Apertura de la fase diocesana en Canelones del Sínodo 2021-2023: "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión".
Eucaristía con la que se cerró el encuentro diocesano realizado en Villa Guadalupe, Canelones, el domingo 17 de octubre.
Fueron invitados delegados de todas las parroquias de la diócesis.
Laicas y laicos, personas consagradas, diáconos, presbíteros, sacerdotes, así como integrantes de distintos servicios y movimientos diocesanos se hicieron presentes.
Se informó sobre el proceso sinodal y se hizo un ejercicio de participación como anticipo de lo que se hará más adelante en cada comunidad.
Homilía: caminando con Jesús (Marcos 10,35-45)
Jesús y sus discípulos van de camino a Jerusalén. Jesús ha hecho el anuncio de su pasión y van caminando juntos. Pero… ¿qué tan juntos? Porque aquí hay dos que parecen estar haciendo un camino un poco distinto del camino de Jesús… y tal vez los otros diez, también.
Santiago y Juan se acercan a Jesús y le dicen: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir” y lo que piden es los primeros puestos en el Reino: uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús les pregunta si saben lo que piden o, más bien, les dice que “no saben lo que piden”. Les pregunta si pueden beber el cáliz que el beberá y recibir el bautismo que él recibirá y ellos contestan “podemos”.
Uno se pregunta si realmente eran conscientes de lo que estaban diciendo, si sabían hacia dónde se dirigía Jesús, a pesar de todo lo que él ya había anunciado.
Se sentarán a la derecha y a la izquierda… bueno, no exactamente, pero habrá dos hombres: uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús: crucificados, como él. No es ése el puesto en el que pensaban los discípulos; pero Jesús les anuncia, que sí, efectivamente, ellos beberán el cáliz que Jesús beberá y recibirán su mismo bautismo; en su momento pasarán también por la pasión, en la forma que les toque y en el momento que les corresponda; pero no tendrán esos puestos. Eso lo decidirá el Padre.
Los otros diez, entonces, se indignan por el pedido de estos dos discípulos, que -muchos dicen- se han adelantado a lo que los otros hubieran querido hacer antes que ellos.
Pero, entonces: ¿estamos caminando con Jesús o estamos haciendo nuestro propio camino, pensando que vamos con él, pensando que él tiene reservado para nosotros exactamente lo que nosotros queremos… y, sin embargo, no entramos en lo que él realmente quiere? Lo que quiere, no para sí, sino para nosotros.
Ahí está la dificultad permanente de los discípulos. A veces nos asombra el realismo del Evangelio en esto, que no nos esconde, ni nos adorna, ni endulza todas estas dificultades que los discípulos tuvieron en el seguimiento de Jesús. Y no lo hace porque no se trata simplemente de hacer una crónica de lo que fue pasando, sino, precisamente, de mostrarnos como caminar con Jesús y como tenemos permanentemente la tentación de tomar nuestro propio camino, seguir con nuestros propios criterios, con nuestros prejuicios o con nuestra mundanidad, como suele decir el Papa Francisco.
Entonces, este pasaje del Evangelio nos está invitando a mirar la forma en que caminamos; a caminar realmente con el Señor que nos conduce hacia su Pascua, que nos conduce hacia la vida en Él; sabiendo que la Pascua no es sólo resurrección. La Pascua pasa por la cruz, pasa por la muerte. Pasa por el sepulcro antes de llegar a la vida y abrirnos a la vida para todos.
Jesús corona esta enseñanza con estas palabras; por un lado, habla de los poderosos del mundo: “Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad”. Uno piensa en todo el poder acumulado por el emperador romano o, incluso, el poder que detentaban algunos reyezuelos, que no eran más que vasallos del Imperio Romano, como Herodes. Pero si miramos al mundo de hoy vemos, lamentablemente, muchos ejemplos de quienes se consideran dueños de la vida de los pueblos que dominan, más que gobiernan. Actúan como si fueran sus dueños y hacen sentir su autoridad.
Y aquí viene la enseñanza de Jesús: “Entre ustedes no debe suceder así… el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.” Por ahí va nuestro caminar con Jesús, en ese servicio. Y sí, servidor, pues podemos pensar en todo el servicio de Jesús. Podemos pensar en cada momento en que él se acerca a alguien en necesidad; el momento en que hace andar a un paralítico, que sana a un enfermo, que devuelve la vista a un ciego, que abre los oídos de un sordo, limpia a un leproso, resucita a un muerto, perdona los pecados. Pero cada uno de esos momentos, además, no es un hecho aislado, sino que es esa entrega constante de Jesús, hecha servicio.
Y por eso corona sus palabras con éstas: “el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.
Servir y dar su vida. No son dos cosas distintas. Dar la vida es la culminación del servicio de Jesús.
Todo ese “darse”, permanentemente, se hace definitivo en su entrega en la cruz. Da su vida, el Padre la recibe y le vuelve a dar la vida; pero ahora, ya, una vida nueva, su vida de resucitado que Él quiere comunicarnos a nosotros. Renovamos, entonces, nuestro deseo de seguir caminando con Jesús.
Buscamos cada día ver cómo vamos haciendo ese camino con él, buscando escuchar su Palabra, para que Él nos vaya guiando, dejándonos guiar por el Espíritu Santo; alimentándonos con el Pan de Vida que Jesús nos dejó, alimento de la marcha para el Pueblo de Dios que camina en este mundo que ya no es aquel desierto, pero que es también lugar de prueba, lugar de tentación; pero también lugar de encuentro con el Señor.
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