domingo, 21 de febrero de 2010
Reunión de la Vicaría Pastoral de Melo
Ayer y hoy se reunió la Vicaría Pastoral de la Diócesis de Melo. Con la presencia del Vicario Pastoral, P. Lucas, y el Obispo, Mons. Heriberto, el equipo trabajó durante las dos jornadas profundizando en el tema de "la Comunión y la Misión en la Iglesia", a partir de Redemptoris Missio de Juan Pablo II y el Documento Conclusivo de la Conferencia General de Aparecida.
Asimismo, se establecieron algunos criterios para la evaluación del Plan Pastoral Diocesano 2005-2010, que está llegando a su conclusión, y para la elaboración de un nuevo proyecto diocesano, que apunta hacia un Novenario de años a culminar en 2019.
El Obispo presentó su iniciativa para tomar como referencia el año 2019, centenario de la llegada del primer obispo diocesano a Melo, Mons. Marcos Semería y, por tanto, efectivo comienzo de la vida diocesana. La diócesis, al igual que la de Salto, fue creada por el Papa León XIII en 1897, pero las circunstancias politicas de la época impidieron el nombramiento de los obispos hasta que en 1919, la separación constitucional de la Iglesia y el Estado uruguayo levantó todas las trabas. La celebración de ese centenario, subrayó el Obispo, no tiene como objetivo un mero ejercicio de memoria, sino una profundización en la identidad de la Iglesia Diocesana, identidad que se construye en la comunión y la misión.
En su homilía de esta mañana, el Obispo recordó el caminar del Pueblo de Dios en el desierto, lugar de la prueba y de la revelación de Dios.
Mons. Bodeant señaló que la misión fundamental de los organismos de la Iglesia (consejos pastorales parroquiales, consejo pastoral diocesano, vicaría pastoral) es el servicio a la Comunion y a la Misión de la Iglesia diocesana.
El caminar de la Iglesia, un caminar del cual la travesía del Pueblo de Dios por el desierto (relatada en los libros del Éxodo y del Deuteronomio) es una anticipación simbólica, tiene sus peligros y tiene también sus puntos de apoyo.
El Obispo señaló como peligros la dispersión, es decir, el dejar de caminar unidos, para emprender la marcha por separado, en forma paralela. Esa actitud puede llevar al extremo de la disgregación de una comunidad, de un grupo y, más aún, a la ruptura, el doloroso abandono, no sólo de los vínculos con la comunidad, sino también de una forma cristiana de vida.
Por otra parte, una comunidad camina en comunión cuando sus miembros comparten la misma identidad y se reconocen mutuamente como miembros de la comunidad. Jesús dio a sus discípulos una identidad: la de seguidores suyos. El grupo de los Doce estuvo marcado por la diversidad, pero la unidad fue construida a partir del encuentro con Jesús y el seguimiento del Maestro en su misión, el anuncio del Reino de Dios. El mutuo reconocimiento lleva a que los miembros de la comunidad se ayuden unos a otros a llevar sus cargas (San Pablo, en Gálatas 6,2: "Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas y cumplan así la ley de Cristo"), aliviando así mutuamente las dificultades del camino. Finalmente, la marcha de la Iglesia es una marcha en caravana. La caravana no puede ir de prisa: va al paso del más débil. Eso es lo que le sucedió a Artigas al retirarse del sitio de Montevideo (1811). El acontecimiento que Juan Zorrilla de San Martín llamó "el éxodo del Pueblo Oriental" significó un inesperado inconveniente: ese pueblo que quería unirse a su marcha lo retrasaba. Artigas debió aceptar ser "conducido" por aquella comunidad que comenzaba a adquirir una identidad y que veía en él la expresión de la misma, y así terminó por aceptarlo. De la misma forma, la comunidad cristiana camina hacia la meta: la Vida Plena, la Pascua, el Reino de Dios, procurando que nadie quede atrás, reuniendo a los que se dispersan, incorporando a los que quieran unirse a la marcha.
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