domingo, 21 de octubre de 2012

Fiesta Diocesana de Melo, inicio del Año de la Fe


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"Feliz de ti que has creído"

Homilía de Mons. Heriberto en la fiesta diocesana

Queridas hermanas, queridos hermanos, Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres.

Venidos de todos los rincones de la Diócesis de Melo, estamos reunidos para celebrar a nuestra Patrona Diocesana, la Virgen del Pilar.

Este es también el día de las Misiones, aunque en nuestras parroquias se lo tendrá más presente el próximo domingo. Por eso, junto al recuerdo agradecido por tantos misioneros y misioneras que han pasado o que están aún entre nosotros, quiero dar un valor especial al saludo que nos llega desde Sao Gabriel do Cachoeira, Brasil, del P. Jorge Osorio; el que nos llega desde Santiago de Cuba, de Mons. Luis del Castillo; y desde Francia, del P. Lucas.

El otro saludo, muy cálido y cariñoso, desde Italia, es el de Mons. Roberto Cáceres, que acaba de vivir un momento enormemente emotivo para él y muy grato para nosotros, como ha sido poder celebrar el cincuentenario del Concilio Vaticano II, del cual él participó íntegra y activamente.

El domingo pasado estuve celebrando a la Virgen del Pilar, en una capilla de nuestra diócesis que también la tiene como patrona: en los “pagos lindos”, “los de la 5ª sección” de Treinta y Tres: Isla Patrulla.
Allí, al terminar la Misa, se me acercó una mamá con dos hijas pequeñas, para que yo las bendijera. Les pregunté su nombre. La segunda se llama Abigaíl. A simple vista se nota que Abigaíl tiene algunos problemas: un ojito desviado, pero, sobre todo, un cuerpo que estaba flojo, como sí tuviera alguna especie de atrofia muscular.
En la fiesta que vino después le pregunté a la mamá qué tenía la niña. Me contó que había sido un problema en el parto – no bien atendido –. Abigaíl había pasado cierto tiempo sin respirar, y eso le produjo una lesión cerebral y de ahí sus trastornos.
También me contó que le habían dado a lo sumo un mes de vida y que ahora tenía cinco años. Las palabras de esta mamá, que yo hubiera querido atesorar una a una, pero que le salían del corazón como un torrente imparable, me hablaron de su amor por su hija y de su lucha por sacarla adelante. Todo esto sin quejas, sin amarguras y trasmitiendo la profunda convicción de que esa niñita, con sus capacidades disminuidas, no había hecho disminuir sino acrecentar el valor que ella tiene para su madre y el amor que le tiene. Y de repente, me quedaron estas palabras que ella dijo: “no hay nada más fuerte que la fe de una madre”.

Este testimonio de la mamá de Abigaíl me quedó resonando en estos días. “No hay nada más fuerte que la fe de una madre”. ¡Y qué fuerte que es el amor de una madre, dispuesta a trasmitir la vida y a pelear por la vida de sus hijos, contra todas las fuerzas que quieran arrebatárselos!
Uno no puede sentir menos que un gran contraste entre esa convicción y ese amor de una mamá y la ley aprobada esta semana, que algunos consideran “un progreso”. Esto confirma nuestra fe en el Dios de la Vida, en el Dios que ha enviado a su Hijo para que tengamos Vida en abundancia. Anima para que sigamos peleando por la vida, por la vida digna para toda persona, desde su concepción hasta su fin natural; pero, en el medio, una vida en la que pueda crecer y desarrollar sus capacidades y sus diferentes dimensiones, sin olvidar la dimensión espiritual, allí donde se vive la fe, que unifica y da sentido a toda la vida.

Con esta fiesta iniciamos en nuestra Diócesis el Año de la Fe, al que nos ha convocado Benedicto XVI.
Y de la fe de esa mamá de la 5ª sección de Treinta y Tres, nos vamos a la fe de otra madre, allá por la “5ª sección” de Galilea, en el pueblo de Nazaret, otros “pagos lindos”.
Nos vamos al encuentro de María, a la que vemos peregrinar, como nosotros lo hacemos hoy, desde Galilea hasta la montaña de Judá, para visitar y ayudar a su prima Isabel. María lleva en su seno al hijo de Dios. Isabel, más avanzada en su embarazo, lleva en su seno al hijo de Zacarías, que Dios les ha dado en su vejez, a Juan el Bautista.

Vamos a detenernos en las palabras de Isabel a María. Estas palabras no son un simple y casual saludo: San Lucas nos manifiesta que Isabel las pronuncia “llena del Espíritu Santo”. Y esas palabras son: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
“Feliz de ti por haber creído”. María, mujer de fe. “No hay nada más fuerte que la fe de una madre”. ¡Qué bien caben estas palabras para María! En su carta “La Puerta de la Fe”, que iremos meditando en este año, el Papa Benedicto nos habla de la fe de María:

“Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38).
En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55).
Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7).
Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15).
Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27).
Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).” (PF 12)

Contemplando ese camino de fe de María, así resumido por el Santo Padre, no nos olvidamos de la prueba que significó para ella cada uno de esos momentos.
Por eso el Papa subraya que ella lo vivió todo por la fe y en la fe. Por eso podemos decirle, con Santa Isabel: “Feliz de ti que has creído”.
Por eso también contemplamos a María como modelo de los creyentes, modelo de los discípulos misioneros, es decir, de “los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”, los mismos que Jesús proclamó “Felices”: “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11,28).
Como nos lo recuerda el Concilio Vaticano II, en María encontramos el modelo perfecto no sólo de la fe, sino también “de la caridad y de la unión perfecta con Cristo” (LG 63).  En ella está realizado lo que cada uno de los cristianos estamos llamados a ser.
En ella encontramos el modelo de la Iglesia, el modelo de la Iglesia Católica y el modelo para nuestra Diócesis: contemplando a aquélla que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo, hacer que nazca y crezca Cristo en las almas de los fieles (cfr. LG 65) a través de la vida de oración y de servicio.

Sigamos contemplando a María a lo largo de este año de la fe, para crecer juntos en nuestra experiencia de encuentro con Jesucristo vivo; para hacer memoria de la historia de nuestra fe, con gratitud por el testimonio recibido de tantos hermanos y hermanas, laicos y laicas, religiosas, sacerdotes; para buscar cada día confirmar, comprender y profundizar los contenidos de nuestra fe para “dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado” (PF 4).

Recibiendo en cada una de las parroquias, a su turno, la Cruz que peregrinará hasta nuestra fiesta diocesana de 2013, crezcamos en nuestra escucha y nuestra práctica de la Palabra de Dios, de modo que también nosotros podamos escuchar las palabras que Isabel, llena del Espíritu Santo dirigió a María: “¡Iglesia diocesana, feliz de ti que has creído!”. Así sea.

1 comentario:

Beatriz Methol dijo...

Excelente Homilia, gracias Monseñor por sus palabras.