera, para que todos, tomando conciencia de ser discípulos de Jesús, anunciemos con gozo a Jesucristo y demos testimonio fiel de la Vida que recibimos de Él.
Dentro de nuestras comunidades eclesiales, por consiguiente, todos tenemos que hacer el esfuerzo de hacer una verdadera conversión personal y pastoral que nos permita abrirnos a los demás y salgamos a buscar y acoger a quienes se encuentran alejados de la Iglesia. Tenemos que infundir esperanza y alegría, para que con gozo celebremos el misterio de la presencia del Señor en nuestras vidas, en nuestras comunidades y en general en nuestro Continente. Uruguay y toda América Latina y el Caribe deben sentirse orgullosos de su fe en Jesucristo y deben reconocer con gratitud y reforzar al mismo tiempo las raíces cristianas que sembraron los primeros evangelizadores.
El testimonio que debemos irradiar los discípulos misioneros de esta Iglesia que vive un espíritu nuevo, ha de llenar de esperanza a toda la Iglesia en esta querida tierra Uruguaya. Sin duda el reto fundamental que tenemos que afrontar es el de promover y formar discípulos de Jesucristo que sean auténticos misioneros que, como nos invitaban los obispos que se reunieron en Aparecida hace ya más de dos años, arraigados en la Palabra de Dios “respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo”.
Este desborde de gratitud y alegría no es otra cosa que la invitación a hacer realidad el “nuevo ardor” que pedía el papa Juan Pablo II para poner en marcha la nueva evangelización. Una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recta fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio.
Que esta peregrinación mariana y de manera especial esta celebración eucarística se conviertan en la oportunidad para sentirnos todos enviados a anunciar con gozo nuestra fe y a vivir dando testimonio de nuestro encuentro con el Señor, como lo hizo también la Santísima Virgen María. A ella podemos recurrir con confianza ya que es la perfecta discípula y modelo perenne de justicia y santidad.
Que la Virgen de los Treinta y Tres nos acompañe y proteja siempre.
+ Octavio Ruiz Arenas
Arzobispo Vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina
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