miércoles, 3 de octubre de 2012

Presentación de "Levadura, fuego y sal. Una historia de la Iglesia en el Uruguay en el testimonio de Mons. Roberto Cáceres" en la 35ª Feria Internacional del Libro, Montevideo


Con el auspicio de Paulinas, en el marco de la Feria Internacional del Libro, y en vísperas de la partida a Roma de Mons. Cáceres para participar en las celebraciones del cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II y comienzo del Año de la Fe, fue presentado el libro de memorias de Mons. Cáceres, recogido en forma de reportaje por el Dr. Tomás Sansón Corbo. En la presentación participaron la editora, Laura Álvarez Goyoaga, el autor, el Embajador Mario Cayota, Mons. Heriberto y el propio Mons. Roberto.

Mons. Heriberto Bodeant



Dentro de pocos días, el jueves 11, se cumplirán 50 años de la inauguración del Concilio Vaticano II. Fue un gran acontecimiento en la vida de la Iglesia Católica que no sólo determinó importantes cambios en su interior sino que inició una nueva etapa de relacionamiento Iglesia mundo, abriendo caminos de diálogo, colaboración y servicio.
En ese día del año 1962, Mons. Roberto Cáceres, con 41 años de edad y apenas siete meses de haber sido ordenado Obispo para la Diócesis de Melo, comenzaba una aventura que lo marcó profundamente. Él es, hoy, uno de los últimos obispos que participaron de las cuatro sesiones del Vaticano II, que se extendieron hasta diciembre de 1965.
Recordando aquellos años fermentales, Mons. Roberto nos dice: “yo ni me imaginaba lo que iba a ser el Concilio. Llevaba poca experiencia de obispo, mucha experiencia de párroco, de pastoral, pero ese contacto tan fraterno de todos los obispos era conmovedor. Lo sustancial es que el Concilio me ha hecho y me sigue haciendo.”
El Concilio, recordemos, había sido convocado por el Papa Juan XXIII. Elegido como “un Papa de transición”, para suceder a una figura tan descollante como había sido Pío XII, este Obispo de origen campesino sorprendió con su decisión de “abrir la ventana para que entre aire fresco” y convocó a Roma a todos los Obispos del mundo para un aggiornamento, una “puesta al día” de la Iglesia.
Con él se llevó adelante la primera sesión del Concilio. A su muerte, fue el Papa Pablo VI quien dio continuidad y conclusión al empeño, convocando a tres sesiones más.
Mons. Roberto nos asegura que el Concilio lo ha formado como Obispo y lo ha seguido formando, y quienes lean este testimonio recogido por Tomás Sansón podrán constatarlo. Pero hay también una especial sintonía con el Papa que convocó el Concilio, con Juan XXIII, “el Papa bueno”. La carta encíclica Pacem in Terris, “Paz en la Tierra”, publicada en 1963, poco antes de su muerte, es un verdadero testamento espiritual que se dirige no sólo a los católicos sino “a todos los hombres de buena voluntad”. El Papa resalta la alta dignidad de toda persona humana, sus derechos y deberes. Contempla los acontecimientos de aquellos años buscando los “signos de los tiempos” de que habla el Evangelio y discerniendo los valores que hablan de presencia de Dios. Plantea principios para el diálogo y la colaboración aún entre aquellos que no comparten las mismas creencias o principios filosóficos. Pacem in Terris refleja una actitud de apertura al mundo, de interés por la vida humana, de búsqueda del bien común y de los caminos de reencuentro de una humanidad entonces dividida en dos bloques armados bajo la amenaza de una guerra de destrucción total.
Bajando a la pequeña escala de una Diócesis del interior del Uruguay, a través de este libro uno encuentra al “Obispo bueno”, atento no sólo a lo que sucede a los fieles de su Iglesia, sino al bien del conjunto de la sociedad, con la que se relaciona e interactúa. Son muchos los reconocimientos que Mons. Roberto ha recibido y sigue recibiendo como “ciudadano ilustre”, que él acepta con toda sencillez, atribuyéndolos sólo al mérito “de haber durado”. Que ha “durado”, como él dice, está a la vista. Pero en el Evangelio de San Juan hay una palabra de Jesús que lo expresa mejor: “permanecer”. No se trata de durar, sino de “permanecer” en la unión con él, permanecer en su amor. Este libro es una forma de reconocimiento y gratitud por la presencia de Mons. Roberto entre nosotros, en la que siempre ha permanecido en el amor de Jesús y en el amor por su gente.

Dr. Tomás Sansón Corbo



Buenas tardes a todos y gracias por acompañarnos en esta tarde tan especial, tan íntima, donde estamos compartiendo la vida de un personaje entrañable para la Iglesia de Melo y la Iglesia en Uruguay como es Don Roberto Cáceres.

En un momento alguien me preguntó por qué se me había ocurrido hacerle una entrevista a Mons. Roberto y hay dos motivos fundamentales: uno tenía que ver con la permanencia de Mons. Roberto, ya que 34 años al frente de una Diócesis es todo un récord en la historia de la Iglesia uruguaya; en segundo lugar, me interesaba rescatar su testimonio como padre Conciliar como uno de los pocos obispos uruguayos que en 1995 permanecían vivos; hoy es el único. Esa era mi intención en el año 95 cuando llegué a Melo. Le comuniqué a Monseñor mi propósito de hacer la entrevista y me dijo que sí, que encantado… y durante 14 años estuvimos atrás de la entrevista. Se hizo desear bastante por distintos motivos pero finalmente concedió la entrevista y salió el libro.

¿Con qué se va a encontrar el lector de este libro? Con una historia de vida que se transforma en historia de una institución, la historia de un clérigo que fue protagonista de años y etapas cruciales de la historia de la Iglesia en Uruguay. Y si hablamos de una historia de vida, de la Iglesia, también hablamos de un fragmento importante de la historia del Uruguay, de la cultura y la sociedad uruguaya.

El lector en las páginas del libro va a encontrar la situación de la Iglesia en el pre concilio, fundamentalmente del año 21 (cuando nace Monseñor Cáceres) al 62 (en que se inicia el Concilio). Va a ver una Iglesia replegada sobre sí misma, que surge después de un largo proceso de 50 años de secularización, que nace en 1918 con la Constitución que separa de manera tajante las relaciones Iglesia-Estado. El lector va a conocer las estructuras de esa Iglesia a través de la formación de un seminarista y de la vida y acción de un Párroco fundamentalmente en la Cruz de Carrasco. El lector también se va a encontrar con ese acontecimiento tan importante que fue el Concilio Vaticano II y para subrayar su importancia un dato: en toda la historia del cristianismo solamente se realizaron 20 concilios ecuménicos; uno fue el Vaticano II, el último, que tuvo como protagonista a Mons. Roberto.

El lector va a encontrar las tendencias en pugna dentro del Concilio, lo que de manera un tanto esquemática se tilda de “conservadores” y “progresistas”; va a encontrar los alineamientos de los Obispos uruguayos en la interna del Concilio y, posteriormente, la aplicación de las normas conciliares en la Iglesia nacional uruguaya. También va a encontrar una referencia bien interesante de aquel magno acontecimiento que fue la Conferencia de Medellín donde se intentó  “traducir” el Vaticano II en la realidad Latinoamericana. Pero llegan los años cruciales de la década del 70 y 80 y vamos a ver la gestión de un obispo en una diócesis pequeña, del interior, al servicio de su pueblo, protegiendo a sus sacerdotes y a su pueblo en las relaciones tan difíciles con el estado de la época. También se van a encontrar con una hermosísima crónica de la venida de Juan Pablo II al Uruguay y de relatos que no salieron en la prensa como alguna anécdota que provocó que algún jerarca del Vaticano lo rezongara a Mons. Roberto… Todo esto va a encontrar el lector en estas páginas. Se trata de un trabajo realizado en el contexto de lo que metodológicamente llamamos la historia oral, una larga entrevista, pero también hay exhumación de documentos, transcripciones documentales que ilustran de toda esta vida, hay síntesis de carácter histórico que le permiten al lector entender la sociedad en la que Monseñor Cáceres actuó. Una historia riquísima, bien interesante. Tengan en cuenta ustedes que Monseñor Cáceres, por ejemplo, fue monaguillo, nada más ni nada menos, que de Mons. Carlos Parteli. Un joven cura de Florida que tuvo un niño como monaguillo, que era Mons. Carlos Parteli, desde ahí hasta acá piensen en la riqueza enorme del testimonio de esta verdadera joya de la  Iglesia uruguaya que es Don Roberto. Muchas gracias.

Embajador Mario Cayota



A pesar de que llueva, buenas tardes y paz y bien. En ocasiones, al presentar un libro, surge una dificultad para el presentador y es que el libro no tiene mucho para comentar; en este caso, yo tengo la misma dificultad pero totalmente al revés, porque tendría muchísimo para comentar, porque es un libro de gran riqueza por su autor y por quién es su protagonista.
Yo diría, en primer término, que es un libro polifónico. Porque su autor Tomás Sansón Corbo, un calificado historiador y un excelente escritor, recoge la voz –obviamente– de su principal protagonista, nuestro queridísimo Mons. Roberto Cáceres, pero también el testimonio de no pocas personas, sacerdotes y laicos, que han sido sus colaboradores o simplemente lo conocieron y trataron. A estas voces se suma la del propio autor del libro que aporta esclarecedoreas informaciones que ubican al lector en la no siempre conocida histora de la Iglesia católica uruguaya. De este modo, entonces, se logra dibujar un gran friso historiográfico de atrayente colorido y también de amenidad y en esta pintura aparece como figura de gran relieve más allá de que a él por su humildad no le gusta y no quiera reconocerlo, este obispo de Melo, Y aquí, apareció otro mérito del autor del libro, generalmente en el papel escrito es muy difícil trasladar a la pluma, sin apagarlo, el perfil vital del personaje. En el libro de Tomás Sansón se ha conseguido pintar a Mons. Roberto Cáceres tal cual es, con su cordialidad, su campechanía, su alegría, su espontánea frescura casi juvenil (yo le sacaría el casi). Podríamos decir que al leer este libro ustedes van a tener la experiencia de que Don Roberto se les haga presente, que entre en sus vidas, que esté tan vivo como hoy aquí lo tenemos sentado y en frente a ustedes. No es poco mérito, sobre todo tratándose de una persona tan vital como nuestro Monseñor.

Y ya que hablamos de vida ¿qué podemos decir de la vida casi centenaria de Monseñor Cáceres? Imposible un desarrollo exhaustivo de esta tan rica biografía existencial.
Me gustaría resaltar algunos aspectos esenciales de esta larga vida. Estoy convencido -y ustedes van a compartir este convencimiento- que don Roberto es un gran maestro. Pero su magisterio, y perdónenme el avisito comercial, como el de San Francisco de Asís, es a través de su vida. Todos sus libros son de discípulos, sólo dos o tres cositas nada más escribió San Francisco de Asís; sin embargo, qué magisterio, qué lecciones y qué teología hay detrás. Lo mismo a través de la vida de Don Roberto. Don Roberto también ha dicho cosas importantes, adelantándose al Concilio pero, sobre todo, hay que mirarlo en su vida, en sus hechos, como a Jesús.
¿Y su vida qué nos enseña? Yo sólo puedo señalar algunas de las muchas lecciones que nos ofrece.
La primera: su esperanza. Don Roberto no es un profeta de calamidades. Y siguiendo a San Pablo cuando en la Epístola a los Corintios nos dice “examínenlo todo y quédense con lo bueno” también pensemos en los tiempos de San Pablo -no creo que fueran mucho mejores que los de hoy- y Monseñor siempre descubrió lo bueno aún en lo que aparentemente sería más sombrío o podría ser más sombrío, hasta en los informativos. O sea aquello de lo que hablaban los santos padres, las semillas del Verbo esparcidas en el mundo y que de alguna manera nosotros debemos saber descubrir.

Aquí se ha hablado también de aquel Papa Bueno, Juan XXIII, que hablaba justamente de descubrir los “signos de los tiempos”. Entonces, el optimismo de Mons. Cáceres ¿en qué está basado? Estoy convencido de que está basado en la virtud teologal de la esperanza que además es contagiosa, lo mismo que su alegría: “feliz esperanza”, decía San Pablo. Él sabe, como decía San Francisco de Sales, que un santo triste es un triste santo. Entonces: esperanza, alegría, libertad; hasta en los detalles. Según cuenta y espero que se me entienda bien, respetándola mucho y queriéndola mucho, no tuvo ningún ningún problema en dejar de vestirse con sotana. Pero no se crea que Monseñor Cáceres es persona de radicalismos intransigentes. En el libro que comentamos se narran episodios que aluden a distintas posiciones cuando se celebró el Concilio Vaticano II y Monseñor lo hace con gran respeto y consideración hacia todas ellas, aún cuando él no era indiferente a lo que se debatía. Él vive en la esperanza pero también en la caridad y supo y sabe que se debe a todos. Lo mismo puede afirmarse en cuanto a la época difícil dictatorial donde supo estar siempre animado por el espíritu al que aludimos, muy cercano a su pueblo y a sus sacerdotes, aún con aquellos que eran perseguidos y eso sin partidizarse. Su amor a Dios lo ha llevado a amar a su prójimo pero ello de una manera muy concreta, a quien está a su lado, por eso es un hombre de cercanías. Hoy es común hablar de inculturación, Don Roberto desde su cercanía con el prójimo lo logró desde siempre y un instrumento de los que se sirvió para acercarse y evangelizar al otro fue, al igual que San Francisco Solano con su violín, su famoso acordeón.
Podemos decir que en muchos aspectos fue un verdadero precursor del Concilio Vaticano II. Pensemos, para no mencionar, los profundos contenidos teológicos conciliares a los que adhirió e incluso vivió hasta antes del Concilio, a la importancia que el Concilio otorgara a los medios de comunicación.
¡Quién no recuerda el programa radial en la época que no había TV y en el que Mons. Cáceres, por entonces P. Cáceres, hacía el papel de “Padre Vicente”! programa escuchadísimo dirigido por el experto publicista de origen judío convertido al catolicismo, Mario Kaplum, que era conocido como Mario César.

Esperanza, caridad pero también fe, mucha fe, porque es una de las cosas que caracterizan a Monseñor Cáceres. Por vivir esta fe es que Don Roberto pudo evangelizar como lo hizo en su labor como Párroco en la Cruz de Carrasco -no me olvido de Paso Molino- pasando por el Obispado de Melo hasta llegar hasta hoy, en que nos sigue evangelizando y enseñando sobre todo con su vida, siempre con su vida y, obviamente, aquí hay un secreto: se nutre de la oración y del encuentro con el Señor Jesús. Muchas gracias.

Mons. Roberto Cáceres



Quisiera preguntarles si pueden ponerse en mi lugar, después de todas las cosas que he estado escuchando… Lo he hecho con mucha atención para saber cómo debo ser, cómo debo procurar ser y al final de lo que han dicho Mario, nuestro Obispo y el autor del libro, decir “que así sea”, desear que así sea.

Uno recibe todo esto valorando el afecto de la gente, lo buena que es la gente, confirmando una convicción muy honda que tengo de la bondad de la persona humana. Y al mismo tiempo, de buscar el bien en todos los acontecimientos. Se me ha ocurrido y esto es una cosa casi novedosa para mí, quizás no lo sea para Mario y los historiadores, que si los primeros cristianos orientaron sus comunidades hacia occidente, hacia Roma, fue por ver o intuir las raíces del derecho romano, es decir nemo malus , ninguno es malo a no ser que se pruebe. Partir de la base de la bondad, aquí lo que vemos es que estamos henchidos de bondad, de amor (que es negación de muerte). No voy a hablar de la muerte como hablé en otro momento en Melo; creo, porque éste es el tercer encuentro que tenemos a raíz de mis 50 años de durar como Obispo y de los 50 años del Concilio. Hablamos de la muerte porque en la entrevista con nuestro escritor Tomás Sansón en el último capítulo esta historia termina con una señal de suspenso, como San Juan Bautista: no “¿qué será de este niño?” sino qué será de este viejo. Todavía una interrogante.

Se ha dicho cosas tan lindas, que comparto. Otras, no tanto, como en el video, cuando se habla de la dignidad episcopal. No. Hay que subrayar que la única dignidad es ser persona humana. Haber estado desde siempre en la mente de Dios como dice Jeremías “con amor eterno te amé”, y lo de Juan “Dios nos amó primero”. Hay una prioridad. Y aquí nadie, yo tampoco, nos echemos atrás. Todo lo que se ha dicho se podrá aplicar a cada uno de ustedes. Que no se lo digan o no se los tenga en cuenta o se pase como uno de tantos es una cosa; pero a Dios no se le pasa nada, Dios tiene todo medido, calibrado, y tenemos que sentir esta dignidad honda de que estuvimos y estamos desde siempre en la mente de Dios y Dios nos amó primero. Pero tanto nos amó que lo dice también San Juan “Dios amó tanto al mundo que nos envió a su Hijo”.

Los Obispos me invitaron para que les diera el retiro a raíz de mis 50 años de Obispo. Accedí con mucho gusto y ¿qué hice? Fui narrando -lo intenté al menos- las etapas donde Dios me fue abriendo el camino en cada una de ellas. Desde que entro al seminario, grandes educadores: los padres jesuitas que nos dieron todo lo que les habían dado a ellos. No se guardaron nada, Un padre Pesceto, un padre espiritual de excepción; Juan Faustino Sallaberry, que nos tenía con sus legajos inmensos sobre nuestro primer Obispo Jacinto Vera y siguiendo luego los Párrocos que tuve: el P. Limas en Canelones, el P. Oscar Andrade en el Paso del Molino, luego la Parroquia que me tocó en suerte, La Cruz de Carrasco, que fundé -fui el primer Párroco-. El contacto con la gente, espontáneo, no buscado, necesario, porque no tenía casa parroquial y lo que tenía y me ofrecieron y lo acepté con gusto, fue la casa del sereno de la cadena Calcagno y ahí estuve un tiempo. Me dormí, recuerdo el día de Pascua, me vinieron a golpear la puerta, una vergüenza tremenda. Después al no tener casa, a comer en el lugar donde iban todas las personas que no tenían familia, en lo de Agazzi… y eso que pareció inicialmente una carencia, fue un logro providencial inmenso. Estar en contacto tan cercano, tan familiar con todas las personas del barrio, la gente que venía al almacén. Nunca olvido que alguien tuvo unas palabras demasiado fuertes y él le dijo “no digas eso que está el Padre” y salió uno y le dijo “cómo que está el Padre: está mi madre”. Me gustó esa actitud.

Después de once años en la Cruz de Carrasco yo ya sabía que me iban a cambiar, pero no pensaba en el Obispado. Me habían ofrecido volver de Párroco al Paso del Molino, donde había sido teniente cura. No me sentía con fuerza de dejar aquella Parroquia. Cuando me nombraron para Melo pensaron que había dicho que no iba o postergaba lo del Paso del Molino porque ya sabía que iba para Melo y no era así, simplemente que estaba ya muy apegado a aquella gente, no era tanto el tiempo: once años, y una yapita me podrían dar. Y de ahí a Melo.

Y Melo enseguida me trajo el recuerdo del Congreso Eucarístico. Una ciudad que me impactó por el fervor con que en el año 44 celebró el Congreso Eucarístico. Una diócesis que también comprendía la ciudad de Treinta y Tres, muy mariana, entrañablemente fervorosa, y todo eso… Bueno, me despedí y comenzó una nueva etapa en mi vida de cercanía con la gente, no una cercanía forzada, sino normal, porque en realidad la gente se da cuenta cuando uno se hace el bueno. Uno tiene que ser bueno, tiene que transmitirlo, irradiarlo pero no con intencionalidad sino con sustancia interna, con vivencias internas.

Luego del Concilio, casi contemporáneamente, yo solía bromear diciendo que la Acción Católica me había succionado. Fui el asesor durante mi tiempo en Paso del Molino. Hasta había una muy perfecta organización en los cuadros de la Acción Católica. Cuando en el Concilio no se habla de la Acción Católica le digo a Mons. Baccino “qué extraño”, me dijo una frase que me quedó y la absorbí y la aplico: “la acción católica ya cumplió su vida útil”, como diciendo “a otra cosa”).

Del Concilio rescato, sobre todo, cosas muy simples, casi banales. En un borrador de la constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, en el primer capítulo, sobre la Iglesia, se da una visión muy genérica; en el segundo se trata de la Jerarquía, el Papa, los Obispos, los sacerdotes; en el tercer capítulo viene el Pueblo de Dios. Entonces se discute invertir el orden: en lugar de ser Jerarquía primero y el pueblo después, primero el Pueblo de Dios y después la Jerarquía, al servicio del Pueblo, como Jesús, quien, al fin y al cabo, se define con su preciosa palabra “He venido a servir y no a ser servido”. Se cambió y desde ese momento, el pueblo, la gente, sea quien sea, cristianos anónimos… ¡Cuánta iniciativa de cuño cristiano! Suelo decir: Jesús no pasó en vano por la historia, nos dejó una huella muy profunda, no la notamos; la tenemos que rescatar. Tenemos que decirle al niño, al joven, al hombre, al adulto: mira que lo que tú has propuesto, has hecho, mira que tu intención es cristiana; a veces se es naturalmente cristiano y al ser naturalmente cristiano se es cristiano.

El otro cambio fue la Gaudium et Spes que es la Constitución Dogmática sobre la presencia de la Iglesia en el mundo: impregnar el mundo, saturarlo de cristianismo, de procedimientos de Jesús; actuar como Jesús hubiera actuado en nuestro lugar. Se pensaba como normalmente nos pasa… primero lo negativo. El borrador empezaba con los problemas, las tribulaciones, las amarguras. Se discute y se decide: vamos a comenzar por la alegría de vivir. Ese canto tan lindo “cantando la alegría de vivir…” Sea como sea, claro es mejor vivir con lo necesario; pero si me falta salud no por eso soy un minusválido, soy persona humana y toda persona humana es imagen de Dios y toda persona humana es hijo de Dios, toda. Nadie viene clandestinamente, nadie se le escapa a Dios, si vivo es porque Dios me amó primero y me sigue amando y me sigue queriendo y quiere mi salvación y la del otro.

Gaudium es la alegría de esperar. La esperanza no se inventa, se lleva. ¿Qué es la fe? es la virtud teologal de esperar que Dios no nos va a escamotear la eternidad, el pensamiento; el alma no muere, lo físico sí vuelve a la tierra, pero ¡cuidado! que creemos en la resurrección de la carne, que ese cuerpo que acompañó el alma, que se sometió a sus dictados de libertad, porque en el alma reside la libertad. Ese cuerpo al que domamos, imponemos nuestro deseo, nuestro pensamiento, nuestra conducta, es imposible que sea el alma que piensa, que ama, que anhela, que se convierte, que es sede  la libertad, el alma no muere.

Y si muere el cuerpo es esperando la resurrección en el Ultimo Día en que todos con Cristo resucitaremos. Por eso San Pablo -primero Oseas en el Antiguo Testamento- dice “muerte, dónde está tu victoria”… y con Cristo morimos, con Cristo resucitaremos, creemos en la resurección de la carne en la victoria de Jesús en todos nosotros. Por eso nos bautizamos.

Gaudium et spes, la alegría de vivir y la esperanza de no morir eternamente, de vivir junto a Dios y todos, por eso nos respetamos y nos queremos en la gran familia del cielo. Comencemos el ensayo de una vida que esperamos que sea gaudium y que sea eterna. Amén


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