miércoles, 14 de noviembre de 2018

Pasarán el cielo y la tierra, pero mis palabras no pasarán (Mc 13,24-32)







El adjetivo “apocalíptico” evoca visiones terroríficas. El libro del Apocalipsis, el último de la Biblia, está lleno de esas imágenes. La forma en que está escrito podría ser el guion para un videoclip, donde las imágenes se suceden rápidamente, superponiéndose, fusionándose o transformándose unas en otras.

Pero el significado original de Apocalipsis no es ése. Apocalipsis es una palabra griega que significa revelación. Un acto a través del cual se descorre un velo y queda a la vista lo que estaba escondido detrás.

El Apocalipsis de la Biblia fue escrito como un mensaje de consuelo o, más aún, de consolación, que no es simplemente decirle a alguien que está sufriendo “no llores” y darle unas palmaditas en la espalda. La consolación es el consuelo profundo, que restablece, que devuelve las fuerzas, que reabre la esperanza, que hace posible la alegría aún en medio de las dificultades y el dolor. La consolación espiritual, en última instancia, viene de la experiencia de encuentro con Jesús resucitado.

El Apocalipsis se escribió en tiempos en que los cristianos se enfrentaban a pruebas muy duras, especialmente la persecución; posiblemente la del emperador Domiciano, a fines del siglo primero.

El mensaje se podría sintetizar así: “esto es lo que aparece; es terrible; es el mal extendido y aparentemente triunfante por todas partes; pero escondida detrás está la realidad definitiva: el triunfo del bien y de la vida; la victoria de Dios”. Realidad que se revela para nosotros, para renovar y fortalecer la gran esperanza, sin que nada ni nadie nos pueda arrebatar nuestra alegría.

El libro del Apocalipsis no es el único en su género literario. Hay toda una literatura apocalíptica dentro y también fuera de la Biblia. En las lecturas de este domingo tenemos dos ejemplos: el libro de Daniel, el escrito apocalíptico más antiguo de la Biblia y este pasaje del evangelio de Marcos, escrito en ese estilo. Dice Jesús:
En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.
Son señales cósmicas impresionantes. No se mencionan persecuciones, pero estaban ocurriendo en el momento en que se redacta el evangelio de Marcos. Posiblemente la del Emperador Nerón, en el año 64, en la que, según la tradición, fueron mártires san Pedro y san Pablo.

A continuación de las señales en el cielo, Jesús anuncia lo más importante:
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Es el anuncio de la segunda venida de Cristo en la Gloria, al final de los tiempos, para reunir a los suyos. En otros pasajes se anuncia también que esa venida traerá el juicio final, como lo decimos en el Credo:
“De nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”.
Jesús termina su anuncio con una promesa:
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
La palabra de Jesús, aunque esté dicha en un lenguaje humano, no es meramente palabra humana. Es Palabra divina, que hace realidad lo que dice. Dios no promete en vano. Realiza lo que promete.

Segunda venida de Cristo, juicio final, fin de la historia… ¿Cuándo sucederá todo eso? Los primeros cristianos veían ese fin inminente; tanto, que san Pablo tuvo que llamarles la atención a algunos que hasta habían dejado de trabajar, porque ya se acababa el mundo.

Poco a poco se fue comprendiendo que ese final podía tardar y entonces se nos invita a mantener una actitud vigilante. La parábola de las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes necias es un ejemplo de esto. Las prudentes se preparan para una espera larga, y se proveen de aceite para que no se apaguen sus lámparas y recibir con sus lámparas encendidas al Señor que llega finalmente.

A lo largo de los siglos, muchas veces se ha pretendido establecer y anunciar una fecha de esta segunda venida de Cristo. Pero no olvidemos lo que también dice Jesús:
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo; nadie, sino el Padre.
No sabemos pues, ni el día ni la hora para ese fin del mundo; pero tampoco sabemos el día ni la hora del final de nuestra propia vida. Por eso, en el Evangelio “velar”, “vigilar”, “estar atento” son actitudes importantes. Es mirar qué estamos haciendo con nuestra propia vida, porque más temprano o más tarde tendremos que presentarnos ante el Señor y dar cuenta de nuestros actos.

Y en ese ver qué es lo que hacemos, recordemos que este domingo se celebra la jornada mundial de los pobres, instituida por el Papa Francisco. Con el telón de fondo de las palabras de Jesús, atendamos al llamado del Santo Padre para que imitemos a Dios que escucha el grito del pobre, que le responde con su amor y que lo libera de las cadenas de la pobreza y la injusticia.

No hay comentarios: