“Creo en un solo Dios”.
Así comienza el credo de nuestra fe. Un solo Dios, un Dios único. Pero a medida que avanzamos en las palabras del credo, al nombrar las tres personas de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, podemos decir, como reza una antigua profesión de fe: sí,
“Dios es único, pero no solitario” (Fe de Dámaso, siglo VI)
«Dios es amor» (1 Juan 4,8)
como dice la primera carta de Juan.
“Dios es amor”, nos recordaba el papa Benedicto XVI en su primera encíclica y en ella nos traía esta significativa cita de san Agustín:
«Ves la Trinidad si ves el amor» (De Trinitate, VIII, 8, 12).Pero para ver el amor… hay que amar. San Agustín se explica de esta manera:
“… la razón de no ver a Dios es porque no se ama al hermano. Quien no ama a su hermano no está en caridad, y quien no está en caridad no está en Dios, porque Dios es amor” (De Trinitate, VIII, 8, 12).La Trinidad significa que Dios no es un dios que se mira y gira en torno a sí mismo, un dios que hace alardes de poder y de gloria, un Narciso que solo mira su imagen en el espejo.
Nada de eso. La Trinidad nos revela un Dios que se da, que se da a sí mismo. En la Trinidad el Padre se da al Hijo y el Hijo se da al Padre, abrazándose en el Espíritu.
La Trinidad nos abre el corazón de Dios.
Dios viene a nosotros como amor. Nos toca con su amor. Nos hace capaces de amar.
Y no podemos responderle de otra forma que con nuestro amor. Amándolo a él y al prójimo.
Si Dios es amor, amor que se da, no podemos responderle sino dándonos a él y a nuestro prójimo.
Padre, Hijo y Espíritu son una comunidad de amor, son familia.
Esa familia no es una isla. No está cerrada ni encerrada en sí misma.
Nosotros, creaturas humanas, junto con el resto de la Creación, nacemos de ese amor de Dios que se da, que ama llamando a nuevos seres a la existencia, a la vida.
De una manera muy bonita lo expresa la canción del Padre Julián Zini:
“es que Dios es Dios familia; Dios Amor, Dios Trinidad;
de tal palo, tal astilla: somos su comunidad”.
La familia de Dios, la comunidad trinitaria se abre y nos hace lugar, nos ofrece participar de su vida de amor, como hijos e hijas.
El Padre nos ha creado: somos sus criaturas; el Hijo, por su encarnación, se ha hecho nuestro hermano y nos ha redimido. Es por medio de nuestra unión con Cristo que llegamos a ser hijos e hijas de Dios, “hijos en el Hijo”.
Sentirse hijos de Dios es una experiencia del Espíritu. San Pablo nos dice que es el Espíritu Santo el que
“nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!” (Romanos 8,14-17)“Abba” es la palabra que emplea Jesús para dirigirse a su Padre, la forma cariñosa con que un niño llama a su padre: papá, papito, papi.
Es verdad que nadie deja de ser hijo de Dios por el hecho de alejarse de Él o de vivir de una manera totalmente impropia. Pero no es lo mismo tener un nombre que no significa nada en nuestra vida que dejarnos conducir por el Espíritu Santo, que nos lleva a reconocer a nuestro Padre y a vivir como coherederos del Hijo, Jesucristo.
Bien lo comprendió el beato Carlos de Foucauld, el “hermano universal”, que concluía así su “oración de abandono”:
Padre mío
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con una confianza infinita,
porque Tú eres mi Padre.
Este domingo celebra su fiesta patronal la parroquia Santísima Trinidad, en Shangrilá.
Cada vez que nos juntamos siempre vuelve a suceder
lo que le pasó a María y a su prima la Isabel:
ni bien se reconocieron, se abrazaron, y su fe
se hizo canto y profecía, casi, casi un chamamé.
(P. Julián Zini, Dios familia)
31 de mayo: la visitación de la Virgen María. Esta fiesta tiene especial significación en nuestra diócesis, porque contamos con un monasterio que lleva el nombre de este misterio mariano, en la ciudad de Progreso. Más aún, las Hermanas que comúnmente llamamos “salesas”, por uno de sus fundadores, san Francisco de Sales, pertenecen a la Orden de la Visitación de Santa María, de modo que es también la fiesta patronal de la orden. La cofundadora fue santa Juana Frémyot de Chantal. Las Salesas, también llamadas visitandinas, llegaron a Uruguay en 1856. El primer monasterio estuvo en Montevideo y en 1955 se trasladó a su ubicación actual.
1 de junio: san Justino, mártir. No es el único, pero es uno de los filósofos santos. Recordemos que filosofía es el amor a la sabiduría. Justino encontró la sabiduría de Cristo, y la puso en práctica. Hizo del evangelio su norma de vida. En tiempos de persecución, bajo el emperador Marco Aurelio, escribió una Apología, es decir, una defensa, en favor de la religión cristina. Por hacer pública su fe, fue condenado a muerte en el año 165.
3 de junio: san Carlos Lwanga y 12 compañeros mártires de Uganda. Jóvenes de entre catorce y treinta años. Pertenecían a la corte del rey. Carlos era catequista y los demás fieles católicos, algunos recién bautizados. Junto con un grupo similar de anglicanos fueron degollados o quemados vivos por no ceder a los deseos impuros del monarca, el 3 de junio de 1886.
Ese mismo día se recuerda al papa san Juan XXIII, fallecido el 3 de junio de 1963. El “Papa bueno”, como se le llamaba, convocó el Concilio Vaticano II y presidió la primera sesión.
Es importante su relación con nuestra diócesis: en 1960 nombró obispo a Mons. Nuti, para la diócesis de Melo. En 1962 creó la diócesis de Canelones y trasladó a Mons. Nuti a esta sede, como primer obispo. Fue beatificado por Juan Pablo II y canonizado por el papa Francisco el 27 de abril de 2014, en la misma celebración en la que fue canonizado san Juan Pablo II.
5 de junio: san Bonifacio, obispo y mártir. Era monje en Inglaterra. El papa san Gregorio II lo ordenó obispo y lo envió a Germania para anunciar la fe de Cristo. En el año 754, después de años de episcopado, fue asesinado en una visita misionera a los frisios.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. El próximo domingo celebramos el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Por favor, cuídense mucho. Que el Señor los bendiga y hasta pronto si Dios quiere.
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